UN HOMBRE FLACO. Daniel Titinger retrata a Julio Ramón Ribeyro

Cultural

«Julio Ramón había pensado escribir un libro de cuentos, y hasta tenía un título: De mísero amor. “El amor siempre había sido un problema para él”, me contó un hombre que fue uno de sus amigos más cercanos durante los años ochenta, en París. “Siempre estaba en búsqueda del amor, pero esa búsqueda tenía un componente erótico que sólo lo encontró al final de su vida, en Lima”. Una noche, mientras vivía en París con Alida, Ribeyro tuvo un sueño. Soñó que, como Sísifo, tenía que subir una montaña cargando no una piedra sino dos enormes testículos, que eran suyos, y al llegar a la cumbre de esa montaña se le caían rodando y él tenía que bajar nuevamente y volverlos a subir, una y otra vez.»

Daniel Titinger, Un hombre flaco

 Julio Ramón Ribeyro

—Otro aspecto destacable es que eres solidario con tus personajes. Uno de tus libros se titula: Tres historias sublevantes. Esta percepción el mundo, a la que te has referido, ¿implica un desafío, una conminación a no resignarse?

—En ese libro, en particular, sí. Precisamente fue uno de los pocos libros compuestos, un libro en el que me propuse escribir tres cuentos que describieran tres combates, tres combates perdidos, pues los protagonistas o los personajes principales terminan derrotados. Tienen eso sí, el mérito de haber combatido. En el primer cuento, “Al pie del acantilado”, se trata de un hombre que lucha por la vivienda; él construye su casa y se la destruyen, pero continúa su camino e intenta construir una vivienda un poco más lejos; en el segundo cuento, es un campesino que se rebela contra un gamonal y finalmente muere asesinado; y en el tercero, un empleado de circo, que se subleva contra el dueño del circo que lo tiraniza: muere también asesinado. En los tres combates hay una decisión de no claudicar, de luchar hasta el fin.

Fernando Ampuero, Gato encerrado

 

Por: Orlando Mazeyra Guillén

 Gracias a Ediciones Universidad Diego Portales de Chile he podido disfrutar de un notable retrato de Julio Ramón Ribeyro, «Un hombre flaco», escrito por el cronista limeño Daniel Titinger (1977). El autor de libro, en la entrevista que le hice, me dice que «La tentación del fracaso» debe ser leída como una obra ficcional y no como unos diarios personales totalmente veraces. Acá un fragmento de los diarios de Ribeyro con el que me sentí muy identificado: «Al escribir trato de narrar algo de lo cual he sido testigo real o imaginario, algo que ocurrió en mi contorno o que inventé pero que me impresionó y que me parece que da una versión subjetiva, tal vez parcial, pero nunca falsa, de mi realidad, realidad generalmente sombría o inaceptable, que yo trato de imponer a mis lectores, apasionadamente, para comunicarme con ellos y hacerles compartir mis predilecciones y mis odios».

La editora del libro ha sido la célebre escritora y periodista argentina Leila Guerriero. Esta editorial ha publicado también a destacados autores chilenos como el recientemente fallecido Pedro Lemebel y al escritor y cineasta Alberto Fuguet. Acá la entrevista a Daniel Titinger.

 

Luego de terminar de leer Un hombre flaco queda en el lector un sabor agridulce. Creo que así fue, en esencia, la vida de Ribeyro. ¿Estás de acuerdo? 

Creo más bien que todo lo contrario. Supongo que con lo de «agridulce» te refieres a la vida de Ribeyro, y sin embargo yo pienso que fue un hombre que vivió para ser feliz. Que eso lo haya conseguido al final de su vida creo que es válido; hay quienes no lo consiguen nunca. En Un hombre flaco traté de iluminar sobre todo esos años finales, porque pienso que esa manera de vivir la vida a plenitud es, en esencia, Ribeyro.

 Una mujer que arma una lista de posibles pretendientes es, sin duda, alguien peligrosamente arribista. ¿No crees que lo que mantenía a Ribeyro con Alida era más bien la presencia de Julito, su hijo? ¿Y por qué crees que no fue capaz de comprender (descubrir) que dejaba una viuda literaria de ésas que él, según confesión personal, tanto detestaba?

Hay una frase que no sé si es un dicho limeño o universal: Nadie sabe lo de nadie. Yo nunca afirmé que ella tuviera una lista de posibles pretendientes, creo que se ha creado toda una mitología alrededor de Alida de Ribeyro, y si algo trato de hacer en este perfil es justamente desmitificarla. No sé si hubo amor en su relación de esposos, pero sí hubo generosidad de ambas partes, sobre todo de ella hacia él. Es muy difícil ser viuda de un escritor consagrado. Es una carga. Claro que mucha gente habla mal de ella. He tratado de poner todo en mi libro. Creo que a todos nos toca ser buenos y malos, y no es justo encasillar a alguien solo en la maldad o solo en la bondad. Nadie sabe lo de nadie.

Dices que para él, «Lima era un monstruo que terminaría por tragárselo». Y esto va de la mano con la cita de Jorge Eduardo Eielson al inicio del libro: «Lima no es una ciudad para vivir, sino, al contrario un lugar ideal para morir: un cementerio». Sin embargo Julio Ramón siempre necesitaba de Lima. Por ejemplo, contaba Antonio Cisneros —en sus Crónicas del oso hormiguero, en RPP—  que cuando Ribeyro se encontraba en París con limeños que recién llegaban a Europa, hacía «trabajo de campo»: les preguntaba por la ciudad, las jergas, los nuevos giros idiomáticos, etcétera. Lima era la fuente de su inspiración, el venero de sus ficciones. ¿Le temía a la ciudad o más bien al entorno social? ¿Y qué piensas tú de Lima, cómo trata esta ciudad a sus escritores?

Lima es una ciudad espantosa para vivir, y ahí radica su encanto. Los lugares muy hermosos son detestables. París es una ciudad demasiado bella, y yo sospecho de ese tipo de ciudades; algo deben estar tramando. Lima, sin embargo, es fea y te lo restriega en la cara. Lima no miente. Lima es Horrible y al mismo tiempo es un gran escenario para la ficción. Eso lo sabía Ribeyro, que basó casi toda su literatura en Lima.

¿No existe la posibilidad de que Ribeyro —en su fuero íntimo— se considerara un mediocre a secas y por eso hizo personajes a la medida de su autor?

No creo. Imagino que sí en su juventud, pero Ribeyro pudo consagrarse en vida, y más bien eso empezó a gustarle: la fama. «La tentación del fracaso» es un gran título para unos diarios íntimos, pero no para su vida.

Lucy Ipenza, la viuda del hermano de Ribeyro (llamado Juan Antonio) afirma haber leído los diarios —inéditos— donde Julio Ramón «menciona a Anita [Chávez], toda la historia de su romance». ¿Crees que esto es cierto o quizá te dijo eso para incordiar a la viuda de Ribeyro? ¿Qué intuyes tú sobre la obra inédita?

Claro que los ha leído, y no solo ella. Y acerca de Anita Chávez, yo sí creo que ellos estuvieron muy enamorados.

¿Por qué crees que la célebre agente literaria Carmen Balcells afirmó, según versión de un amigo del autor de La palabra del mudo, que Ribeyro era «un autor sin punch, no tiene pegada, no va a llegar a ningún lado»?

Si de verdad dijo eso, pues imagino que se refería a que los autores muertos ya no pueden escribir más. Es lógico: un agente literario necesita que sus escritores produzcan.

Es obvio que todo lo que te contó Alfredo Bryce hay que tomarlo con pinzas, pues se trata de una persona que magnifica —o fabrica a su antojo— los recuerdos y se deja ganar por una imaginación desbordada, ¿verdad? Pues, la verdad, no me imagino a Julio Ramón buscando una cámara fotográfica en la casa de Bryce para fotografiar a su hijo que estaba a punto de nacer… ¿Tú sí?

He tratado de imaginarme esa escena muchas veces, y cada vez me parece más irreal, más cómica y dramática. Pero me encanta pensar que sí sucedió así.

El silencio de Anita Chávez es, al final, elocuente: «Fue mi amor, mi pasión, mi contraseña». ¿Quizá fue también para JRR el amor de su vida o una forma de darle otro final a su vida corrigiendo en la vida real el final —por eso el fallido viaje a Estados Unidos— de «Una aventura nocturna»?

Yo no sé si exista algo así como «el amor de una vida». De hecho estuvieron muy enamorados. Pero Ribeyro se casó con Alida muchos años antes, y nadie se casa sin estar enamorado. O al menos no ellos, ¿no? Es decir, no pienso en la vida como un asunto literario, sino como eso: la vida. Y la vida es mejor y peor que la literatura. Ribeyro no vivió como un personaje de sus cuentos. Hay que desmarcar la obra de la persona.

Ribeyro sin cigarrillos era como un automóvil sin gasolina. ¿Y con éxito, con el relumbrón, cómo hubiera sido? ¿Te arriesgas a dar una respuesta? No olvides que, en el fondo, le gustaba la fama como lo deja en claro la anécdota en la que está con amigos y les dice: han pasado treinta minutos y todavía nadie me ha reconocido…

Nunca he conocido un escritor que no sea vanidoso.

¿Su incapacidad de respuesta ante las memorias de Vargas Llosa –el capítulo «El intelectual barato»– no es acaso la fiel imagen de un derrotado? Me parece un dato fundamental éste. Las nueve versiones inacabadas de la carta de respuesta a MVL creo que van en sintonía con el espíritu ribeyriano… aquél que sabe que, por más que se esfuerce, siempre va a perder…

No tenía ningún sentido responderle a Vargas Llosa y él lo sabía. Me parece que nunca lo hizo porque era meterse en una contienda en la que no podía salir ganador. Tampoco lo veo como la imagen de la derrota, sino de algo que no fue, de algo que dejó inconcluso en su vida. ¿Podrían ser amigos hoy en día? Quién sabe. Pienso que sí, que el tiempo hubiera curado ciertas heridas.

¿Crees que lo que prepara Jorge Coaguila es la «gran biografía autorizada» de Julio Ramón? ¿Qué podemos esperar de ese trabajo?

Yo lo que estoy esperando es que un editor llame a Jorge Coaguila y le publique el libro. Nadie sabe más de la obra de Ribeyro que Coaguila. Él es el único y verdadero biógrafo. 

Diriges un diario deportivo. Te gusta el fútbol. ¿Por qué no hurgar más en la vena futbolera de Ribeyro y su hinchaje por la U y de los fragmentos de sus libros donde se nota su pasión por este deporte?

Me gusta el fútbol, sí. A Ribeyro también. No hurgué más, pero sí creo que lo suficiente. Ese tema se agotaba diciendo, simplemente, que era hincha de la U y de la selección francesa. Tampoco había mucho más que decir al respecto.

En sus diarios personales, Ribeyro se pregunta: «¿Qué busco? ¿Qué espero? Una brutal avidez de placer y un gran desprecio por la labor intelectual. Pero al mismo tiempo, una compasión enfermiza por la gente, por el hombre que sufre, es decir, por todos». ¿Encontró Ribeyro lo que buscaba? ¿Qué esperaba de la vida este hombre flaco?

Los diarios íntimos publicados son, como yo los veo, una obra literaria. Es decir, Ribeyro era consciente de que iba a publicar sus diarios, así que para eso editó sus libretas: sacó cosas, escribió otras, reescribió, movió personajes, etcétera. No pueden leerse los diarios como una biografía, porque Ribeyro, durante la época de esos diarios publicados (1952-1978), también tuvo momentos felices. Pero casi no existen diaristas célebres que escriban desde la felicidad. Él lo sabía. ¿Son los diarios íntimos una ficción? Pues sí, en gran medida lo son. «Donde empieza la felicidad, empieza el silencio», decía él. Se refería a que no se puede encontrar material literario en la felicidad. La tentación del fracaso es prueba de eso.

Por último, Daniel, que esperabas encontrar tú a través de la escritura de este perfil. ¿En qué medida ha cambiado tu apreciación o estima respecto a este escritor? ¿Te sientes en sintonía con él?

Te voy a ser sumamente sincero. Lo que más quisiera ahora es olvidarme del tema. Sacudirme, pensar en otra cosa, dejar de dar entrevistas —perdón por la honestidad—, vivir mi vida o empezar a escribir de otra persona para vivir, aunque sea un poco, la vida de otro.