Al Dr. Murke
Entre las dos y cuatro de la mañana el silencio es casi perfecto. A otras horas del día, la posibilidad de silencio se reduce a cero; la competencia de decibeles es la versión cotidiana de la lucha por la supervivencia. Y a diferencia de los ojos, uno no puede cerrar los oídos. Podrías taponarlos con algodón o dejar que la cera los vaya obstruyendo; no es lo mismo, el sonido en sordina termina enajenándote. Estuve leyendo, a esas horas de la mañana (la palabra “madrugada”, del latín maturicare, apresurarse, connota afanes de trabajador abnegado que no vienen al caso), una novela de un escritor español, que empieza bien: “Este libro trata de cómo no llegó a escribirse otro libro que debería haberse titulado La historia del silencio”. Una pareja de novios decide escribir conjuntamente una historia sobre el silencio (para acallar el propio); luego de muy pocas referencias al tema en concreto, termina convirtiéndose en la típica e insoportable novelita de infidelidades y traiciones, con algunas cuantas escenas de sexo duro y despechado. Un bodrio. Hace unos años ganó el Herralde.
Uno de mis proyectos de novela —que sé nunca voy a realizar— consistía precisamente en escribir sobre el silencio. El epígrafe podría habérselo robado a Hamlet o a algún poeta japonés. Cuando descubrí la existencia de este libro (el del escritor español) respiré aliviado: no sería mi habitual desidia sino el reparo de añadir otro libro sobre lo mismo lo que me impediría concretar mi proyecto. Ahora que sé que tal libro no es lo que prometía el título, no me queda más remedio que cargar mi desidia con una renuncia más. El zumbido constante de la computadora arruina este silencio —por definición— precario.
Uno de los personajes a los que más quiero es el Dr. Murke. De hecho, no se me habría ocurrido la idea de esa novela si no hubiese sido por el maravilloso cuento de Heinrich Böll, Los silencios del Dr. Murke. Tal vez “maravilloso” no sea el adjetivo ideal, considerando otros como “sarcástico” o “burlón” o hasta “divertido”. Cuenta la historia de un editor de sonido que colecciona breves pedazos de cinta magnetofónica grabados con silencio; llega a su casa, los pega y se pasa el resto del día escuchándolos. Con la ventaja —no ocurre en el cuento— de poder subirle el volumen al silencio y concretar la demostración fáctica del más corriente oxímoron: un silencio atronador. Como aquel de 2001: Una odisea del espacio, cuando David Bowman sale de la nave a rescatar a su compañero.
Para escribir esa novela tendría que leer y releer muchísimo. Silenciero, de Antonio Di Benedetto, escritor argentino, podría añadirse a la lista. Un escritor que, a falta de silencio, no puede escribir. Historia recurrente. La habitación de Marcel Proust, por ejemplo, cubierta de láminas de corcho. En una de estas antiguas casonas de sillar, Proust habría quedado contento. Estos gruesos muros, afines a la reclusión monástica, lo habrían preservado del bullicio. Siempre que no hubiese desarrollado un oído de tísico. El síndrome del escritor neurótico. Semejante a un bosque, del polaco Jerzy Andrzejewski, cuenta la misma historia: del silencio como circunstancia imprescindible para escribir. El inicio de este relato es extraordinario: “Desde hace algún tiempo me he vuelto especialmente sensible al ruido”. Unos muchachitos acostumbrados a jugar a la pelota a pocos metros de su casa le impiden concentrarse. Les inventa un cuento sobre una exótica ave del paraíso que oculta en el cuarto trasero, el ruido la estresa tanto que puede morir. El ardid funciona un par de días; finalmente, el escritor se ve obligado a sobornar al más avispado de la mancha —para que se lleve a sus amigos a jugar a otro lado— a cambio de silencio.
Hay personas que no pueden con el silencio, no lo toleran ni en la más mínima dosis. Incluso cuando leen, prefieren tener música de fondo. La música es la versión sofisticada del ruido. Entre el silencio y la música prefiero mil veces el silencio; la música me llega a aburrir y hasta empiezo a detestarla. Si pudiera leer música —en una partitura— prescindiría gustoso del sonido.