N. vive frente a un parque temático. Todas las mañanas, al salir de casa, se encuentra con un rechoncho triceratops -el doble de grande que una combi custer– que parece estar cruzando la calle a pesar de su aspecto bastante inanimado y poco o nada amenazante. El parque tiene cierta fama no sólo entre los vecinos del barrio que repletan el recinto todos los fines de semana.
Es cierto que vivir frente a un parque no cambia la vida a nadie pero completa algunos momentos. Salir de casa y toparse con esas especies que fueron, indefectiblemente, parte del inventario de juguetes de todo niño, no podría ser un acto que desborde monotonía. A menos que N. sea de las pocas personas que preferiría vivir frente a la casa del vecino antes que frente a un triceratops.
A diferencia de N. yo vivo frente a un policlínico y las únicas especies que observo mientras tomo desayuno (en estricta soledad) o incluso en la cena, son personas como yo, la especie acojudada de los enfermos, y por qué no, los desafortunados. El acto de padecer vulnera al punto del cuestionamiento, claro que suena inocentón con la repetición, pero en ese estado el ineludible “por qué a mí” parece una reacción automática al dolor; aunque, “csm” también es muy usual. Pero no sólo padecer genera decaimientos. Ver gente padecer también –sobre todo en el desayuno y la cena, sobre todo si te estás metiendo un pedazo de embutido con un rojo más intenso de lo normal y te ayudas en pasarlo con un trago de gaseosa –
Los enfermos son la especie más sugestiva que se conozca. Cuando me diagnosticaron epilepsia mis padres enfermaron y, si mal no recuerdo, “Yin-Yin”, el perro de la casa, también enfermó. Mis padres se rascaban la cabeza al observarme, y el perro, también. El mismo doctor que detectó la enfermedad, un ascendiente chino, rascó su cabeza luego de tratar de explicar lo que pasaba en la mía, -tu cabeza es como un disco sólo que a comparación del resto gira más rápido-, -ya-, -sí, eso mismo-, -¿doctor qué es una resonancia magnética?-, -tu cabeza es como un disco sólo que… –
Al principio me sentía cómodo, era bastante novedoso desayunar tratando de ubicar el mirador de Sachaca, por ejemplo. El policlínico estaba ahí, con sus enfermos y accidentados que lógicamente no podrían ser otra cosa que una presencia ajena. Pero eso ha cambiado, a pesar de haber identificado el mirador y otros lugares ya no me importa seguir haciéndolo porque creo haber desarrollar una fijación por los enfermos del policlínico. Cada que los veo siento estar espiándolos y ellos a mí.
El piso en el que me ubico tiene como vista correlativa el área de traumatología, donde todo el día hay gente con cara de haberse martillado un dedo, que espera ser atendida mientras mira el pasar de los carros por la ventana, pero también miran hacia donde vivo, los he visto mirarme y me gustaría saber en específico qué piensan de esta relación visual. Cuando no tienen cara de dolor, cojean o caminan tentando la pared, como ciegos sin bastón. Desde mi mesa puedo ver cinco plantas ocupadas por decenas de enfermos a la espera de que su nombre sea pronunciado por un extraño. Todos los días.