Laureles de ayer

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Dejémonos de autoengaños, regocijándonos en logros pasados o historias felices cuyo final ignoramos voluntariamente. Arequipa atraviesa, seguramente, una de sus peores crisis de liderazgo político, en vísperas de un proceso electoral que no ofrece opciones aceptables para la gran mayoría.

De ahí que los candidatos con mayor preferencia no sobrepasen los 10 puntos en todos los sondeos de opinión que se vienen difundiendo, entre acusaciones de plagio de plan de gobierno, ilícitos penales, falsedad y, ante todo, falta de propuestas consistentes.

La reciente caída, a ojos de la opinión pública, del llamado último caudillo de Arequipa, el actual presidente regional, Juan Manuel Guillén, ha puesto fin a una época de arequipeñismo de vieja estirpe que se funda en una supuesta influencia telúrica o en una tradición revolucionaria de barricada y tiros de salva, sin correlato con la realidad.

Hoy la ciudad está poblada mayoritariamente de migrantes y la antigua aristocracia arequipeña ha abandonado la ciudad en busca del futuro que promete la globalización. Esta realidad no es mejor ni peor que el pasado, es simplemente diferente y exige de los nuevos arequipeños una nueva visión de sí mismos y del porvenir.

En la nueva Arequipa, si queremos avanzar, no tiene lugar el chovinismo, ni el racismo. La decadencia de algunas tradiciones, entre ellas la predominancia de una clase social, ha sido ampliamente superada por las nuevas comunidades virtuales y si bien se debería hacer un esfuerzo por mantener las tradiciones culturales, hay otros usos, como los de un céntrico club social, que irremediablemente pasarán al olvido junto a los cultores de la discriminación.

Sí es compatibles con el futuro, en cambio, la tradición artística de la ciudad, cultivada aún de manera independiente y solitaria por decenas de nuevos valores, tanto en la plástica como en la literatura y la música, todos ellos con visión e inspiración universal. Y la esperanza de una nueva clase dirigente que deberá surgir de las nuevas ágoras virtuales, en base al mérito individual, pero con sustento en un liderazgo horizontal y auténticamente democrático. La decadencia de los partidos políticos a nivel mundial será reemplazada por nuevas formas de ejercicio de poder, donde la transparencia y la eficiencia con base en la tecnología, serán pilares de nuevos tipos de organización.

El sostenido crecimiento de las cifras macroeconómicas en la región, no ha mejorado los índices de desarrollo humano y, particularmente, no han hecho de Arequipa una ciudad desarrollada, ni de sus habitantes, ciudadanos respetuosos y respetables, organizados democráticamente para resistir los abusos tanto del poder político como del poder económico, que actualmente tienen sometidos a la mayoría de políticos y dirigentes. De allí la mediocridad que hoy reina en la mayoría de instituciones.

Queda pues un largo trecho cuesta arriba. Y la celebración debe ser un compromiso con ese futuro. El bellísimo marco que la arquitectura colonial ofrece a las futuras generaciones de arequipeños, debe tener un sustento esencial dentro de los individuos, lejos de la fatuidad y falta de contenido de la mayoría de discursos que se escuchan por estos días.