Luzgardo Medina, fascinación por la palabra

Resacas

Luzgardo-Medina 

Luzgardo Medina obtuvo el Bronce en el último Copé de Poesía, en el 93 había merecido ya una mención honrosa. Ha escrito La boda del dios harapiento (1981), Cuervos en Sodoma y Gomorra (1983), Ad libitum (nombre familiar, 1995), Contra los malos presagios (1995), entre otros. El poeta no ha perdido la inocencia (esa inocencia que, a falta de mejor adjetivo, habría que llamar ‘primordial’), y aunque tengo unos cuantos años menos que Luzgardo me siento muchísimo más viejo y muchísimo más cansado…

 

 

– ¿Cuál es el título de tu poemario y el seudónimo que elegiste?

 

Luzgardo Medina: Mi último viaje literario tiene por título Alegorías para un amor gitano y una carta para César Moro, mi seudónimo fue “Sadinoel”. Sobre el libro debo decir que contiene 21 alegorías o poemas, el último es una carta al poeta surrealista. Los versos aluden a una muchacha/niña/novia/mujer sin nombre, sin rostro, sin nacionalidad y sin sombra, pero que prodiga amor en todos los idiomas. Con respecto a la última alegoría, se la dedico a César Moro porque considero de necesidad vital vindicarlo, pues junto a César Vallejo, Martín Adán, Xavier Abril, Emilio Adolfo Westphalen, Oquendo de Amat y Enrique Peña Barrenechea son los puntales de la poesía peruana. Muchos críticos, siendo tales, no pasan de la Tortuga ecuestre (1924 – 1949), editado con una nota de André Coyné (con quien pude dialogar sobre Moro). ¿Por qué no van más allá? ¿No entienden el francés de Moro? ¿No pueden abordar la poética de un surrealista a plenitud? Moro fue uno de los militantes del malditismo poético de la Francia surrealista, merece ser estudiado con la misma seriedad que los demás.

 

 

– ¿Y “Sadinoel”?

 

LM: Este seudónimo fue un préstamo que mi padre me hizo, pues cuando joven él escribía sus versos escolásticos con ese apelativo que no es sino su nombre al revés. En mi mundo interno guardé una oportunidad para darle una pequeña alegría, mas él partió de un modo inesperado hacia el sueño eterno con un terrible cáncer, pero con un corazón abundante de generosidad.

 

 

– Cuéntame sobre tu proceso de escritura.

 

LM: Escribo cuando quiero o cuando me place, es decir en las combis, en los parques,  en alguna oficina mientras espero que me atiendan, en los momentos más inesperados, mirando a las aves canoras que tengo en mi casa o comiendo un rocoto relleno de las manos de Celia Sanalea Reaño, la mujer más bella que he conocido desde otras vidas, una mujer que amo con las cebollas y con los tomates más rojos de la pradera arequipeña. Ni la vida ni la muerte me exigen escribir. Escribo para olvidar o para recordar un hecho. Escribo por placer más que por compromiso. El acto de escribir es una explosión violenta cuyo instante en que va a suceder ignoras, es un acto de amor puro que puede darse en medio de la soledad total o en medio de un orgasmo angelical. Conservo cierta disciplina en este acto tan sublime y tan inexplicable de coger la nada y construir palacios con palabras bellas, casi el 80% de mis creaciones nacieron en el horario de las cero horas y las cinco de la mañana, cuando casi medio mundo duerme, yo escribo.

 

 

– ¿Qué temas abordas en este poemario?

 

LM: Te dije que estos poemas están dedicados a una mujer que sale a pasear por el mundo vestida de gitana, una mujer que no tiene nombre, es amorfa, carece de documentos de identidad y, con ella, paseo imaginariamente por varios lugares de nuestra ciudad; imagino amarla y que me ama, pero de pronto se va y desaparece; es que el amor llega cuando menos piensas y se va sin previo anuncio, muchas veces por necedades o simples estulticias. El amor es el pretexto más antiguo para abordar temas sociales o los temas de la paz, la guerra, el exilio, el racismo, la ecología, la historia y la injusticia. Abordo una diversidad temática sin caer en el panfleto, conservo mi música interna nutrida con el surrealismo y el barroco, me encanta hacer imaginar a los lectores y que viajen en el lomo de la palabra austera o la palabra exquisita.

 

 

– No es primera vez que obtienes un reconocimiento, ¿afecta esto tu escritura?

 

LM: Los premios en cierta medida te dan una señal, no es determinante, pero es una fuerza invisible que te dice que estás yendo por buen camino; sin embargo, no lo es todo, porque el escritor consulta a su crítico interno si está haciendo bien o mal las cosas. Algunos le hacen caso al crítico interno, otros le prestan oído a los fanfarrones que no saben nada de crítica, otros se dejan marear por los halagos y se dan aires de semidioses, otros sabiendo que no son nada se creen los más edulcorados del universo literario, otros prefieren el mutismo y es la mejor actitud para crecer, creo yo. He ido ganando los premios más importantes del país, pero eso no me hace más grande que otros poetas, tampoco me quita el sueño. He conocido poetas muy inteligentes, pero se quedaron envueltos en su brillantez, yo no soy inteligente, todo se lo debo a mi constancia, mi perseverancia y mi disciplina. Para ser poeta no se precisa ganar premios ni publicar libros, pero se requiere compartir —de alguna manera— las exploraciones versales o inquietudes hechas con la palabra. Al final, son las obras las que hablan por uno; allí, en el tiempo, no valen las falsos ropajes ni los halagos, el tiempo sabrá dar a cada quien el valor literario, el tiempo vestirá con las ropas ciertas al que mereció ser vestido.

 

 

– Este año tres arequipeños han obtenido reconocimiento en el Copé. ¿Tu opinión al respecto?

 

LM: Arequipa siempre dio mucho que hablar en la literatura peruana. Jóvenes escritores están ahí, en los dinteles del éxito, en las mismas puertas en donde la gente brilla con sus propuestas. Aunque no solamente Arequipa exhibe nuevas sombras y nuevas obras, también figuran muy buenos hermanos de Puno, Moquegua, Tacna y Cusco. Todo el Sur es una tromba de luz en poesía, en cuento y en novela. Me causa una enorme emoción saber que son muchos los que conviven con la palabra en todas sus formas.

 

 

– ¿Algún nuevo proyecto literario o artístico?

 

LM: Siempre estoy trabajando, no bajo un concepto exacto. Antes planificaba un libro, ahora me dejo llevar por el viento, por la circunstancia, por mi olfato o mi instinto de conservación. Tengo tres libros de poesía que los estoy puliendo desde hace dos años atrás, todo acto de pulir es otro dolor de cabeza, es un acto interminable que casi siempre termina siendo la raíz de otro trabajo.  Me he metido a la novela y al cuento, el tiempo dirá si valió la pena sumergirme en estos inmensos mares en donde no es fácil sobrevivir. Estoy ahí remando contracorriente.

 

 

– ¿Se puede vivir de la literatura?

 

LM: Todo el mundo puede vivir como poeta, pero no de poesía. Todo el mundo puede sentirse poeta, pero cuando el hambre arremete ahí es cuando uno se da cuenta que es un humano más. Tengo que realizar otras actividades como ser jardinero, taxista, pastor de vacas, “ordeñador” de frutales, camaronero, carpintero y cocinero. Soy mil oficios. Para todo soy bueno. Mi mayor anhelo es, algún día, vivir de lo que hago con mucha pasión. Felizmente no le he mendigado al Gobierno Regional un puesto de trabajo ni la edición de uno de mis libros, no pertenezco a la argolla del Señor Presidente del Gobierno Regional, esa argollita que se dan la mano para aparecer en las antologías editadas con la plata del pueblo, con nuestra plata, con mi plata. Filosóficamente los “guillenistas” pronto se irán, vendrán otros y recién podremos contar con el respaldo de otras autoridades que no den crédito a las “vendetas” literarias  «alonsianas», será entonces que pueda imprimir mis libros para vivir de algo material.

 

 

– ¿Cómo incentivar la lectura (y la escritura) en los niños y jóvenes?

 

LM: Pregunta clave. Cómo enseñarle a comer a un niño: se comienza con juguitos, papillas, batidos, más sólidos, más líquidos, carne, rocoto, etc. Tenemos que comenzar a sembrar en las instituciones educativas el gran placer de la lectura, en casa tenemos que sembrar esa alegría tan especial por leer y conversar de ese gozo. Generar un clima de amor por los libros,  fomentar una empatía grande por escribir aunque sea pequeñas cartas y/o versos de  cuatro o cinco líneas. Idear formas para atraer a los niños y que jueguen con los libros. Crear bibliotecas infantiles, en donde los niños lean echados en el suelo, sentados en las mesitas pequeñas, libres de todo prejuicio, que pinten o subrayen los libros; hay que crear ambientes en donde los niños puedan jugar y leer a la vez. Jamás amenacemos a los niños “si te portas mal… vas a leer toda la tarde”. Entonces, sólo entonces, más tarde habrá lectores en cantidad. Ahora hay lectores de literatura mediocre o de escritos con manicura, manejados con otro trasfondo ideológico de un capitalismo en pleno deterioro. Absurdo resulta que los profesores recomienden lecturas de poco sentido estético y de identidad nacional. Hay profesores por montones, pero no hay profesores con alma de lectores, con alma de investigación, con alma de niños, con alma de sembrar todos los instantes de la vida. Todos repiten dos más dos, y punto. Así jamás tendremos nuevas hornadas de lectores.