Desoccidentalizándonos

Puñetazos

COLUMNA JESUS

Muchas veces cuando hablo con algunos de los estudiantes en la universidad sobre el mundo actual y uso el término occidente u occidentalización observo una curiosa reacción. Inevitablemente,  varios de ellos ponen cara dequédiablosestaráhablandoesteprofesor. He tratado de entender ese rostro y sospecho que lo que más o menos quieren decir con esa mueca de escepticismo es algo así como: profesor, ¿de verdad cree que la gente se occidentalice? ¿acaso no ha sido siempre occidental? ¿existen acaso lugares que no sean de cultura occidental más allá de Corea del Norte o de las tribus de no contactados? Un argumento que una vez utilizó uno de estos estudiantes para demostrarme que el mundo ya está inevitable e infinitamente occidentalizado es que las mujeres árabes del reino saudí llevan, bajo el Nijab o el Hijab la ropa de última tendencia en los EEUU o lencería francesa de la más fina. El gusano de occidente estaría ya presente, entonces, en todas las manzanas. Y no solo eso, ya no se trata de un gusano, Occidente es la manzana misma. La mayoría de los jóvenes con los que trato ya ni siquiera se creen aquel rollo sensacionalista de la guerra de civilizaciones, ni ninguna otra versión postguerra-fría de polarizaciones globales … más bien, siento que los jóvenes se van integrando, asimilando y adecuando masivamente al rollo compresor del discurso de confort de la cultura neoliberal euro-americana que proclama que el mundo es cada vez más uno solo y el mismo. Mientras trataba de comprender hasta qué punto podía asumir como ciertas las presunciones de los estudiantes, cayó entre mis manos una entrevista al semiólogo argentino Walter Mignolo.  En esta misma propone que los absolutos occidentales se están resquebrajando y que la desoccidentalización es un proceso imparable. Toma como primer ejemplo de su hipótesis, la institución occidental por excelencia: el Estado. Nos dice que en Bolivia el concepto de Estado moderno-colonial es algo que ha entrado en debate, de manera saludable, desde sectores internos del gobierno y desde la intelectualidad indígena boliviana.  También se da una situación similar, aunque en contextos históricos sumamente diferentes, en China, en Brasil o en Turquía, países en los que se está comprendiendo que es necesario contrarrestar el liderazgo de Occidente que busca imponer el “estado moderno, secular, liberal” en el planeta y están en la experimentación de nuevos modelos, construidos a partir de sus propias tradiciones e historias locales, a pesar de que los resultados aún no sean claros. Ahora bien, estos cambios en las ideologías imperantes en estos países, aún no ha logrado que se reduzcan las desigualdades dentro de los mismos; al contrario, estas continúan y se agravan al mismo tiempo que las relaciones inter-estatales se equiparan. Mignolo resume que las desigualdades entre países desarrollados y emergentes desaparecen, pero que las desigualdades al interior de las sociedades de los estados desarrollados y emergentes se incrementan. Sin embargo, hay algo fundamental que se está desarrollando y que precisamente puede definir lo que es la desoccidentalización. El intelectual argentino se refiere al crecimiento de la clase media, al hecho de que los beneficios materiales de la modernidad ya no sean privilegio de la clase media de Europa occidental o de Estados Unidos, sino también de la clase media de los países emergentes. Se trata de países que gozan cada vez más de una mayor independencia respecto a Occidente, obtenida paradójicamente, mediante el mismo capitalismo y gracias al fortalecimiento de sus propios aparatos estatales. No obstante, por más que nos desoccidentalicemos, permanece una misma dinámica (en países como el nuestro, por ejemplo) : los beneficios económicos de las elites económicas aumentan y los de las clases medias encuentran la felicidad en el consumo de la esperanza de algún día volverse occidentales.