Perú

Resacas

peru sello

28 de julio

En su Diccionario de lugares comunes, Flaubert anota una definición bastante escueta de Perú: “País en el que todo es de oro”. Tres poemas de Emily Dickinson daban cuenta también de un Perú magnífico en riquezas, además de lejano. Y cuando Samuel Johnson escribía —por 1750— “desde China hasta Perú”, intentaba abarcar el mundo entero en sus dos polos, no sé si paradigmáticos pero sí típicos en el imaginario de la época. Perú como país rico y lejano.

En 1851, en la primera Gran Exposición celebrada en Londres —entre el espejo más grande del mundo y una maqueta de un puente colgante que uniría Gran Bretaña con Francia— Perú presentó una montaña descomunal de estiércol, el famoso guano peruano. Las aves guaneras del Perú eran entonces como la famosa gallina de los huevos de oro del cuento. Décadas después, en otra exposición (París, 1889), una momia peruana, en una postura bastante particular, la boca abierta y las manos en las sienes, deslumbró a medio mundo, entre ellos, al atormentado pintor noruego Edvard Munch, quien reprodujo la momia peruana en su célebre cuadro El grito. En febrero de 1903, Gauguin anotaba en su Diario: “Las momias del Perú son famosas”.

La influencia de Perú en la pintura occidental no se agota con El grito. Gauguin había recibido de Van Gogh —en calidad de obsequio— la pintura de dos girasoles. Después de un largo viaje desde las costas del Perú, el girasol había arribado a Europa a fines del siglo XVI: como Gauguin tenía ascendencia peruana, convinieron ambos en convertir esta flor en símbolo de su amistad. Van Gogh pintaría una extensa serie de girasoles; Gauguin, por su parte, hizo un mordaz retrato del amigo enfrascado tercamente en la pintura de la flor peruana. Van Gogh pintó otro bello cuadro titulado Campesinos comiendo papas. La papa ya había sido ampliamente introducida en el menú europeo —en una novela de Peter Akroyd, publicada hace unos años, uno de los personajes pregunta: ¿Sabías que las patatas proceden de Perú? Hacia 1740 —lamento los saltos en el tiempo— en plena efervescencia de la perfumería, el heliotropo peruano, implantado en Francia por Joseph de Jussleu, agregó la nota de exotismo popular en las esencias florales de moda.

Hoy que causan furor los relatos sobre zombis, pocos saben que la primera vez que se escribió sobre ellos fue en indirecta relación al Perú. En 1697 se publicó Le Zombi du grand Pérou (El Zombi del Gran Perú), novela escrita por Pierre-Corneille de Blessebois. Aunque “Gran Perú” se refiere a una plantación de caña de azúcar en el archipiélago Guadalupe, en las Antillas Francesas, fue bautizada así en alusión a nuestro país. Por aquella época, Perú era también mercado ideal de esclavos (una de las variantes del relato zombi).

En la novela de George Eliot, Middlemarch, se dice que a los viejos habitantes del Perú “no cesan de inquietarles los terremotos, pero es probable que vean más allá de cada sacudida y piensen que quedan muchos por delante”. Tres años antes de publicarse Middlemarch, había ocurrido en Perú el más desastroso de sus sismos: en 1868, cuarenta mil víctimas fatales. No es descabellado imaginar que George Eliot tuviera noticia de este desastre. Sumado a los casi cincuenta terremotos anteriores, desde 1555.

En la literatura (fuera de Latinoamérica) del siglo XX, se hace alusión a otros productos llevados del Perú. En una novela de Saúl Bellow, La víctima (1947), se elogia la suavidad de un tejido de vicuña; mientras que en Amor, etcétera (2000), de Julian Barnes, se comparte una cena frugal acompañada de espárragos, provenientes de Perú; y en Viejo muere el cisne (1939), de Aldous Huxley, se menciona la alfarería peruana entre otras rarezas que vale la pena coleccionar. En el Ulises (1922), de Joyce, un marinero charlatán cuenta que en Perú hay caníbales que se “comen los cadáveres y los hígados de los caballos”, “mascan coca todo el santo día” y sus mujeres “se cortan las tetitas cuando no pueden tener más hijos”; y aunque luego muestra una postal de Bolivia para dar crédito a su relato (lo que se diga de Bolivia puede decirse de Perú, y viceversa), está claro que es un charlatán al que no hay que hay creerle demasiado.

La belleza de la mujer peruana tampoco ha pasado desapercibida. En La maravillosa vida breve de Óscar Wao, novela que en el 2008 ganó el Pulitzer, del escritor dominicano-estadounidense Junot Díaz, hay un personaje de nombre Maritza Chacón, afroperuana, “de una ciudad llamada Chincha”, con “un cuerpazo que les hacía olvidar las enfermedades a los viejos”.

De todas las referencias al Perú, ninguna me ha asombrado tanto como la hallada en un texto supuestamente científico, The Encyclopedia of Death and Dying (2001), en la que se dice que en Perú se celebra el Día de los Muertos el 2 de noviembre, y que en tal día “los muertos abandonan sus tumbas andinas, hechas de muros altísimos y portales inmensos”.

Me hubiese gustado ilustrar este texto con una combi llena con todos los personajes citados. Asomando sus rostros por las ventanas, y un zombi colgado de la puerta corrediza al estilo de los cobradores.