Después de varios años -haciendo lo que todo gobierno municipal debiera hacer más a menudo- se convocó a concurso la intervención de uno de los espacios públicos más emblemáticos de la ciudad. Como nunca antes, decenas de equipos de jóvenes estudiantes de arquitectura de diversas universidades del país, presentaron propuestas para la peatonalización de la Plaza de Armas y las 8 calles de su entorno inmediato, constituyéndose en un hecho saludable y beneficioso, tanto para la ciudad, como para la profesión de la arquitectura. Las sinergias provocadas han sido impresionantes y han permitido colocar a Arequipa en la honrosa lista de ciudades que promueven y debaten la concurrencia de ideas para resolver asuntos de interés colectivo.
Para el caso, era más que evidente -y hasta un tanto irónico- que uno de los principales espacios públicos de la ciudad, la Plaza de Armas y los Portales, hayan devenido en inaccesibles debido a las diversas barreras arquitectónicas que lo han acompañado desde siempre. Ni siquiera una simple rampa pudo habilitarse en cada una de sus cuatro esquinas para facilitar el acceso de paseantes discapacitados. Mucho menos nada para permitir el acceso universal a los portales superiores; aunque aún se recuerdan algunas -poco cabelludas- ideas, como aquella que sugería puentes para interconectarlos o la poco feliz idea de agüitas danzarinas y fulgurantes en la pileta central.
La idea de recuperar áreas públicas centrales para uso peatonal es bastante popular entre ciudades europeas y asiáticas, donde brillan espacios tan emblemáticos y de buen gusto como el Strøget de Copenhague y su envidiable red de casi 100,000 m2 de calles y plazas peatonales. Arequipa, como algunas otras en América Latina, ha optado por imprimir un aire de humanidad en una parte del kilómetro cuadrado que ocupa su Centro Histórico y bien hace en recuperar más espacio para el peatón; dejando el resto de los 100 km2 de la inmensa metrópoli para el vehículo. Es obvio que esta decisión tendrá que venir acompañada de iniciativas para promover la paulatina relocalización de actividades y servicios, hoy sumamente concentrados en el Centro Histórico; así como de otras medidas de gestión de la movilidad y la accesibilidad a escala urbana.
El concurso lanzado indagaba ideas de cómo podría lucir el rostro del espacio público del Centro Histórico luego de una intervención de cirugía menor encaminada a una ineludible rehabilitación pero conservando su memoria histórica, además de reducir su contaminación atmosférica, sonora y visual (sic), entre otras consideraciones que redundaban en una apropiación colectiva del espacio; aunque no me queda duda que cada desfile, procesión, huelga o marcha de protesta no haga otra cosa que apropiarse colectiva -y peatonalmente- del espacio, como reafirmando su calidad de espacio de uso múltiple por excelencia, habiendo fungido desde mercado y establo hasta escenario de sermones políticos, incluido concierto de rock, pasando por trinchera de luchas populares hasta teatro de enjuiciamientos y ejecuciones públicas.
Si bien el proyecto ganador del concurso promueve la apropiación del grueso del espacio público de la Plaza y sus alrededores, hay algunos temas que no aparecen claros ad portas de su inminente intervención física. Uno de los aspectos más complicados es, tal vez, el referido al impacto vial de la propuesta, teniendo en cuenta que el éxito de una medida de peatonalización de esta magnitud depende, en gran medida, de la operación de un eficiente sistema de transporte. Tal parece que todos los concursantes han obviado este factor, asumiendo –gratuitamente- que alguien se encargará de resolver el asunto; cuando en realidad no hay estudios ni proyectos que garanticen un aceptable comportamiento del tráfico vehicular después de la peatonalización de las 9 manzanas centrales. No se conoce de otros proyectos orientados a resolver el tema de aparcamientos periféricos para evitar el colapso de las vías vehiculares periféricas al área peatonalizada. Tampoco existe una clara relación con el fantasmagórico proyecto del monorriel y su articulación física con el Centro Histórico (por lo menos desde la estación más cercana).
En cuanto al impacto paisajístico de la idea seleccionada, ya adelantamos nuestro parecer frente una exagerada provisión de masa forestal, al punto de transformar la actual imagen solariega por otra con un perfil rusticano y campestre -sin menospreciar pueblos, campos y ruralidades- imagen contraria a las aspiraciones de la ciudad más moderna, importante y cosmopolita del Perú –después de Lima- y que busca maquillajes de modernidad (Alfredo Zegarra, dixit et opus). Ahora, si bien toda presencia de cobertura vegetal es bienvenida, sobre todo en una zona de alta radiación solar e incidencia ultra violeta como es el Desierto de Atacama, lamentablemente habría que esperar 30 o más años para gozar de la sombra arbórea de la propuesta ganadora, salvo que se adopten árboles maduros, cuyas técnicas de paisajismo avanzado no están al alcance y dominio actual de la MPA. Por lo pronto, los plantones que se observan en Mercaderes, Sucre y Bolívar, desde ya, no anuncian nada prometedor a respecto. En cuanto al impacto en la ecología del paisaje, es positiva la generación de masas forestales citadinas como corredores de fauna urbana; pero también es cierto que la sobrepoblación de algunas especies no deseadas (aves) podría constituir un serio problema sanitario a futuro, además de mayores gastos y compromisos de mantenimiento que inexcusablemente terminan en negligencias y olvidos contra todo rastro de gestiones anteriores.
Al final, lo más importante no es producir ideas y proyectos para el placer de los ojos críticos de arquitectos y artistas; sino más bien para el pleno placer de los ciudadanos, quienes deberán encontrar en este lugar, un espacio público identificable con la historia de la ciudad y con las historias y experiencias de cada uno de ellos. Por ahora solo hay que esperar que la amalgama de jóvenes y frescas ideas produzcan un proyecto mejor para la ciudad; siempre y cuando se mantenga una política de puertas abiertas para contribuir al éxito de una cirugía al paisaje citadino que debe garantizar, por encima de cualquier otro interés, cifras y aspiraciones positivas para todos.