Los líquenes y el amor

Resacas

en el día del amor

14 de febrero

Tengo un amigo al que veo una o dos veces al año, en la barra de siempre, parcialmente ebrio, totalmente deprimido, porque acaba de terminar una relación sentimental. No conozco a nadie más enamoradizo. Cada vez que termina con una chica es porque ya ha conocido a otra que le gusta un poquito más. Lo divertido es que se las arregla para que sean siempre ellas (nunca él) las que terminan dejándolo; luego sufre cada ruptura como si realmente no se la esperara. Es una mezcla entre Gatsby y Geoffrey Firmin (de Bajo el volcán); tiene su Daisy, o su Yvonne, a la que vuelve, por lo menos el par de horas que hablamos, entre novia y novia. Aunque se nota que ha llorado, me asegura que nunca habrá de sufrir tanto como cuando ese primer gran amor lo dejó (y aquella vez, sin que él realmente se lo esperara). Nunca es vulgar cuando me habla sobre alguna de estas chicas; pese a que vivimos en tiempos genitalmente obsesionados, jamás me ha contado ni sugerido nada sobre sus glándulas sudoríparas.

Los líquenes tal vez sean los organismos más resistentes del mundo, capaces de crecer en temperaturas extremas, bastante alejadas del cero hacia arriba o hacia abajo. Por lo general, crecen pegados a una roca; antes se creía que era la misma roca en su proceso de convertirse en planta. “¡La piedra inorgánica, espontáneamente, se convierte en planta viva!”, apuntaba, en 1812, un tal doctor Hornschuch (comentario que recoge Bill Bryson, en Una breve historia de casi todo). Era obsesión de Flaubert escribir un libro sobre nada; de Rousseau, dedicar uno “a cada liquen que tapiza las rocas”. Las especies de líquenes que existen en el mundo superan las veinte mil.

Mi amigo no me habla en absoluto de las mujeres que acaban de romper con él; me habla de su amor por esa mujer, que puede ser cualquier mujer; la mujer misma (quién es, qué hace, cómo es) no importa para nada. Me confiesa, con sonrisa culpable y cínica, que ha conocido a otra linda chica, que es muy diferente a la anterior, pero a la que ya empieza a querer igual. Sin importar su destino, es decir, de quién está enamorado ahora, su amor no varía gran cosa. Me asombra que, pese a terminar borracho y deprimido en la misma barra de siempre, contando sus desventuras prácticamente a cualquier desocupado un viernes o sábado por la noche, insista en esto del amor y con idéntico entusiasmo, como si no pudiera tomar conciencia de lo que ya le ha pasado un par de veces (Mierda. Parezco el tipo que, con los pantalones prácticamente abajo, le pide a los otros que por favor se suban la bragueta). El amor es ciertamente más complicado. “Más complicado que los líquenes”, le dice Kenneth irónicamente a su tío Benn, que es botánico, en una novela de Bellow.

Los líquenes demoran una eternidad en crecer. Para que un liquen alcance el tamaño de una moneda de cincuenta céntimos, precisa de unos cien años. Pelusa insignificante aferrada a una roca cualquiera que, humildemente, se empeña en crecer sin testigos. Si nos armamos de paciencia, podemos contemplar cómo se cierra una flor al acabar el día. Contemplar el crecimiento de un liquen, es humanamente imposible. Escribe Proust que los líquenes es lo único que no cambia entre estación y estación. Son una suerte de mezcla entre hongo y alga; imaginen un retorno, una vuelta a los orígenes de la vida, replicada en cientos de miles de lugares alrededor del mundo, incesantemente. Para que el mundo entero se cubra de liquen (es típico ver en esos documentales o películas-resumen-de-la-vida cómo se extiende el liquen; imágenes que sólo pueden haber sido creadas en computadora), para que todo lo que sea roca o árbol en este mundo se cubra de liquen, falta todavía que se rompan unos cuantos corazones. El corazón de mi amigo, por ejemplo, se romperá y parchará unas cuantas veces antes que el liquen menos modesto —el más ambicioso y pretencioso del mundo, si es posible concebir un liquen así— alcance a extender su superficie una centésima de milímetro. Antes que un liquen cualquiera crezca medio milímetro, millones de nosotros habremos dejado de existir.