Un mundo H

Resacas

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Al niño clavo

“¡No quiero ser un niño clavo!”, pensó el niño clavo. Fumaradas de simpática, adorable, diabólica brujita, enchalinada, en un otoño lento. Su sombreo de copa parece estar hecho de pelos, tal vez no sea un sombrero sino un peinado. Insidiosa charla de serpientes rayadas. Intentan convencerte, persuadirte. Nubes pesadas como rocas que, gracias a su convicción de nubes, permanecen suspendidas a una respetable altura. Emoticonos. Flechas-insecto, atareadas en el aire granuloso, señalan en todas direcciones, imposible saber a dónde ir. El único humilde cartel, la única dirección segura, es hacia la tristeza. Que nadie encienda, por favor, los fósforos en la cabeza del niño fósforo, las velas consumiéndose prueban que el fuego no es un juego. Entre los títulos, algunos, por ejemplo, Una pena muerta, La esperanza del equilibrista, El sombrero pesa menos, Discurso sobre el peso del aire, son tan encantadores como los dibujos mismos.

A Jhonathan Christhian (me parece que exagero con las haches, no hay hachas en los dibujos de Jhon) le han preguntado muchas veces, a propósito de esta serie de treinta dibujos en cartulina, por qué le ha puesto de nombre Mundo H. La H es una de las letras más enigmáticas del abecedario, podría llegar a ser tan importante como la X o la K. Es muda. Situación bastante desventajosa respecto a las otras letras, peor si consideramos el objeto o sino de las letras: comunicar, decir algo. Qué absurdo, oxímoron puro. Nadie, sin embargo, quiere renunciar a las haches al comienzo o al medio de una palabra, o al final de una exclamación. Son trapecios en los que uno puede, mientras lee, balancear la mirada hasta lograr una o dos vueltas completas. La respuesta de Jhon es más bien lacónica, “en mi nombre hay muchas haches, por eso”.

Jhon reconoce el acento lúgubre en sus dibujos, la muerte está representada —siguiendo la convención— en las cuencas vacías y oscuras (negrísimas) de los ojos de sus personajes, hasta los animales tienen vacíos en lugar de ojos; pero también son, señala el artista, refiriéndose a todo el rostro, emoticonos. El rasgo en los labios basta para sugerir una emoción u otra. Jhon piensa: Mundo H puede ser muy depre y muy oscuro pero no faltan los toques irónicos o de humor o de ternura. Las aureolas-serpiente, por ejemplo, son muy divertidas. Y tienen su toque irónico. O la carrera de caracoles, uno realista, el otro mundo h. Uno de los personajes es Brujita, mientras Jhon oía la canción homónima de Nacho Vegas se le ocurrió incluirla en la serie. Otro es el niño fósforo. Otro es la dormilona. Y otro es el niño clavo. Hay también criaturas muy extrañas, que parecen gatos, cerdos, lémures, salamandras, escarabajos, cigarras. Otras son extremadamente libidinosas. Las cuencas oscuras en lugar de ojos pueden ser también el lado oscuro de los ojos cuando giran hacia dentro: metáfora de introspección. Jhon piensa que hay mucho de lúdico en sus dibujos, nada es tan serio pero tampoco niego, piensa Jhon, que estos dibujos no tengan nada que ver conmigo, son yo en blanco y negro sobre cartulina, mis temores, deseos, angustias, mis ganas de joder un poco, y de agradar, también. En uno de los dibujos aparece un ligerísimo guiño a la obra anterior del artista, un paisaje diminuto en la copa de un árbol pequeño de tan lejano, rascando el horizonte.

El niño clavo es uno de mis favoritos. Me recuerda una habitación que alquilaba en Dolores, de las paredes brotaban clavos que me servían luego para colgar mis camisas. Cada día aparecía un nuevo y reluciente clavo en una de las paredes. Más clavos que camisas. Uno observa —a la contemplación hay menos de un paso— los dibujos de Jhon y resuelve los enigmas que proponen con la propia vida, con datos meramente autobiográficos dispuestos a, felices de, coincidir con uno que otro detalle negro sobre blanco. Hay que mirarlos de cerca. Apreciar el extremo cuidado, la alegría infantil y minuciosa con la que han ido cobrando vida sobre la cartulina.

Mundo H interviene el mundo real a partir del jueves 10, en la rotonda de Campo Redondo, en el tradicional barrio de San Lázaro, santo de la muestra, al caer la noche.