Infructuoso

Resacas

Al escurridizo escarabajo

Pasé toda la mañana intentando escribir un texto sobre La metamorfosis, el cuento de Kafka. Hacía unos días había apuntado en hojitas sueltas algunas ideas, también sueltas (la idea era atarlas en un nudo gordiano imposible de rebatir) que, en su momento, me parecieron bastante inteligentes, es más, me parecieron brillantes. Parte del texto tenía que ver con la vida de Gregorio Samsa antes de convertirse en “un monstruoso insecto”; insecto que, según Nabokov, que sabía de lo que hablaba, pertenecía al orden de los coleópteros, exactamente un escarabajo, que, bajo los élitros, ocultaba unas alas dispuestas en cualquier momento a desplegarse y agitarse en un vuelto bastante ambicioso, de cientos de kilómetros, si alguien hubiese tenido la caridad de abrirle la ventana y alentado a huir. Dentro de este orden de coleópteros, se encuentran, por ejemplo, los gorgojos y las mariquitas, en ninguno de estos se convirtió Gregorio.

la metamorfosis

Mi texto llevaba por título “Evasión” y nada más en el primer párrafo había citado a Eielson (ese poema en el que el poeta en lugar de hablar del amor prefiere siempre hablar de una puerta, que se cierra y se abre, por la que entra y sale, etcétera, todos los días de la semana); además, en el mismo primer párrafo, había hecho referencia nada menos que al Finnegans Wake (no hace falta decir que no lo he leído y que, así quisiera, no pasaría de la primera página). A partir del cuento, es decir, de lo escrito por Kafka hace unos cien años, pero publicado recién en 1915, sacaba una serie de conjeturas sobre, repito, la vida de Gregorio Samsa antes de convertirse en escarabajo, es decir, sobre lo que mi afiebrada y pretenciosa imaginación pudiera caprichosamente elucubrar al respecto. Así y todo, citaba fragmentos del cuento que —según mi yo de hace algunas horas— demostraba fehacientemente que lo propuesto por mi obnubilada sesera era la purísima e irrebatible verdad. Tentado estoy de pasarles algún fragmento de antología (digno de figurar en cualquier antología de la estupidez) pero temo, seriamente, que los pocos amigos que me quedan dejen de llamarme el día de mi cumpleaños o prefieran no saludarme si se cruzan conmigo en la calle.

Dicho sea de paso, uno de los que no rechazó pero que no supo darle la importancia debida al relato de Kafka, fue Robert Musil quien, por entonces, dirigía una revista dedicada a publicar nuevos narradores y cosas por el estilo; no lo llegó a publicar por razones de espacio, Musil le propuso algunos recortes pero Kafka se negó tajante aunque cordialmente. En ese primer párrafo de “Evasión”, en el que cito a Eielson y hago referencia al Finnegans Wake, me mando también con un rollo bastante miserable sobre la eterna dicotomía entre vida y literatura, realidad y ficción; lo curioso es que, y si tuviera que jurarlo lo haría sin ningún problema, no creo en esa partición absurda, pese a que muchos respetables autores han partido de ese punto para despacharse con sutiles profundidades de charco, para mí vida y literatura son lo mismo, realidad y ficción se confunden incesantemente y no hay bisturí —por más preciso que sea— capaz de separar vida por un lado, literatura por otro, hacia aquí la realidad, hacia allá la ficción. Esto tal vez explique por qué tengo la cabeza hecha un lío. Partí de esas categorías porque, para decir lo que se me había ocurrido —buenamente, “inteligentemente”— decir, me venía bien, servía, me era útil. Si no aceptaba esos supuestos, todo mi castillito de ideas geniales se desmoronaba, se venía abajo. Diferencia entre vida y literatura, diferencia entre ficción y realidad, háganme el favor de retirarse.

Cuanto más escribía sobre La metamorfosis —esto les debe pasar a un par de críticos— menos me gustaba el cuento. Y cuantas más elucubraciones hacía, más me odiaba a mí mismo. Quiero creer que no era yo, era algún rezago de mi breve aunque tortuoso paso por la universidad. Era yo, sufriendo la más cojuda de las metamorfosis. Una mañana, después de un sueño intranquilo, despertó convertido en un monstruoso profesor de literatura.