Vida y pasión (y triunfo) del pendejo peruano

Varias cosas

Carlos Alcántara

Lo bueno de Asu mare, la película, es que nos hace reír. El tipo tiene el don y maneja todo el repertorio de pendejadas, de gestos, de tiros indirectos. Y esa manera desacralizada de referirse a la santa madre es sin duda su gran hallazgo. Burlarse de lo amado, por extraño que parezca, puede ser una manera de amar mucho más sagaz, más activa. Y definitivamente es una manera de saturar lo divertido con matices emocionales, una manera de lanzar una lluvia de mensajes encontrados: La comedia se hace grande cuando sabe revelar destellos de esa oculta tragedia que hay en toda existencia. Asu mare tiene momento notables, como cuando Cachín menciona “las huellas indelebles que le dejaron las enseñanzas de su madre” y, cagándose de risa, desnuda la espalda (una acertada decisión del director Ricardo Maldonado es no ser explícito con las partes más atractivas sino dejarlas al probado talento narrativo de Alcántara). Pero cuando pierde esta cachacienta capacidad de burlarse de lo jodido de esta vida la película se aplana. El peor momento es cuando, hacia el final, el personaje deja de divertirse con sus peripecias para entregarse de lleno a la autocomplacencia, y aparece con su 4X4 para abrazar fílmicamente, uno a uno, a sus viejos patas de la Unidad Vecinal. La exposición del éxito nunca ha sido material para algo más que frivolidad o fanfarronería si uno no le agrega algún astuto toque agridulce.

A lo largo de la historia del espectáculo peruano el gran pendejo ha sido el verdadero protagonista. Armado con una rapidez mental diestra en giros verbales y replicas fulminantes avanza por los callejones de la vida tensionado por el síndrome de abstinencia (a causa de una irredenta adicción a las chelas y a esas hembritas extremadamente nutritivas). Carlos Alcántara, Cachín, que no en vano es la figura emblemática de una poderosa marca de cerveza, ha logrado consolidar su personaje. Lo bueno es que aquí el pendejo peruano evoluciona, crece, se matiza (a pesar de su planteamiento esquemático y intencionadamente caricaturesco), y se afirma en su dimensión más entrañable. Crece porque hay una dosis de conciencia de sí mismo, hay una legítima búsqueda de la propia identidad (con sus altas y sus bajas) que alcanza su anticlímax cuando Cachín cae derribado en los tenebrosos rincones de la droga. Se matiza porque el personaje si bien es un gran pendejo, jamás deriva hacia el territorio de lo grotesco o de lo violento. El clásico achorado, tan de culto en los malditos años ochenta, empieza ya a perder su anárquica pujanza. Y es que aquí el que se consagra es un tipo gracioso y ocurrente, pero nada marginal, más bien resulta un patita muy buena gente, un tipo con el que cualquiera podría tomarse una pacífica chela contando chistes inevitablemente bien chistosos.

Pero paradójicamente mientras paladeaba los momentos más divertidos de Asu mare ocurrió que no pude evitar sentir cierta estúpida decepción. Y es que el material es tan rico que realmente sospecho que esta exitosa cinta (ya cantada como el mayor éxito de la taquilla peruana) es en realidad una oportunidad perdida para algo verdaderamente grande. La búsqueda de la realización personal de un peruano de clase media en la segunda mitad del siglo XX es algo cargado de material explosivo (no solo para la comedia ligera de personajes de caricatura). El asunto de la iniciación a la vida ha producido obras memorables hasta el punto de tener una palabreja en germánico (Bildungsroman) para nombrar el género. Tal vez es forzar la cosa, pero pienso que hubiese sido pajísima que al llevar al cine su impecable unipersonal hubiese chequeado un poco más al Fellini de Amarcord (de la que hay algo, me parece, al componer al profesor que lo expulsa del examen de ingreso) y de I Vitelloni. También Días de radio, de Woody Allen, le hubiese sido útil. Quizá de esa manera hubiese podido tensar algunas de las más flojas escenas dispersas por ahí. Porque la verdad es que hay partes que empiezan a prometer demasiado, a casi maravillarnos, pero de pronto se desploman, coagulan en algo demasiado trivial, en algo inmoderadamente “so-so”.

Sin duda Asu mare, la película, es un producto orientado hacia el entretenimiento. Miguel Balladares y su equipo han hecho una impactante campaña publicitaria que seguramente será estudiada por aplicados alumnos de ciencias de la comunicación. Sin embargo la historia del cine nos demuestra que muchos productos iniciados dentro de la maquinaria industrial se han colado con éxito hacia el territorio del arte, incluso del mejor arte. Por ejemplo, Cantando bajo la lluvia, o, en un género muy diferente, Casablanca, el clásico de Humphrey Bogard. Pero el caso más llamativo es El padrino, ahora considerada la mejor película de la historia, cuyo proyecto fue visto, en un primer momento, con marcado desdén por el ya artísticamente ambicioso Coppola. Pero más allá de lo que a uno le gustaría en un mundo ideal, Asu mare, la película es una buena noticia para el cine peruano. Sin duda su espectacular éxito tendrá un gran efecto. Esperemos que sea por el lado de una creatividad en sintonía con el público y no que desate una carrera de pendejazos intentos para engreír al que paga los boletos.