Eloy está en casa, contando historias

Amor al chancho

COLUMNA ELOY 1

Eloy está en casa, prefirió el lado derecho del sillón de mimbre para sentarse y el izquierdo para dejar su mochila, en la que, pareciera, carga un cohete. Vino por otro asunto, la verdad impostergable, -Eloy no es de hablar mucho pero cuando está apurado basta una mueca para darse cuenta que lleva prisa-, sin embargo, no puedo evitar preguntarle por su último hallazgo, al que todos se refieren como una especie de consagración, deslucida por la muerte.

Raquel le ofrece un mate (filtrante); Eloy dice que escoger en una casa que no es suya es una falta de respeto. Sus padres le enseñaron a admitir el criterio ajeno en cuestiones de convite. Entonces Raquel insiste en que el invitado debe elegir. Es su criterio.   –Tengo anís, manzanilla y té-, -té está bien, señorita- dice Eloy, sin darse cuenta que lleva un mechón parado sobre la frente. No le digo nada porque el detalle lo hace ver gracioso.

Se le nota cansado. Podría decir que su ropa todavía conserva el polvo de la búsqueda, ese polvo es una evidencia de tamaña importancia, aunque en un contexto doméstico parece un elemento enrarecido. Como lo fue la música que acompañaba a O.T.C. camino al cementerio: “Los enanitos verdes”

Yo te vi en un tren…
quise ayudarte y ya no estabas más….

Rock argentino, quizá lo que escuchaba O.T.C. cuando se perdió en el desierto. Por cierto aquella tarde mientras cargaban el cajón, alguien dijo: -como ese entierro sólo el de Chacalón-

Más allá un hombre me preguntó si la persona a la que agradecían tanto los familiares era Eloy Cacya, le dije que sí, el mismo; le pregunto ¿por qué?, me responde que hace un año su hijo se perdió en la ciudad y que fue a ese cementerio sólo para pedir a Eloy el favor de “encontrarlo”

La mesa es chica por eso cada quien tiene un pan con queso en una mano y en la otra sostiene el platillo con la taza. Eloy ha venido a otros asuntos pero no puedo evitar preguntarle detalles de la búsqueda y hallazgo de O.T.C. Es un simple par de preguntas que me inquietan, como en qué momento se da cuenta que está rastreando la muerte y no una persona extraviada, y si su eficiencia es parte de un entrenamiento especial; algo que le preguntaría cualquier común mortal.

Entonces pienso que saldrá con el consabido hermetismo de un agente de la Divincri, pero no. Eloy termina de engullir el bollo remojado en té y comienza a narrar su propia versión de cómo habría sido aquella sofocante, extenuante pero sobre todo colosal peregrinación sin norte de O.T.C. coronada por la muerte.

Cuando uno camina por kilómetros, se reserva el exasperante ejercicio de hablar. El guía profesionalizado en Huaráz, hijo ilustre de Pinchollo, tiene una sabiduría resultante de horas de caminata en nevados, montañas, estepa y valle. Sin embargo es un excelente contador de historias y oportuno anecdotista.

Con lo que Eloy nos cuenta, el acto de comer un rico bollo con queso, se convierte, indefectiblemente, en una maniobra mecánica sin importancia ni fin supremo. Eloy bate la mano en la que carga el pan, lentamente, como dirigiendo una orquesta de paquidermos, como si hablara a dos niños sobre ballenas varadas en la puerta de la casa. Una insólita historia de supervivencia.

No tengo más que un pedazo de pan a medio comer en una mano y un mate de manzanilla equilibrando en la otra y tengo que escribir una crónica sobre técnicas de supervivencia, el caso O.T.C.  o sus últimos minutos (Revista El Búho, por supuesto, más periodismo!). Entonces pienso que la historia de Eloy podría servirme mucho, podría ser el núcleo de mi nota, pero no apunto nada… quizá apuntar se convierta en otra maniobra mecánica sin importancia ni fin supremo.

Eloy continúa narrando: entonces vi moscas, luego gallinazos, él rodó, su fuerza no se agotó fácilmente, bajó sentado un cerro empinado, lleno de piedras, luego subió a otro cerro porque oyó el helicóptero. Llegué hasta el lugar, ahí lo vi… Con un pedazo de pan colgando en la comisura de la boca,  pregunto a Eloy si podemos encontrarnos al día siguiente para que vuelva a contarme su increíble narración, su respuesta es “Claro, cómo no”…