Pulmonía

Puñetazos

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Vivo en Lima. Es una ciudad que para muchos tiene el clima ideal. Nunca llueve. Nunca hace demasiado sol. Nunca hace demasiado frío. No obstante, después de vivir aquí ya tres años, afirmo lo contrario. El frío es muy húmedo y el calor muy tímido. La temperatura prometida por la televisión (el clima real) nunca concuerda con la temperatura sentida por mis cueros (la sensación térmica). El diccionario reza que la sensación térmica es la impresión aparente que se tiene del clima en función a parámetros que modifican el ambiente en el que cada quien se mueve. Supongo que es por eso que en Lima es costumbre decir que nos estamos muriendo de calor o que nos estamos pelando de frío, muchas veces a pesar de lo que dice un termómetro corriente; sin embargo, no solo la temperatura (seca o húmeda del aire) determina la sensación del cuerpo humano, sino otra serie de elementos que pueden mejorar o empeorar la sensación. Así, que las ventanas estén abiertas o cerradas (o que tengan o no el vidrio roto), que haya plata para tener aire acondicionado en medio del verano o que la vida nos dé los suficientes recursos para ir bien abrigados en invierno serán condicionantes que modifiquen nuestra percepción de la temperatura real. Al final, sé poco de clima y, honestamente, solo puedo hablar sobre la realidad inmediata de mi piel. Justamente, estuve pensando en una analogía de mi propia experiencia que me permitiera explicarles a mis alumnos de la universidad la diferencia que existe entre el desarrollo real de un país y la sensación de desarrollo en que nos sume toda una serie de discursos sobre el éxito económico actual del Perú.  Y se me ocurrió que referirme a la sensación térmica y a la temperatura real era la comparación perfecta. Así como las radios te anuncian temperaturas agradables de 20 grados o en la televisión te auguran un otoño suave y un invierno dulce, de igual manera Estado y empresariado tienen campañas exitosísimas en cuanto al clima económico. Y han inventado una fórmula infalible, el Perú es una marca y todos debemos estar orgullosos de ella y ser sus embajadores. La “marca Perú” ha calado hondo. Primero fue un inofensivo publirreportaje que informaba a los habitantes del pueblecito de Perú en Nebraska, Gringolandia, que ellos eran peruanos y que tenían, por lo tanto, derecho a comer rico. Luego, de muchos premios a su acertado ingenio (no diremos lo contrario) vinieron las vallas publicitarias gigantes, el merchandising natural en estos casos (ropa y todo tipo de chucherías), hasta que ahora el bendito logo de la tal marca aparece, incluso, en las monedas de un sol. La gente de las grandes ciudades está totalmente obnubilada… incluso aquellas cuyo presente sigue siendo aún tan gris como el color del cielo de Lima, y cuyo futuro probablemente sea bastante negro. Pero es que la sensación térmica de sus economías no corresponde en lo absoluto con la temperatura real de sus bolsillos y aún menos con el del clima concreto de las oportunidades. No seré, sin embargo, tan mezquino. Es verdad que ellos, los extremos pobres, y que son casi el 30% de la población peruana, son menos pobres, pero lo que no nos dicen es que hay otros, el 5% de la misma población peruana, que son inmensamente más ricos. La proporción en la que los bienes y comodidades de la clase alta se han incrementado no están en la más mínima adecuación con la proporción en la que la población más pobre ha conseguido algo. El espejismo del desarrollo está por todas partes. Es una propaganda incesante. Y la gente así se lo cree. No hay cuestionamiento del sistema. Lo único que importa es la sensación inmediata de que algo está mejorando. Y si lo cuestionas. ¡Ay de ti! La respuesta última que te darán es que Roma no se construyó en un día y que tú no amas a tu país. Es mejor seguir disfrutando del frío en manga corta porque todo a nuestro alrededor nos dice que hace calor. Pero, el Banco Mundial nos desmiente. Somos uno de los países que menos avanzó en equidad en los últimos 20 años. Estamos a la cola en mejorar la infraestructura vial, en acabar con la desnutrición infantil o en combatir la violencia contra las mujeres. Sí, es cierto que caen más migajas que antes de la mesa de los biencomidos….  pero, todavía queda lejos aún el día en que, parafraseando a César Vallejo, amanezcamos “correctamente” desayunados todos (me contento con poco). Mientras sigamos creyendo la meteorología del Estado y las buenas previsiones climatológicas de, por ejemplo, la minería, mientras el desarrollo se resuma sobre todo a publicidad y hábil propaganda seguiremos creyendo que hace calor aunque haga frío. Y no tardará el día en que enfermemos de alguna pulmonía mortal. ¡Atchissss!