Vallejo Z

Resacas
Ilustración de Jimmy-Villalobos

Ilustración de Jimmy-Villalobos

And no one brings a rose for Emily
The Zombies

El zombi es un muerto viviente. Víctimas de un hechizo, conjuro, poción o contagio por mordedura, los zombis pululan en busca de alimento: carne humana, si es cerebro, mejor (no hace falta echarle sal). El término “zombi” aparece por primera vez en la literatura junto a la palabra “Perú”. Le Zombi du grand Pérou, El Zombi del Gran Perú, novela escrita por Pierre-Corneille de Blessebois y publicada en 1697, es el primer registro oficial de estas extrañas criaturas. “Gran Perú” no hace referencia al querido país sino más bien a una plantación de caña de azúcar en el archipiélago Guadalupe, en las Antillas Francesas. Plantación bautizada así en alusión al país. La referencia es indirecta.

En la Introducción a La casa de Bernarda Alba zombi, de Federico García Lorca (o del legendario Pepín Bello), se nos informa que “la zombificación de un ser humano se provocaba mediante las prácticas haitianas de vudú utilizando una combinación de tetrodoxina (o veneno de pez globo) y de un extracto alcaloide de la planta de estramonio, que posee propiedades disociativas. Al ingerir este compuesto, quedan suprimidas todas las funciones volitivas, aunque el sujeto retiene su capacidad motriz, así como un estado superficial de conciencia que le permite seguir órdenes… con el objeto de convertirlos en esclavos”.

Para Gordon Leigh, la zombificación —a manera de conjuro— se opera sobre alguien ya muerto. Una suerte de resurrección, con miras a una posterior sujeción. Lo que convertiría a Jesucristo en uno de los primeros zombificadores de la historia, y a él mismo —una vez resucitado— en zombi. Leigh apunta que el término “zombi” tiene su origen en el español, una mezcla entre hombre y sombra. Inez Wallace, en Yo anduve con un zombi, relata otro tipo de procedimiento. Se levantan esculturas de barro antropomorfas y luego se les insufla aliento. El tipo de zombi que resulta de este ritual es un zombi bailarín. Donald Barthelme, escritor norteamericano injustamente relegado, sostiene que la zombificación se produce a partir del beso de un animal moribundo, distingue además entre zombis buenos y malos siendo los primeros perfectamente capaces de liderar una empresa o de trabajar para el gobierno. Algunos autores han sido un tanto injustos con el zombi: el pliego de reclamo para que la entrada “Zombi” sea retirada del Inventario General de Insultos, de un tal Pancracio Celdrán, se ha redactado y está a punto de ser enviado, aunque ignoramos a qué dirección.

La zombificación de los textos literarios es un fenómeno bastante común. Mencioné el clásico de Lorca, La casa de Bernarda Alba zombi que “no es sólo una historia sobre la represión sexual y religiosa; es también la historia de un pueblo, una casa y, por antonomasia, la historia de un país sitiado por un grupo de seres misteriosos de los que únicamente sabemos que, a pesar de estar muertos, caminan, se alimentan de carne cruda, y sobre todo, asesinan a los vivos”. Seth Grahame-Smith ha zombificado Orgullo y Prejuicio de Jane Austen, cuya primera línea dice: “Es una verdad universalmente reconocida que un hombre que tiene cerebro necesita más cerebros”. Otros clásicos que han sufrido la mordida casi-letal son El Quijote (Quijote Z), Lazarillo de Tormes (Lazarillo Z) y Yawar Fiesta (no es un cóndor sino un zombi el que se encadenaba al lomo del toro, mirar en la mula.pe). Uno de los poemas más citados por los zombis, sacado del Zombie Haiku (2008) de Ryan Mecum, dice así (originalmente escrito en inglés, la traducción es mía):

Cerebros, CEREBROS, CERebros, cerebros, CEREBROS.
CErebrOS, cerebros, Cerebros, CEREBROS, CERebros, cerebros, CEREBROS.
CEREBROS, CERebros, cerebros, CEREBROS, cerebros.

Existe una versión homoerótica de este poema que intercala cada dos o tres “Brain” un “Brian”.

César Vallejo, uno de los poetas predilectos de la horda zombi, nos habla más bien sobre la tristeza o melancolía del zombi. Vallejo o el zombi enamorado. En Amor prohibido, el vate se lamenta amorosamente de su propio acto zombificador (por contagio): “El corazón que engendra al cerebro / que pasa hacia el tuyo, por mi barro triste”. En Tálamo eterno, postula la zombificación como una ofrenda de amor: “Y los labios se encrespan para el beso, / como algo lleno que desborda y muere; / y, en conjunción crispante, / cada boca renuncia para la otra / una vida de vida agonizante.” Una vida de vida agonizante se ha convertido en una suerte de mantra para todo zombi. Pero sin lugar a dudas el poema z más representativo de Vallejo, es Ágape (sus versos describen a la perfección nuestra mundialmente reconocida indiferencia y lo mal que se nos da adaptarnos a las apariencias). No existe zombi sobre la lacerada tierra que no susurre, entre bocado y bocado de cruda carne humana, este canto triste —prácticamente un himno para ellos, para nosotros— lleno de pesar y de culpa (culpa por ser zombi): “Perdóname Señor, ¡qué poco he muerto!”:

ÁGAPE
Hoy no ha venido nadie a preguntar;
ni me han pedido en esta tarde nada.

No he visto ni una flor de cementerio
en tan alegre procesión de luces.
Perdóname, Señor: qué poco he muerto!

En esta tarde todos, todos pasan
sin preguntarme ni pedirme nada.

Y no sé qué se olvidan y se queda
mal en mis manos, como cosa ajena.

He salido a la puerta,
y me da ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!

Porque en todas las tardes de esta vida,
yo no sé con qué puertas dan a un rostro,
y algo ajeno se toma el alma mía.

Hoy no ha venido nadie;
y hoy he muerto qué poco en esta tarde!