En la Zona Negativa

Resacas

seré invencible

A Lily

Atrapado en el colchón de la Zona Negativa, mi superpoder es no querer hacer absolutamente nada; y si alguna vez he terminado haciendo algo (por lo general, a cambio de una remuneración), juro que ha sido totalmente en contra de mi voluntad. No uso capa pero sí una vieja y raída bata azul salpicada de puntitos castaños producto de esporádicas quemaduras de cigarrillos, mi infaltable fuente de energía. No siempre fue así, cuando era niño mi fuente de energía eran los focos del alumbrado público; esperaba que se prendieran, fijaba la vista en uno de ellos y al cabo de diez segundos toda su energía me era transferida; si tenía suerte, me servía para meter un gol de último minuto en los partidos con los amigos que jugábamos en la calle. Una de las razones por las que he quedado atrapado en la Zona Negativa, es porque la chica de la que estoy enamorado cree que soy un supervillano; aunque a veces me deprime, conviene que piense así para mantenerla alejada de los peligros y estragos de mi invencible apatía. Prefiero hacer el bien por omisión; ya saben, según la frase de Pascal: “Todas las desdichas del hombre derivan del hecho de que no es capaz de quedarse tranquilamente encerrado en su habitación”. Incluidas, por supuesto, las desdichas de las que somos causa. (Acostado en la Zona Negativa, leí La Fortaleza de la Soledad, de Jonathan Lethem; sin el menor sentimiento de culpa, me pasé un centenar o más de páginas. Hay un anillo mágico que trasmuta de poder según las necesidades de quien lo lleve. Pese a que es una novela fallida, se reconoce de inmediato al buen escritor; lástima que no haya escrito otra cosa sobre superhéroes).

Otro de mis superpoderes, por lo menos cuando de chicas se trata, es que soy invisible, prácticamente transparente, como Lily, el amor platónico del Doctor Imposible, el villano más carismático del mundo y autor de una frase que quiero memorizar, pues presiento que me haría mucho bien asumirla como parte de mi visión particular del mundo: “La línea que separa los superpoderes de una enfermedad crónica es muy fina” (Muy pronto seré invencible, 2007; Austin Grossman). Totalmente de acuerdo. Y no soy el único. Karoo, protagonista de la novela rescatada del olvido de Steve Tesich, opina lo mismo. Asegura que su problema con la bebida —es capaz de ingerir cantidades industriales de alcohol sin sufrir efecto alguno—, puede deberse a algo “desatornillado” o “fuera de su sitio” en su interior. Capaz de mezclar litros de tequila y ron y vodka y lo que fuera sin perder un ápice de lucidez, Karoo (que etimológicamente quiere decir “seco”, “estéril”) vive condenado a fingirse siempre borracho. Se recomienda mantener los superpoderes en secreto.

Saleem Sinai, cuyas aventuras relata Salman Rushdie en Hijos de la medianoche, vive también obligado a mantener su superpoder en secreto. Saleen puede saber qué estás pensando en este preciso instante; solía subirse a lo alto de una torre a sintonizar el barullo de pensamientos de toda una urbe y, si quería, sintonizar especialmente con tal o cual otro anodino ciudadano. Aunque no lo crean, poder saber qué piensan los demás puede ser muy aburrido. No olvido mencionar la prodigiosa (por su tamaño y talento) nariz de Saleen, capaz de diferenciar entre los olores más sutiles de la tierra, superada solo por el genio indiscutible del olfato, el abominable Jean-Baptiste Grenouille que, en la Francia del siglo XVIII, mantuvo en vilo a las jovencitas francesas de relajadas costumbres. En busca del perfume sublime, les arrebató la esencia (y la vida). Y aunque no tuviera un olfato prodigioso sí que podía oler en condiciones nada propicias, a través de la línea telefónica; me refiero a Hans Schnier, perdido como yo en la Zona Negativa, que, en Opiniones de un payaso, explica así su mal/superpoder: “Olvidé mencionar que soy sensible no sólo a la melancolía y a la jaqueca, sino que poseo, además, otro don casi místico: puedo percibir olores por teléfono…” A Hans le hubiese más bien convenido el don de Karoo, tomar sin sufrir los estragos pues un payaso que se da a la bebida cae más pronto de lo que un techador borracho cae…

Si la Zona Negativa fuera una trampa de vidrio, mi pequeño amigo Oscar, a fuerza de su invencible voz vitricida, hace rato que la habría hecho añicos. Y me habría liberado. Entretanto, intento superar este antojadizo Mal de Funes —aunque no lo recuerdo todo, sí lo recuerdo todo de ti, a riesgo de sonar a balada pop—; y aunque no seas una de esas bombas-cohete de El arco iris de gravedad que viajan más rápido que el sonido, se siente tu ausencia ahí donde el príapo de Slothrop presentía la proximidad de uno de esos silenciosos proyectiles… Tyrone Slothrop, anagrama de Sloth or Entropy, Pereza o Entropía, acertijo que viene a cuento pues la Zona Negativa está hecha precisamente de ambos elementos: pereza y entropía (¿Qué es entropía? ¿Y tú me lo preguntas? Entropía… eres tú). Si el Mal de Funes persiste, si la Zona Negativa persiste, no me quedará más remedio que aprender el viejo truco budista de detener el corazón, suspenderé su latido, si se puede, indefinidamente, como sabía hacer, tal vez entendí mal, un personaje del Ramayana, o para no ir tan lejos, como hacía Neary, amigo de Murphy, conocido de Beckett, para, cito, “no sufrir la ansiedad de un vaso vacío ni las punzadas de una apetencia sexual sin esperanza”.