Mi vieja no metía golpe

Amor al chancho

columna al chancho

Mi vieja no metía golpe, pellizcaba la pantorrilla sin despertar la curiosidad del resto, mientras uno veía dibujos animados, convencido de que así sería toda la vida. Es que nunca le gustó avergonzarnos en público. Toda una dama. Siempre creyó que la penitencia de un niño era muy importante en su desarrollo, quizá más que la sopa de sémola, la quinua con guiso de carne y la caigua rellena o el estofado sin jugo. Ah, y las torrejas de verdura que más parecían corteza de molle o un pedazo de tecnopor. Disculpa Wacauña*, pero lo tuyo siempre fue el colegio y repetir los versos de Vallejo.

Mi vieja no era de lisuras, no sabía silbar. En aquellas cuatro oportunidades en que mi hermano y yo nos rompimos más de un hueso (fractura de cúbito y radio del brazo izquierdo, semifractura de las dos clavículas, semifractura de la tibia derecha, dos veces) nunca dijo:

-muchachito e´ mierda, cuántas veces te dije que no te cuelgues de los Enatrus carajo…- o

-mojón del diablo, y no pudiste saltar cuando ese arquero recsm salió a plancharte las patas?-

No. Mi vieja solo se sentó a un lado y lloró como la virgen al ver el cuerpo deformado de sus angelitos, que arrugaban la cara cuando el taxi montaba un rompemuelles o saltaba un bache. Estaba muy temerosa de que tras la recuperación no volviéramos a ser los mismos y quedáramos rengos, con tembladera y hasta medio retrasados. No fue tanto así. Aunque al parecer, los golpes de la vida aplicaron una fórmula inversa en nuestras vidas y nos volvimos desconsiderados. Como hubiéramos dicho a los 17 “una shit”

Una tarde del año 2000 mi hermano y yo volvimos a casa con el ánimo de un apostador primerizo, como si hubiéramos enterrado un cadáver en un lugar evidente. La casa olía a pollo y ron. Mi vieja había preparado para ese histórico día un pollo al ron que era una de las pocas cosas le salían perfectamente bien.

Mi viejo, sentado en un brazo del sillón, se rascaba la rodilla al tiempo que saludaba. Ella no dijo nada. Tenía puesto un par de lentes muy oscuros; dizque alguien le había dicho que ésa era la forma correcta de ver la televisión si no quería quedar ciega a los cincuenta. También le dijeron que el mundo había cambiado mucho y que la juventud se estaba perdiendo y que ya no se podía confiar ni en su sombra.

Dicen que entre madres e hijos hay una extraña pero sólida conexión. Un presentimiento que permite a ambos identificar una pena. Quizá.

-Hay pollo al ron en el horno- dijo ella sentada exactamente como Sharon Stone cuando era  interrogada por Michael Douglas en “Bajos instintos” (Paul Verhoeven, 1992). Claro que mi vieja sí vieja llevaba ropa interior, pero no desbarató el cruce de piernas,

hasta que prendió el televisor

y puso los resultados del examen de admisión

en el que mi hermano iba a Administración y yo a Derecho, sí.

Ni uno ni otro. El hueveo nos desvió del supremo cometido de estudiar una carrera universitaria. El hueveo, la pichanga vespertina y el relajo inherente a la edad.

Mi vieja se quitó los lentes y con rostro de: “a dónde irá a dar esta mata” se metió a su cuarto. Nosotros nos zampamos el pollo al ron, huesos y todo, porque la práctica del azar despierta el vértigo y el apetito. a), b), c), d), e), N.A)

Ayer fui a verla. Le regalé una caja de jaboncillos naturales y un álbum de fotos: el mar, el único nieto, la familia, los alumnos, sus hijos. Cuando al fin estuvimos solos me invitó una pera. Yo comía mientras ella llenaba su crucigrama de los domingos.

-¿estás tomando desayuno?…-, Ese día no. La conexión.

*Wacauña significa cría de vaca. De donde es mi vieja (Checacupe-Cusco) el término se usa para llamar a la gente tonta. Pero ella no es tonta, todo lo contrario. Por eso le digo así de cariño.