Tristeza de lector

Resacas

stultiferanavis

A Sebastian Brant

No es buena idea morir sin haber leído El hombre sin atributos. Pero también quisiera releer, una vez más, El guardián entre el centeno, y Molloy. La sensación de no haber leído el Quijote tan bien como debería me despierta a mitad de la noche y me obliga a soñar luego, con los ojos abiertos por el insomnio, pasajes que Cervantes ni Menard escribieron. La misma sensación de no haber leído tan bien como debería el Quijote, me ocurre con otros escritores menos canónicos que Cervantes, la verdad, esa desconfianza me asalta hasta cuando leo la etiqueta de una lata de atún y busco la fecha de expiración, tengo que leerla varias veces hasta quedar convencido de que, por lo menos esta vez, por lo menos hoy, no moriré dando vueltas alrededor de una miserable lata de atún. Me pasa con Vallejo. Por supuesto me pasa con Borges. Hace poco escuché a Marco Martos (del que, maldita sea, sólo he leído algunos poemas sueltos) decir que el mejor escritor peruano es Abraham Valdelomar. Recuerdo haber leído a Valdelomar en el colegio, recuerdo el hecho, pero no recuerdo lo leído, ni siquiera recuerdo si me gustó tanto como para estar de acuerdo con Marco Martos. ¿De qué me estoy perdiendo? ¿De qué me he perdido? Soy un pésimo lector pero no sé hacer otra cosa.

Una vez, con el ánimo de reducir mi codicia lectora y para, de alguna manera, poner un límite a la lista, me propuse no leer sino a autores muertos. Pensando que así, la lista de libros pendientes, se reduciría significativamente. Leí a Shakespeare. Ahora releo Hamlet cada vez que puedo, y El rey Lear. Shakespeare encabezaba mi lista de autores muertos pendientes. El segundo en la lista era Quevedo pero jamás pasé de Shakespeare. Hace un par de meses descubrí un joven autor norteamericano, de origen nigeriano, del que —soy un lector de tipo revulsivo; sí, a veces, repulsivo también— aún no me recupero: Teju Cole. Y hace un par de días, porque una amiga me lo recomendó encarecidamente, otro autor se añadió al top one hundred: Díaz Junot, otro joven autor norteamericano, pero éste de origen dominicano. Es de nunca acabar. El sábado paseé por la Fil y fue descorazonador. Autores inéditos del mundo podrían, por favor, permanecer inéditos. Las editoriales deberían cerrar por lo menos cien años. ¿No les parece que ya hay suficientes, bastantes, demasiados libros? (Textos que habría que citar aquí: la primera de las prosas apátridas de Ribeyro, Fin del mundo del fin de Cortázar y algún pasaje de Los demasiados libros del mexicano Gabriel Zaid que, aún espero las fotocopias prometidas, no he leído; además de un comentario irónico sobre ese archiconocido primer verso de Mallarmé). Uno de los personajes de Beckett sugiere la piadosa idea de que, en lugar de seguir leyendo, habría que empezar de una buena vez, armado de una filosa gillete, por borrar lo ya escrito. El lector del futuro. (¿Si compré algún libro en la Fil? Por supuesto. El tedio, de Alberto Moravia).

Por ahora los lectores se dividen en cuatro tipos: impulsivo, compulsivo, repulsivo y revulsivo (la tercera o cuarta vez que leí El guardián entre el centeno, vomité hasta lo que no había comido). El lector impulsivo corre el riesgo de convertirse en repulsivo; mientras que el lector compulsivo busca afanosamente la experiencia revulsiva, que es algo así como el nirvana de las letras, que lo redima de su compulsión. Que uno lea tanto no quiere decir que uno deje de ser un necio. No hay que dejarse impresionar por la gente que lee demasiado, qué mejor prueba de nuestra necedad que ese buscar infatigable y constante. El primer capítulo de La nave de los necios, de Sebastian Brant, está dedicado, precisamente, al lector: “El primer danzante soy en el baile de los necios, pues sin provecho muchos libros tengo, que ni leo ni entiendo”.

Así y todo mientras salgo contigo pienso que debería estar leyendo. Mientras trabajo en una u otra cosa —de algo hay que vivir— pienso que debería estar leyendo. Mientras me preparo algo de comer, mientras veo tele, mientras escucho música, mientras hacemos el amor, mientras escribo, pienso que debería estar leyendo.