La torre de marfil: ocaso de una metáfora

Resacas

torre de marfil

A Alfred de Vigny

La torre de marfil es vista ahora de perfil y con desdén. En su ya largo recorrido, de varios siglos, jamás se había venido tan abajo. Lo que Kafka cuenta sobre los artistas del hambre (no existen comparaciones inocentes) puede decirse sobre las torres de marfil, que en los últimos decenios el interés por esta alegórica construcción ha decaído ostensiblemente. Lo que empezó como una metáfora amoroso-religiosa ahora no sirve más que para reprochar la falta de compromiso: las causas comunitarias exceden los intereses individuales.

El primer fulgor de esta imagen reverberó en La Biblia, en el Cantar de los Cantares, “tu cuello, como torre de marfil”. En La Odisea (y en La Eneida) no se canta la torre pero sí la puerta de marfil, por la que entran aquellos que “portan palabras irrealizables”; el marfil como elemento fantástico tendría su auge en los relatos caballerescos del Medioevo como en la estética modernista de siglos recientes. El poeta francés del siglo XIII, Jean de Meun, en la continuación del Roman de la Rose (hacia 1280), relata las desventuras del Amante en pos de la Rosa prisionera y oculta en la Torre de Marfil. La torre de marfil, afín a la idea de castidad, fue una de las metáforas predilectas a la hora de representar a la Virgen María; además de figurar entre sus nombres, inventariado en La Letanía de Loreto, aprobada por el Papa Sixto V (¿por fin?), en 1587. El primer escritor —un poeta— en ser acusado de habitar la impoluta torre fue Alfred de Vigny; la ocurrencia (1837) se la debemos al famoso crítico literario, francés también, Sainte-Beuve. Alfred de Vigny, en su versión del Cantar de Roldán, le dedicó un verso al marfil: le plus fort, dans sa main, élève un Cor d’ivoire (el más fuerte, sujeta aún, el Cuerno de marfil). Termina el poema: ¡Suena el cuerno muy triste en el fondo del bosque!

Pertenece a 1872 la más célebre incursión de esta figura en el imaginario del artista. En una carta a Turguenev, Flaubert escribe: “Siempre he intentado vivir en una torre de marfil; pero una marea de mierda golpea sus muros y amenaza derribarla”. Casi un siglo después, en 1968, acusado también de elitista, o de esteta, William Gass escribió en uno de sus relatos: “Me elevaré tan alto para que cuando cague salpique a todos”. Es la misma frase de Flaubert, contada al revés. La torre de marfil ha sido importante para la estética modernista —a este y al otro lado del océano. Uno de sus símbolos favoritos. Stephan Dedalus, nada más empezado el Ulises, es prácticamente expulsado de la Torre Martello, a la que no podrá volver pues el filisteo Buck Mulligan le ha pedido, exigido, que le devuelva la llave. Y Rubén Darío, en uno de sus poemas más citados, declara: “La torre de marfil tentó mi anhelo, / quise encerrarme dentro de mí mismo / y tuve hambre de espacio y sed de cielo / desde las sombras de mi propio abismo”. Volviendo a Flaubert, fue el único escritor asociado con lo que ahora conocemos como Realismo, que defendió la pertinencia de la torre de marfil (en sus cartas a Louise Colet la menciona más de una vez). El resto de sus contemporáneos, en su afán por ser un espejo a lo largo del camino, intentó por todos los medios derribarla. Mario Vargas Losa, escritor comprometido, alumno aplicado de Flaubert, uno de los últimos herederos del Realismo, recomienda seguir el consejo de su inefable Pedro Camacho: “No debes encerrarte en tu torre de marfil” (1977). Borges, torremarfileño por excelencia, presumió culposo de haberse encerrado en la suya.

En 1939, el novelista inglés E. M. Forster publicó en The Atlantic, The Ivory Tower. En 1953, la revista Universidad de México publicó el artículo en castellano. Copio las palabras de presentación: “A pesar de su situación en una época que no es la actual, [se] ha decidido reproducirlo […] en vista de la indiscutible oportunidad de su tema central y de sus consideraciones más importantes”. El texto completo se halla en la red. Y aunque las circunstancias de 1953 hayan otra vez cambiado enormemente hacia el año en curso, ahora resulta más urgente que nunca leerlo. Los sistemas totalitarios que en su momento intentaron derribar el menor atisbo de torre de marfil, han sido reemplazados por el delirio informático y la necesidad febril de estar incesantemente conectado e informado.