Rojo y maricón

Puñetazos

ROJO Y MARICON

Cada día que pasa compruebo, ya cada vez con menos sorpresa, que la colonia nunca terminó. Y no me refiero a las típicas mujeres de la aristocracia limeña encopetadas y peinadas con una torta en la cabeza. Ni tampoco me refiero a las corridas de toros y su cuota de mantones de Manila o de abanicos de ébano. No. Tristemente me refiero al cotidiano. Me refiero a una ideología, a toda una serie de comportamientos retrógrados que aún siguen insidiosamente insertos en nuestro día a día. Comparto, a continuación, varias perlas. La primera es dramática. Un joven abogado arequipeño, de colegio de prestigio, de universidad privada, miembro de un renombrado bufete, me dice, en medio de una conversación sobre lo que nos espera para el 2016, que él ya se ha acostumbrado a votar por el menos malo de los candidatos y que en ese sentido Alan García, representa para él eso, el querobaperohaceobra. Le respondo que me parece deseperanzador que teniendo en cuenta su edad y su bagaje académico ¡oh ingenuo de mí! afirme algo semejante justo cuando se acaba de descubrir todo el escándalo de los narcoindultos… y me dice con el mayor desparpajo que en esta vida hay que ser prácticos. Luego, como previendo cualquier argumento de mi parte me dice que él piensa que la única posibilidad que tenemos como país es seguir manteniéndonos con el mismo modelo y en piloto automático “y sobre todo deberíamos deshacernos de todos esos antimineros violentistas que tanto daño le hacen al país” y añade un argumento fulminante “es más yo si fuera presidente hace rato que le habría quitado el derecho de voto a todos los analfabetos”. Tentado estuve de rebatir lo reaccionario y extremista de su comentario mostrándole que él, por ejemplo, al ser mestizo habría carecido de varios derechos en otros tiempos, muy a pesar de lo intelectual o refinado que fuese. Pero no… qué se puede esgrimir ante semejante falta de discernimiento de la realidad… Mi segundo ejemplo, es más de lo mismo, otra vez una académica, dizque profesora universitaria, aparentemente, catedrática de humanidades de una prestigiosa universidad limeña con la que copresenté en la FIL el libro de poesía de una colega. Nos sentamos a tomar un café. No la conocía de nada. Pero, ella se encargó de presentarse y honrarse de todo tipo de títulos y publicaciones. Hasta ahí todo bien. El drama vino minutos después cuando ensalzaba las grandes virtudes literarias de su hijo que estudia psicología en la Ricardo Palma y deploraba su frustración por no estar estudiando literatura en la Católica de Lima. Para justificar ese hecho, se agacha y me dice, como en secreto, que me va a decir la verdad de porqué su hijo no estudia lo que quiere en la universidad que quiere… y como cereza del pastel, añade, “y ya entenderás pues de seguro compartes las mismas ideas que yo”… mira a ambos lados y añade grandilocuente que ella siempre dice la verdad y continúa diciendo que, en el fondo, ella lo desanimó porque temía que su hijo terminase como muchos de los profesores de la Católica, “homosexual y de izquierda, o sea caviarón y maricón” (todo en medio de carcajadas). Esta vez sí le respondí. Le dije que curiosamente tenía frente a ella a un profesor de la Católica, que era un rojo, un convencido de izquierda y que casualmente también era maricón. Le dije que oyéndola hablar acababa de entender de un solo golpe el problema entero de la educación en el Perú. Sin embargo, creo que debí haberme quedado callado, creo que tener 50 años y seguir concibiendo el mundo como nuestros bisabuelos es algo que no tiene remedio. Narro estas dos anécdotas que a nadie le deben ser desconocidas. La intolerancia, la estrechez, el egoísmo son propios de un mundo ya acabado, pero, con cuánta pena constato que es un mundo permanentemente reactualizado y, peor aún, afirmado con soberbia y cinismo. Ladran los perros Sancho, pero acá casi ni avanzamos.