Alice Munro, la excepción del Nobel

Resacas

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El último libro de relatos de Alice Munro, Mi vida querida, publicado este año en español, ha sido, según la propia autora, su despedida de la literatura (hay que ver ahora si los editores la dejan). No es primera vez que la mayor distinción a la carrera literaria recae en un autor prácticamente retirado de las letras. Sí, en cambio, es la primera vez que el Nobel recae en una autora de cuentos, exclusivamente. Los géneros consagrados por la Academia —en sus más de cien años— han sido el teatro, la novela, la poesía y el ensayo; jamás el cuento. Entre los ganadores ha habido excelentes cuentistas pero no ha sido este género el único al que se han dedicado.

La mayoría de reseñas sobre Munro señalan una novela entre varias colecciones de cuentos, La vida de las mujeres (1971); sin embargo, la escritora advierte que ésta es una colección de relatos relacionados entre sí, al estilo de Winesburg Ohio de Sherwood Anderson, pero que no es —estrictamente— una novela. La misma fórmula repetiría en The Beggar Maid (1978) y en Secreto a voces (1994), donde reaparecen personajes de cuentos anteriores. En una entrevista publicada en The Paris Review en 1994, Munro postula una teoría bastante discutible sobre su condición de cuentista: mientras que las grandes novelas aceptadas por el canon pertenecen al territorio de los hombres, el cuento, como género marginal, pertenece al territorio de las mujeres (nombra a escritoras como Flannery O’Connor o Eudora Welty que, a la sombra de las grandes novelas de, por ejemplo, William Faulkner, supieron retratar la misma realidad pero en retazos). Cuenta Munro —en la misma entrevista— que sus primeros libros los escribió embarazada, después de dar a luz la escritura se hacía prácticamente imposible, entre sus ocupaciones domésticas no tenía tiempo para ambiciosos proyectos novelísticos. Munro da también fe de su obsesión por la corrección. Una vez la invitaron a leer en público uno de sus cuentos, mientras leía el primer párrafo corregía en silencio el segundo; mientras leía el segundo párrafo, corregía en mente el tercero. El público quedó encantado pero Munro quedó hecha un manojo de nervios. Y en una antología de relatos que incluía “Carried Away”, no pudo evitar hacer correcciones en los márgenes de su texto, correcciones que añadiría en una posterior edición.

Hasta ayer —como casi todos, excepto tú, acucioso lector— no había leído a Munro. A propósito del Nobel y de este texto escrito prácticamente de boleto, escogí su última colección titulada Mi querida vida, en la que incluye, a manera de bonus tracks, cuatro relatos autobiográficos. Mi intención no era leer todo el libro, estaba seguro que bastaría un par de páginas para convencerme de que el Nobel tendrían que habérselo dado a Roth o a Murakami. Dos páginas bastaron para seguir leyendo. En el primer relato una mujer que viaja en tren, acompañada de su pequeña hija, conoce a un tipo con el que tiene una aventura; le es infiel al marido (que la despidió en la estación) y al amante (que la espera en la estación de arribo). Una lección para las kareninas y bovarys del mundo.  Por supuesto, el relato no está contado en términos de infidelidad (soy yo que no puedo quitarme al macho de la cabeza). El segundo relato es aun más bello aunque menos transgresor, “Amundsen”: una profesora llega a un pequeño pueblo, se enamora de un doctor que, luego de sacarle provecho sexualmente, la embarca de regreso el día en que ella pensaba iban a casarse. La imagen final no es de derrota pues el cuento no acaba ahí, años después se encuentran y ella ejerce sobre el tipo —mentalmente— toda la ironía y el sarcasmo merecidos. Uno de los relatos más desgarradores es “Grava”: un incidente de infancia que, después de muchos años y mucha terapia, sigue pesando en la conciencia de su protagonista. Los cuatro últimos relatos son, como advierte Munro, “lo primero y lo último —y lo más íntimo— de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida”. Todos se remontan a la infancia de la autora pero contados a manera de reminiscencia. Entre ellos, vale la pena leer y releer hasta el cansancio, “Noche”.

Que Munro haya obtenido el Nobel la pondrá de moda un par de meses. Ha declarado en una entrevista que, gracias a este reconocimiento, espera que la literatura canadiense sea más conocida. Que el reconocimiento se haga extensivo también al —postergado, vilipendiado, nunca bien ponderado— género del cuento.