Una sensibilidad dispersa

Vuelta de tuerca

artículo de Pedro Cornejo

 

Si hay un fenómeno que ha jugado un rol determinante en el proceso seguido por la modernidad después de la segunda guerra mundial es la irrupción de las masas y, junto con ella, el de los medios de comunicación masivos. Esto generó una extraordinaria demanda en el ámbito de la cultura que fue satisfecha con el surgimiento de lo que se ha dado en llamar una “cultura de masas”. El nuevo protagonismo de las masas y la difusión de una cultura al alcance de todos, pareció ser coherente con el proceso de democratización de las sociedades avanzadas luego de la segunda guerra mundial.

No obstante, no todos compartían el optimismo respecto a la emergente sociedad y cultura de masas. Desde la Escuela de Frankfurt, pensadores como Theodor Adorno y Max Horkheimer fustigaban implacablemente el nefasto papel de lo que ellos denominaron “industria cultural”, para hacer referencia justamente al sello indeleble de mercancías producidas en serie que, según ellos, tenían los productos de la cultura de masas.

Le correspondió a Walter Benjamin otro filósofo alemán ligado inicialmente a la Escuela de Francfurt la tarea de entender el proceso de recepción de los productos de la cultura de masas como una nueva forma de apropiación de los objetos culturales. En efecto, Benjamin hablaba de una percepción distraída o dispersa que se acostumbra, subrayando así el colapso de toda una manera de relacionarse con la cultura basada en la concentración intelectual y el recogimiento espiritual y el surgimiento de una nueva sensibilidad que poco a poco se habitúa a asimilar los estímulos que la rodean de una manera fundamentalmente dispersa, sensorial, múltiple y simultánea, con resultados obviamente distintos pero no necesariamente mejores ni peores que la anterior sensibilidad a la que pensadores como Adorno y Horkheimer se aferraban.

“Comparemos”, dice Benjamin, “la pantalla sobre la que se desarrolla una película con el lienzo en el que se encuentra una pintura. Este último invita a la contemplación; ante él podemos abandonarnos al fluir de nuestras asociaciones e ideas. Y en cambio no podremos hacerlo ante un plano cinematográfico. Apenas lo hemos registrado con los ojos y ya ha cambiado. No es posible fijarlo”.  Es decir, la actitud contemplativa y de recogimiento no caben dentro de la experiencia perceptiva de la cultura de masas. Por la sencilla razón de que, como dice Iain Chambers, “la cultura popular moviliza lo táctil, lo incidental, lo transitorio, lo desechable, lo visceral”.

Lejos de condenar sin reservas la actitud dispersa y disipada de las masas frente al cine, la radio o, más tarde, la televisión, Benjamin descubre que lo que está surgiendo allí es un nuevo tipo de percepción que “no sucede tanto por la vía de la atención como por la de la costumbre”. En efecto, Benjamin sostiene que “también el disperso puede acostumbrarse”. Más aún, que sólo cuando se ha acostumbrado a la dispersión, es decir, a la percepción simultánea de diferentes estímulos transitorios e incluso efímeros, es capaz de asimilarlos y apropiárselos.

Con el desarrollo de la tecnología digital y de la electrónica, las imágenes de nuestro mundo que proveen los medios masivos de comunicación son crecientemente transitorias y fragmentarias. La información que ellas transmiten es rápidamente consumida. Su circulación es correspondientemente forzada a acelerarse. El tiempo entre recibir y procesar la imagen es progresivamente eliminado. Pero esto no significa que las imágenes dejen de ser procesadas por el espectador que es, en última instancia, el que les da significado a los mensajes producidos por las máquinas. Y ese significado es, más allá de las apariencias, un significado personal en la medida en que responde a las interrogantes, preocupaciones y demandas de cada uno.