Son más los que mueren de desamor

Resacas

 

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Al tío Benn

Respondía Saul Bellow en una entrevista, “me parece que el arte tiene que ver con lograr la quietud en medio del caos”. Acababa de publicar Herzog (1964), novela que lo convertiría en autor célebre. De hecho, fue la primera novela que leí de Bellow; ahora es uno de esos autores a los que bien vale la pena no relegar al olvido de los archivos sin abrir. Hace poco —me he propuesto leer todo Bellow— leí una de sus últimas novelas, More die of heartbreak (1987), traducida al castellano como Son más los que mueren de desamor (1989), Mueren más por desamor (2007) y Son más los que mueren de angustia (1988, esta versión, la primera de todas, podías hallarla en una biblioteca local; hasta que la nueva administración decidió que había que deshacerse de un montón de libros por considerarlos “viejos”, confundiendo ‘biblioteca’ con ‘vitrina de novedades’).

Italo Calvino envidiaba a los escritores —entre ellos, Saul Bellow— capaces de, potencialmente, usarlo todo en sus novelas. Reconocía en Bellow su habilidad para “captar de inmediato la vida contemporánea”. Son más los que mueren de desamor arranca con una viñeta de Charles Addams, extraída del ‘Monster Rally’ que luego obtendría enorme popularidad como ‘The Addams Family’ (Los Locos Addams), en la que Homero, tomando de la mano a su adorada Morticia, le pregunta: «¿Eres infeliz, querida?»; a lo que Morticia responde: «¡Oh sí, ! Completamente». Esta viñeta obsesiona al protagonista: al tío Benn —botánico de profesión, especialista en líquenes árticos— le parece que el amor es precisamente eso, estar dispuesto a ser dichosamente infeliz. Hacia el final de la novela, otra vez la cultura popular se mete de lleno para ayudar al tío Benn a resolver (o complicar) cierto conflicto amoroso-ético: uno de los planos picado de Psicosis de Hitchcock le recuerda la espalda, un tanto grotesca, un tanto varonil, de su futura esposa cuya belleza está, dicho sea de paso, “fuera de toda discusión”. Sin embargo, este detalle desalienta al botánico en su pretensión amorosa; resolviendo, so pretexto estético, un dilema ético que lo tenía en ascuas. Entre la pasión amorosa capaz de desordenarlo, revolverlo todo de la noche a la mañana, y la existencia más bien anodina de los líquenes árticos, que crecen no más de una pulgada en veinte años, el tío Benn prefiere huir (del amor no ético) hacia la región más desolada del planeta. Así comienza y así acaba una retahíla de sucesos absurdos. Ese caos del que, por lo general, los personajes de Bellow salen redimidos, golpeados pero enteros.

El título de la novela (una cita de Chaucer: “Sorrow at hearte killeth full many a manne”) que llama la atención por su exceso melodramático, obedece a una de las preguntas que le hacen al tío Benn —en una entrevista estrictamente académica— sobre los daños de la radiación atómica; acuciado por una dura crisis existencial, el tío Benn atina a responder: “Son más los que mueren de desamor”. Esta suerte de insensibilidad ante el sufrimiento de millones de personas (la ‘masa’ como un concepto demasiado abstracto como para ser atendido), tiene un eco en el viaje que realiza el sobrino y narrador de la novela a un país del Tercer Mundo donde su madre, de carácter extremadamente culposo, hace las veces de Teresa de Calcuta. El narrador reconoce que su historia (y la de su tío) poco o nada tiene que ver con países tercermundistas, donde los sufrimientos no gozan aún el privilegio de la sofisticación occidental. Lejos de significar desprecio por las regiones más pobres y olvidadas, se reconoce la imposibilidad de tender puentes. “El Este sufre la tragedia de la privación, Occidente sufre la tragedia del deseo”, es una de las frases del libro frecuentemente citadas. Nada de lo que ocurre en Bellow es grato —excepto una que otra victoria personal, siempre relativizada por un contexto miserable, muchas veces ridículo.

Una de las constantes en la obra de Bellow —presente también en Son más los que mueren de desamor— es la reiteración de una idea básica en el manual de supervivencia mental, en orden a lograr la quietud en medio del caos: aprender a diferenciar entre el ‘pensar’ y las meras ‘oscilaciones de la conciencia’, esa suerte de monólogo interior desencadenado por las circunstancias externas. Discernir esta diferencia —reitera Bellow una y otra vez— es de vital importancia. En esa misma entrevista, mencionada al comienzo (The Paris Review, 1966), el autor de Herzog señala: “La pregunta es siempre la misma, ¿cómo resistirse a los controles de esta vasta sociedad sin acabar convertido en un nihilista, evitando el absurdo de una rebeldía sin sentido?”