Mostajo, el desconocido (II)

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Francisco-Mostajo

Él era demasiado para una ciudad “retardataria y tardígrafa”, o sea, conservadora y tradicionalista: “Jóvenes son los revolucionarios, y brío, no obstante, les cuesta abrirse paso entre la muchedumbre oscura y oxigenar la atmósfera plúmbea del medio social. Aquí se necesita ser tres veces héroe para alzar la cabeza sobre la línea igualitaria de la rutina. Ya lo decía antes, hay no sé qué fatal apego a lo tradicional y caduco. Nuestra sociedad tiene mucho de burguesa. Un estremecimiento luminoso no le llama la atención. A veces Arequipa, por su calma conventual, me recuerda esas poblaciones monótonamente tranquilas que, en uno de sus viajes, describe Pierre Lotí: duerme el sueño religioso”.

La aparente diferencia con nuestra época, en relación a la de Mostajo, es que la “calma conventual” desapareció, aunque no por completo. La demografía, el parque automotor (y otros contaminadores) han hecho su trabajo con la calma externa (la ciudad y la multitud, parafraseando a Travada) que sí desapareció por completo, como la buena educación. Pero sigue la “calma conventual”, precisamente en el ámbito intelectual y académico regional, por ejemplo (sin negar las individualidades que no entran en la generalización). Ni siquiera hay discusión o polémica en ese ámbito (nadie la quiere). Para no hablar de la calidad y cantidad de investigación. Ante la falta de meritocracia en las instituciones toma el poder la mediocracia: el anquilosamiento mental, el apoltronamiento social, la burocratización , el formalismo, etc. Mostajo utiliza al término “burguesa” al referirse a Arequipa (“tiene mucho de burguesa”) en sentido peyorativo: puede ser, por ejemplo, un palurdo a quien no conmueve ni siquiera “un estremecimiento luminoso”, una forma mediocre de ser y de situarse en el mundo: aburguesarse.

A Mostajo le ocurrió algo semejante que a su paisano Mario Vargas Llosa: no fue profeta en su tierra. Cómo Vargas LLosa, aunque sea profeta para la Academia sueca y la buena cantidad de lectores e hinchas en el mundo. Siguen habiendo demasiados peruanos que lo detestan disimulada o abiertamente. Y lo mismo ocurrió en vida de Mostajo. Se demoró 12 anos para graduase de abogado y no por falta de capacidad, que le sobraba (lo demostró con su tesis sobre el modernismo en la Facultad de Letras) sino porque el poder académico conservador le hizo ver la vida a cuadritos, como lo recuerda Jorge Cáceres Arce en su excelente ensayo sobre Mostajo. Una gran mayoría tradicionalista (de izquierda, derecha o centro) no puede simpatizar con un demócrata liberal de verdad, es mucho pedir. Esa visión parece intrínsecamente intolerante.

Recién en la ancianidad fue reconocido casi unánimemente, mientras vivía, no así después de muerto. Sus ideas se murieron con él. Y era lo mejor que tenía, además de sus enormes dotes poéticas, consideradas por algunos (como el doctor Héctor Ballón Lozada) superior a su prosa ensayística. Casi nadie difunde su obra y menos su pensamiento, aunque ahora sí hay una buena publicación en varios tomos (gracias al Gobierno Regional de Arequipa). Pero una cosa es publicar y otra difundir, lamentablemente. Esa fue la razón por la que fue rechazado por el medio casi toda su vida: sus ideas religiosas y políticas. Sin embargo son de pasmosa actualidad. ¿Quién querría difundir las ideas libertarias en un mundo de nacionalistas trasnochados, marxistas chavistas, izquierdistas cristianos, apristas derechizados, posibilistas inversores, social demócratas contra reformados, fujimoristas resentidos, casi todos tradicionalistas?

Se ocupó de cosas muy diversas en apariencia, pero eran y son unidad y armonía en su espíritu excelso y en su letra altamente evolucionada, precisa y justa. Y no sólo para su época: “Aunque hasta hoy he pasado mi vida en rebeldía contra el medio ¿quién se puede jactar de hallarse libre de las determinaciones de éste? Ellas cogen a nuestro ser desde el instante en que aún es solamente un espermatozoide y un óvulo, y añadidas a las determinaciones que ya éstos traen, forman la arcanidad de lo inconsciente , que pese al farolillo de la razón y a la palanca de la voluntad, nos gobierna sin poder darnos cuenta siquiera, salvo a posteriori en los casos de impulsión de todo lo que pone lo inconsciente en nuestros actos más alardeantes de libérrimos. Pero el hombre, ser determinado, es a su vez fuerza determinante, y, si por lo primero la indulgencia por el mayor horror debe brotar de todo espíritu sin prejuicios, por lo segundo la labor crítica, aún la de aquella que es virulenta y chocarrera, es necesarísima, útil, trascendente”.