Salpicón de perdedores

Columnas>Gárgola sin pedestal

alejandro lira

Imagino que los lúcidos, los menos lúcidos y los escasamente lúcidos, es decir, todos aquellos que han participado directa o indirectamente en las últimas elecciones peruanas, a esta altura post electoral habrán llegado a un convencimiento general: Los Medios no Justifican los Fines.

Es probable que los más incautos no solo hayan perdido en el camino electoral, el Fin; digo el cargo ansiado, sino también los medios empleados. Vaya uno a saber qué habrán dejado en empeño o con cuántos más incautos que ellos habrán quedado no solo como perdedores sino como deudores de compromisos con escaso horizonte de honra.

Claro que cuando digo Medios y Fines hay que reparar en el uso del lenguaje; los medios son los recursos, (el dinero), empleados para el objetivo propuesto; pero también los medios, son los medios de comunicación; el principal instrumento con que el sistema hace política en nuestros días. O sea, hablando en simple, los partidos políticos del poder en el Perú son los canales de televisión y sus diarios de cobertura nacional; todo lo demás, la fauna y flora que pulula por sus pantallas y páginas son solo gentes apegadas a los viejos conceptos de la escuela estadounidense de periodismo, que por más que se conduzcan en modernos instrumentos como twitter, facebook, correos electrónicos o ediciones digitales, no dejan de ser intrascendentes.

Hablando en términos de organizaciones políticas, los partidos tienen la misión de difundir en la sociedad el objetivo partidario para impulsarla a la acción. Para esto tienen que tener entre sus filas militantes que por su mérito y brillo personal consigan entre la gente la adhesión a las propuestas del partido.

Si mantenemos esta analogía y hacemos un paralelo con los partidos/medios de comunicación actuales y revisamos, a la luz de los últimos resultados electorales, cuán cerca han quedado los partidos/medios de alcanzar sus objetivos, la respuesta es evidentemente negativa.

El mensaje y objetivo partidario/mediático de que las élites “luchan contra la corrupción”, ha sido derrotado abrumadoramente en Lima. La ciudad capital de un país que ha crecido por encima del 5% por más de casi tres lustros y que estaba ya con rumbo al primer mundo ha optado por una opción que solo se da en las sociedades fallidas; o sea la pura sobrevivencia: hago lo que sea por vivir: matar, robar, mentir, y por eso elijo a un delincuente confeso. Lo cual quiere decir muchas cosas, quizá la principal es que los mensajeros, supuestamente “limpios”, carecen de la autoridad moral necesaria para predicar con el ejemplo.

El segundo objetivo/mensaje del partido/canal/periódico era imponer que la letanía del “crecimiento económico” quedase como rectora de la conducta social de la población. Este mensaje no ha conseguido la licencia electoral que pretendía, especialmente en Cajamarca y en la provincia de Islay en Arequipa. Es decir, la grosera manipulación mediática y criminalización contra la protesta de los que se oponen a la nefasta actividad extractiva, ha tenido un serio revés electoral.

Aunque a nivel regional, la minera Cerro Verde, en medio de la dispersión, haya conseguido para la final a dos pro desarrollistas con nula capacidad de enfrentamiento (aquellos que creen que con algunos matices que toda actividad minera es igual a progreso); a pesar de esto la mina no puede cantar victoria, pues sus operadores colaterales, digo la empresa SEDAPAR, ya empiezan a tener serios problemas de legitimidad social. Si hace dos años podían tener en el bolsillo a la junta de alcaldes y esto les era suficiente para hacer lo que les viniera en gana, hoy frente a la inminente sequía, muy distinto será el panorama que afronten. Esto sin descontar lo que podría pasar si en el ínterin se encuentren evidencias distintas a las declaradas sobre el impacto ambiental asociado a la extracción minera.

Los ricos del Perú, (no me refiero a los dueños de una 4×4 o 4×8 o de un negocito y que tienen más de una casa y un par de depars), sino a los dueños del Perú, los que son dueños de los bancos y de las minas, que son dueños y amos de los políticos, dueños de los canales de televisión y periódicos de cobertura nacional, afortunadamente todavía no son dueños de todos los peruanos; por lo menos uno de cada tres paisanos mantiene invicta la cerviz frente al arrollador lavado cerebral que se ha hecho en el país.

No les falta a los plutócratas razón para preocuparse. Ya en el pasado pidieron al electorado taparse la nariz y votar por un hediondo; ahora para revisar sus futuras cartas disponibles se enfundan guantes quirúrgicos; y su último fantoche, el “inclusivismo”, un esperpento de militar con terno y primera dama/rabona incluida, se les ha desfondado mucho antes de su fecha de vencimiento.