A la lectora dispersa
La parábasis –es decir, cuando el narrador interrumpe su relato para dirigirse al lector- puede ser un recurso efectivo. Apela a la complicidad inmediata del que se haya al otro lado del texto y es también una manera de recuperar la atención del lector disperso que, hace ya varias líneas, hace ya varios links, no lee sino que pasa la mirada por encima de las letras sin comprenderlas del todo. Es una interpelación al sujeto del que depende nuestro relato, artículo, ensayo, etcétera. Usted, lector, alguna vez habrá sentido que no se le presta la debida atención y se habrá visto obligado a levantar la voz o mirar fijamente a los ojos de su interlocutor… la parábasis (disculpen el torpe ejemplo) es el equivalente literario de estos gestos cotidianos.
Se origina en la comedia griega antigua. En Aristófanes. Los actores salían de escena y el coro, avanzando hasta el borde del escenario, se dirigía directamente al público. Trasladado a las artes narrativas modernas, conviene precisar su significado. La parábasis -una suerte de digresión- no interrumpe el relato sino más bien lo ramifica (‘irse por las ramas’ es la metáfora consagrada para el arte de la digresión; y el ejemplo común, Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy). El relato no se interrumpe pero sí cambia de matiz. En Cien años de soledad, por ejemplo, resulta inconcebible la parábasis, arruinaría el efecto total de la narración. Ni Cien años de soledad ni Conversación en La Catedral -por mencionar dos novelas emblemáticas- soportarían que se ironice sobre ellas, en medio de su complejidad no hay lugar para la parábasis. Ironía y auto-parodia son las marcas de nacimiento de este recurso estilístico. Aclarado el tema –u oscurecido a pesar mío- apunto algunos ejemplos hallados al azar de la memoria (en complicidad con la de mi computadora):
“Y eran –si no lo has, ¡oh lector!, por pesadumbre y enojo- seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban.” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes)
Tom Jones, de Henry Fielding, posee el record de parábasis. Elijo la primera por su variante en el número; y la segunda, por la aparición del adjetivo:
“Es preciso por ello, para que no haya malentendidos entre los lectores, poner las cosas debidamente en claro.”
“Todo lo cual en manera alguna quiere decir –como tal vez pudiera llegar a sospechar cualquier malicioso lector- que…”
Uno de mis autores favoritos, Vladimir Nabokov, es también tremendamente adepto a la parábasis. Las dos siguientes son de Lolita.
“El lector, que ya me conoce, imaginará con facilidad cómo me cubría de polvo y me acaloraba al tratar de obtener un vislumbre de nínfulas…”
“El lector lamentará saber que poco después de mi regreso a la civilización, tuve otro ataque de locura…”
“…la mencionada pareja ejercerá una influencia única y peculiar sobre dos largas existencias, y sobre algunos de mis lectores, esas cañas pensantes pascalianas, así como sobre sus plumas o sus pinceles mentales.” (Ada o el ardor, Vladimir Nabokov)
Recuerdo haber leído algunas dirigidas no al lector sino a la lectora. No recuerdo exactamente dónde. Estoy seguro que en el Tristram Shandy, de Laurence Sterne, pero como no lo tengo a la mano. Mi computadora tampoco me ha servido de mucho excepto –y con ello basta- por la última parábasis:
“Una gota de desinterés cae ahora sobre estas largas páginas. Se me figura ver a un lector que haya tenido la benevolencia de leerme con agrado hasta aquí. Preferiría una lectora.” (El globo de cristal, Juan Emar)