Dice una frase popular que la vaca no se acuerda cuando fue ternera y nada es más aparente para señalar a quien tuvo a su cargo la tarea de ordenar -y mantener ordenada- la casa y, en vez de ello, avaló el desorden y el caos territorial a diestra y siniestra. Basta echar un vistazo a vuelo de pájaro para darse cuenta de la magnitud del desastroso manejo que ha sufrido la ciudad y su territorio periurbano. Otrora límpidas pampas y eriales son ahora escenarios surrealistas llenos de pircados de piedra, barro y esteras, respondiendo a una enviciada forma de crecimiento que no conjuga, para nada, con los reales intereses de la ciudad. Son escenarios donde imperan la ley del más fuerte, la ley del voto cautivo, la ley del ahora te doy y después me das, la ley del caos y la ley del roba pero hace, siendo estas las leyes más respetadas y practicadas entre peruanos; sin que haya nada ni nadie que pueda poner a buen recaudo a harto conocidos dirigentes mafiosos que pululan por oficinas del estado como Pedro en su casa. Imponen cuotas de poder y manejan grupos organizados que solo buscan medrar con lo público y, de ser posible, con lo privado también. No tienen otra bandera que el servilismo político condicionado, y no escatiman fregarse trapos en la cara defendiendo el supuesto interés de inventados desposeídos justificando la promoción de estratégicas ocupaciones ilegales y clandestinas en todo tipo de terrenos y en todo tipo de geografías. Primero invaden -pisoteando derechos- y luego marchan exigiéndolos, en una grotesca parodia perversa que ya forma parte del modus operandi de la política chueca. Inventan y compran papeles que avalan posesiones y se valen de malos funcionarios para fraguar documentos simulados que parecen legales ante los ojos genuflexos de autoridades demasiado y extrañamente complacientes. Bandas y bandoleros que son el paradigma de cualquier ejército invasor de ultramar porque no se detienen ante nada ni ante nadie. Son, de hecho, el peor de los enemigos pues conviven entre nosotros, se disfrazan de corderos y hasta ocupan cargos públicos, gracias a quienes las ciudades del Perú son, y seguirán siendo, cualquier cosa menos ciudades ordenadas, planificadas y bien pensadas. Las ciudades del Perú son, mientras tengan dinero que manosear, un preciado botín y un panal de rica miel, sin que por ello haya que olvidarse de ejemplares actuares que, a lo largo de la historia, han dejado claros ejemplos de honestidad y probidad en el manejo de la cosa pública. Hablar de ello hoy en día es historia, arqueología o ciencia ficción.
Qué lejos y enterrados en el tiempo han quedado años de esfuerzo y dedicación para sacar adelante un modelo de ciudad en la colina Sutton – ex Ciudad Majes-. Años que se fueron al tacho de la basura cuando se entregó la posta a una naciente municipalidad que, lejos de velar por el orden y la racionalidad del uso del suelo, ha permitido el surgimiento de una aldea que mezcla perfectamente prosperidad y caos. La hoy denominada Villa “El Pedregal” está muy lejos de ser ejemplo verdadero y tangible de urbanismo contemporáneo en zonas áridas, confirmando el gran vacío moral, ético y técnico de nuestras instituciones municipales que solo se limitan en ver en cada invasión nuevos potenciales contribuyentes. Vean a los miles de “nuevos contribuyentes” asentados en las pampas de La Joya, San Camilo, San Isidro y hasta en la franja de retiro entre la Panamericana Sur y las parcelas de la Sección “A” que debiera quedar libre para acomodar dos nuevos carriles de transito rápido y sus respectivas vías de transito lento a los costados.
Con qué ilusión, entonces, podemos esperar que la pampa de Siguas no se llene de más bazofia urbanística, si acabamos de escuchar a ciertas autoridades de sus intenciones de “adelantarse” a la planificación oficial para asegurarse tierras urbanizables. Cuidad Siguas aún no ha nacido pero ya hay buitres y hienas merodeando la parturienta. ¿Acaso el Ordenamiento Territorial en el Perú ha muerto antes de haber visto la luz del día?