Los trabajos forzados

Resacas

la-grande-bellezza-2013

A Sísifo

Me pregunto si Sísifo envidiaría la suerte de Prometeo. Si, en lugar de empujar cuesta arriba la pesada roca, preferiría vivir encadenado a otra semejante (ni el río ni la roca serán jamás los mismos), soportando los picotazos de un águila en el hígado que, no tardando en regenerarse, vuelve a convertirse en alimento. Tal vez, pensaría Sísifo, termine acostumbrándome al dolor, pues no termino de acostumbrarme al esfuerzo inútil de, una y otra vez, tener que, etcétera. En las noches que salgo a pasar el rato en algún bar o discoteca me siento un poco Sísifo, y un poco Prometeo. Son los trabajos forzados a los que he sido condenado. Mi castigo por haber sido —por ser— yo y no otro.

En cuanto a Prometeo, la relación es más rebuscada. Los cigarrillos son el fuego que robó a los dioses, y la temida cirrosis los picotazos del águila en el hígado. Hace unos días vi La Gran Belleza, la película de Sorrentino que el año pasado ganó un montón de premios. La historia de un tipo (muy inteligente, muy sofisticado, muy carismático) que ha renunciado a la literatura y se dedica ahora al periodismo de espectáculo y a la juerga. Es la misma historia de La Dolce Vita, de Fellini, adaptada a estos tiempos y, por supuesto, contada a otra velocidad. Cuando le preguntan a Gep Gambardella —recordarán que el protagonista de La Dolce Vita es Marcello (Mastroianni) Rubini— por qué no ha vuelto a escribir otro libro, responde “porque salgo mucho de noche”. Al final da una respuesta seria que, por ahora, no viene a cuento (nunca vendrá a cuento: “Porque buscaba la gran belleza y no la he encontrado”). Ante la misma pregunta, Marcello no hace sino admitir su falta de confianza. Dice algo así como, “no creo que lo que escriba sea bueno”. En ambas películas ocurre un suicidio, en la de Fellini el suicida es hamletiano, en la de Sorrentino, una parodia de lo hamletiano. Pese a estar siempre con un vaso en la mano y dándole duro al cigarrillo, ni Gep ni Marcello se emborrachan ni llegan a asquearse. Exagero. Gep se emborracha al comienzo, mientras celebra su cumpleaños número sesenta y cinco; y Marcello al final, después del suicidio de su amigo; sin embargo, ninguna de sus borracheras es gratuita, como corresponde al condenado a cumplir exhaustivamente con su pena.

Apoyado en la barra pienso en una frase de Gep: “No puedo perder más tiempo en hacer cosas que no quiero hacer”. Sísifo baja de nuevo detrás de su roca. Prometeo tiene otra vez sed. Y porque me inclino hacia el equilibrio —por definición, toda inclinación atenta contra el equilibrio, razonamientos de borracho— quiero citar una frase de La Dolce Vita, de Steiner, el amigo que termina suicidándose: “La paz me da mucho miedo. Le temo más que a ninguna otra cosa. Imagino que es sólo apariencia, y que oculta el infierno”. Steiner, de La Dolce Vita, y Gep, de La Gran Belleza, viven en el mismo edificio. Es probable que Gep, sabiendo del suicidio de Steiner, haya querido ocupar su piso. Ambos protagonistas encuentran en el amor adolescente una posibilidad de redimirse; Gep en las reminiscencias de su primer amor, Marcelo en una jovencita que conoce en la playa y que le hace pensar en ángeles. Si tuviera que elegir un compañero de juerga, llamaría a Gep; cuando Marcello se excede de tragos suele ponerse violento.

A partir de las dos, dos y media de la mañana, me dedico a quitarme la borrachera a punta de limonada; y ya no cargo conmigo ni cajetilla ni encendedor, gorreo de vez en cuando una pitada para que no piensen que he dejado de fumar y, considerando que algunos me conocen de toda la vida como un fumador empedernido, no vayan a preocuparse. Admito que hago trampa en esto de los trabajos forzados, como si Sísifo de pronto cargara una piedra de utilería, de cartón-piedra o espuma; o como si Prometeo hubiese acordado un pacto imposible, una tregua ridícula, con el águila. No pienso que el periodismo de espectáculo sea una ocupación más —o menos— frívola que la literatura (supuesto del que parten ambas películas); Marcello no lo sabe, Gep sí. A diferencia de ellos, no quiero ser escritor pero sí comparto la misma cojuda insatisfacción, la misma seria inquietud.