No hay país más oriental que Vietnam, por lo menos si nos paramos a ver desde la Península Indochina. La tarde dejó claro a Cristóforo que la luz de la mañana oriental es más fuerte que en cualquier parte del mundo o quizá sólo sea una idea del ojo. Vietnam
no es una ilusión.
Cuando vienen los niños vietnamitas en sus bicicletas, no son sólo niños vietnamitas en bicicleta, sino que traen una canasta por delante que abarca el mundo. Si Cristóforo contara a cada niño, terminaría odiando las bicicletas. Acá viven más de 91 millones de
personas, su lugar en el mundo es el 13, uno de los más poblados.
Quizá por eso la mujer de rojo me mira como un extraño que la mira, como si frente a Cristóforo estuviera el calco del calco de una mujer singularmente hermosa. Oriente no es diferente, es tan común lo anecdótico en las usanzas que Cristóforo parece estar en casa, es decir, en un pedazo de mundo que cambia pasada la noche.
Los zapatos en la entrada, la mujer apetecible, el niño y el anciano, el peluquero de la dulce mueca, las motos orientales y el pescado en la calle….
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