Casi no hay familia arequipeña en la que alguno de sus miembros no haya sido víctima de un robo o un asalto. Si no es su caso, considere a la suya como una familia atípica dentro del concierto de inseguridad pública y privada que mantiene en zozobra al grueso de la población peruana frente a un Estado incapaz de garantizar el mandato al que se obliga mediante la propia Carta Magna, cuyo Artículo Segundo, dice a la letra: “Toda persona tiene derecho… …a la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y bienestar…”. Lamentablemente, la realidad cotidiana demuestra que este trozo de la Constitución Política de la República del Perú estaría referido a aspectos un tanto subjetivos y misteriosos. Sabemos que nuestros derechos están allí, pero… qué tan palpables lo son? Esa es otra historia. Y más que historia, pareciera un cuento de hadas, difícil de creer y menos fácil de materializar.
Para empezar, el derecho a la vida es un simple decir, frente a la cantidad de muertes que ocurren en asaltos y accidentes de tránsito por todo lo ancho y largo del territorio nacional. No estamos bajo estado de guerra; sin embargo, varios de miles de compatriotas mueren cada año y no precisamente por enfermedades terminales. Derecho a la vida en un país que valora muy poco la vida de sus ciudadanos? En un país en el que la vida humana no parece valer nada, o vale menos que un celular, una cartera o un intento por cruzar una calzada? Derecho a la vida, a secas? O mejor debiéramos hablar de derecho a una vida digna, por lo menos. Acaso sólo cuenta el derecho a vivir –un vivir que para muchos es un sobrevivir- , o tal vez el Estado debería comprometerse a velar por el derecho a un vivir de mejor calidad?
El derecho a la identidad resulta en una fábula, frente a las clonaciones de tarjetas y cuentas personales, así como frente a cotidianas falsificaciones de firmas y de huellas digitales en transacciones comerciales fraudulentas. Claro que el derecho a la identidad también se afecta cuando nos alteran el derecho que tenemos sobre la identidad de nuestra ciudad y sus valores patrimoniales; a los que ciertos personajes parecen tenerle alergia mortal. Derecho a la identidad? Sí, pero cómo? Cambiándole el rostro a la ciudad, como si hubiera derecho a borrar una valiosa identidad para dar paso a otra, llena de falsos oropeles? Identidad? Y cómo defender la identidad del presente si nos borran el pasado con el cuento de la modernidad?
El derecho a la integridad moral es otro vil engaño. Cómo esperar integridad moral frente a las peticiones de coimas y pagos debajo de la mesa para acelerar un trámite que no tiene por qué demorarse más de lo debido; o por un resultado que no tiene por qué ser diferente a lo justo y correcto?, Integridad moral? Acaso la hay frente a quienes pretenden reelegirse en el poder, aún a sabiendas que no tienen cómo demostrar otros méritos y otras virtudes que sobrevaloraciones y caballazos? Cómo esperar integridad moral de instituciones que tambalean entre parcialmente desmoralizadas y totalmente amorales?
El derecho a la integridad psíquica es un derecho igualmente ilusorio y ficticio frente a la tortura psicológica de vivir en ciudades inhumanas y crueles. Cómo esperar integridad psíquica en una ciudad con parques enrejados, calles intransitables, tráfico endemoniado y calidad ambiental de las peores en el planeta? Derecho a la integridad psíquica que se queda en el simple texto de la Carta Magna y muy alejado de la realidad cada vez que llegamos a casa enfermos por el agobiante caos urbano, casi como si viviéramos un Purgatorio adelantado. Integridad psíquica con bullying? Integridad psíquica con una prensa televisada que abruma pantallas con programas de microscópica calidad de contenido? Diera la impresión que el Estado se preocupara que todos reciban religiosamente su cuota diaria de estupidez al permitir monopolios prensiles que sólo escupen a la dignidad de las personas y que no contribuyen en nada a generar capacidad crítica y conocimiento de nuestra propia realidad. Circo para el pueblo! Dejad a las mentes de los ciudadanos henchirse de farándula, futbol y chismes.
Y finalmente, derecho a la integridad física? Pero cómo, si ésta es conculcada a diario en el peligroso andar por veredas angostas y maltrechas; y apiñados en combis asesinas que siguen confundiendo niños con perros y pasajeros con bultos. Integridad física para todos? Y los miles de discapacitados para quienes la Ley de Leyes es tan solo una ley relativa y taxativa a su condición de ciudadanos de segunda o tercera? Discapacitados sin opción a ser escuchados y sin opción de contar con un Estado que les garantice integridad física en su diario andar por calles y vehículos de transporte público. Integridad física en una ciudad tomada por secuestradores al paso? Integridad física en una ciudad a merced de las llocllas desbocadas? Recordemos que integridad física que no hace eco a la integración social no es ni integridad física ni integración social.
Si pues, al parecer, nuestra Carta Magna incluye algunos versos dignos de un romántico cuento de hadas; en donde todo suena muy bien, los pajarillos cantan y el murmullo de los árboles no es más que el prístino fluir del viento por entre sus ramas; pero, eso no concuerda con la realidad! Y como bien sabemos, cuando la realidad no coincide con la idealidad (aquella sugerida por la Constitución Política del Perú), entonces estamos frente a un problema.
Pero el problema no es la aparente (muy aparente) similitud entre nuestra Carta Magna y un Cuento de Hadas. El problema es que hemos caído en la falsa creencia que la Carta Magna no tiene por qué coincidir con la realidad, al punto de asumir que estamos viviendo un verdadero cuento de hadas, donde todo va bien y todo funciona bien; donde todos estamos felices y seguros, y la alegría es nuestro pan de cada día y que sólo unos cuantos desadaptados y disonantes seres, somos los únicos que vemos todo chueco y descalabrado. Ese es el verdadero problema y, peor aún, sin que nadie nos aclare por qué razones el contenido de la Carta Magna no se hace realidad; y mientras no sea así, será un cuento de hadas.