Victoria´s secret

Puñetazos

discriminacion obesidad

Me imagino la situación siguiente: tengo 20 años y estoy en un encuentro internacional de jóvenes. Me piden que describa al Perú, el de hoy, el que da tanto que hablar por su meteórico avance económico. Me imagino que la tentación primera sería describir los avances de infraestructura que dentro de la gigantesca capital te permiten movilizarte en tiempo record de un extremo a otro; que para divertirte las discotecas de Lima no tienen nada que envidiar a las de ningún otro país desarrollado; que incluso en las provincias ahora se puede comprar calzones de Victoria’s secret o bufandas Benetton; que hay cholos que tienen muchísimo poder económico y grandes empresas y que aparecen en revistas de socialité y que, por ende, ya no hay racismo… Hasta que de repente sintiera que estoy mintiendo descaradamente. Que cualquiera de estos otros jóvenes que pasara más de una semana en el Perú se daría cuenta de la realidad. Que las gigantescas obras de infraestructura de la capital solo se proyectan en la capital; que los tales centros de diversión se manejan en base a abyectos criterios de discriminación; que ni el boom comercial, ni las fotos de unos cuantos mestizos son reflejo de la realidad, y, ahí mismito nomá’ tendría que admitir que para la gran mayoría de peruanos el éxito económico se limita a tener una televisión más grande, a ya no trabajar 16 hrs. sino 14 y sin ninguna protección laboral, a imaginar que uno de tus seis hijos pueda eventualmente estudiar en un instituto, a aceptar que si has tenido la mala suerte de haber nacido en un pueblito de la sierra o en la selva tus probabilidades de vida disminuyen en un 20% o más. También me imagino que tendría que confesar que ni mis hermanas, ni mis amigas, ni ninguna mujer tienen la posibilidad de abortar si el feto tuviese graves problemas físicos y menos aún si hubiesen sido violadas. Y ni qué decir si tengo que “confesarles” que soy homosexual. Tendré que admitir que en mi país a la justicia no le importa cuando se mata a un gay o a una lesbiana por el simple y mero hecho de serlos, pues el código penal no considera esto como un agravante. También tendré que contarles lo feo que se siente ser invisible y no contar en ninguna estadística y que en el último empadronamiento en Lima se indicó expresamente que ninguna pareja de hombres o de mujeres que vivieran juntos y formaran una familia podrían ser considerados como tal. Con mucha vergüenza acabaría admitiendo que muchos de los congresistas ponen por sobre encima de la vida humana sus creencias e imponen dogmas medievales como criterio de juicio al momento de evaluar las leyes. Por último, no me quedaría sino aceptar que en mi país lo único que avanza es  la intolerancia frente a la diferencia y la indiferencia frente a la fragilidad de muchísimas personas. Para terminar les diría que sí que en el Perú se come rico, pero que la barriga llena es un pretexto muy práctico para no mirar más allá de lo que ocurre en tu mesa y para seguir creyendo ciegamente que el restaurante gourmet que acaban de abrir en la esquina es sinónimo de progreso para todos.