Del espantajo chileno al esperpento televisivo

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Cuando era chiquito tenía un profesor profundamente antichileno —creo que apellidaba Valdivia; si aún sigue vivo, le mando un saludo—. El buen hombre aprovechaba cualquier oportunidad para inculcar a sus alumnos el odio y el ánimo revanchista. Cada vez que alguien olvidaba hacer la tarea, él bromeaba: “O sea que cuando estés en la guerra le vas a decir al chileno Un ratito, olvidé mi rifle”. Supongo que ahora no me reiría con eso, pero en aquel entonces todos nos carcajeábamos.

Años más tarde, haciendo zapping, recalé en el Canal del Congreso —que, dicho sea de paso, emplea a casi un centenar de personas cuando tranquilamente podría funcionar con la mitad de ese personal… ¿a eso le llama el gobierno “inclusión social”?— y presencié una entrevista a Víctor Andrés García Belaúnde acerca de su libro El expediente Prado. Como todos saben, allí García Belaúnde responsabiliza a Mariano Ignacio Prado por la derrota frente a Chile. En especial se refiere a la compra (en secreto y sobrevalorada) que hizo Prado durante su primer gobierno de dos viejos monitores fluviales, y que pocos años después Chile adquiría, por menos precio, los dos potentes acorazados que decidirían la campaña marítima y, por ende, el resultado final de la guerra. Si tomamos en cuenta que en aquella época el único modo en que Chile podía atacar al Perú era por mar —pues el desierto de Atacama era infranqueable—, el asunto se complica: sólo debíamos tener más o mejores barcos que Chile para mantenerlo a raya, pero ni eso pudimos hacer bien. Más que el accionar de los chilenos, fueron la corrupción y la ineficiencia de nuestras autoridades lo que nos llevó al desastre —aunque no viene a cuento, ¿sabían ustedes que en la Batalla de Ayacucho los únicos españoles en el ejército realista eran los oficiales?; por lo tanto cada 9 de diciembre celebramos la derrota de 9000 peruanos por un ejército de 6000 extranjeros.

Desafortunadamente las cosas poco han cambiado desde los tiempos de Prado. Seguimos rumiando la paliza que nos dieron en lugar de intentar erradicar los viejos hábitos que nos aprisionan al subdesarrollo. Ahora mismo nuestro presidente no tiene mejor idea que sacar del cajón el espantajo chileno —la más poderosa arma de distracción masiva de nuestro arsenal—, a ver si así las denuncias contra su mujer abandonan los titulares de la prensa. Y encima de eso tiene la frescura de manifestar su apoyo a la marcha contra la televisión basura.

Pensar que todas las televisoras privadas deberían tener como modelo a Discovery Science es una locura. La verdad, creo que ni los guardianes del buen gusto tolerarían 24 horas seguidas de programación al estilo de La función de la palabra. ¿Cómo?, ¿los canales de señal abierta embrutecen a la gente? Es posible. ¿Que el artículo 14 de la Constitución establece que los medios de comunicación deben contribuir a la educación de los peruanos? Seguramente. Tal vez Ollanta Humala deba convocar a filósofos, literatos y pintores notables para que impongan su buen gusto a los dueños de los canales. Una programación de calidad, eso suena bien.

Por cierto, algo me dice que en esa marcha había infiltrados (y no aludo a los violentistas). Estoy convencido que entre el coro de voces que exigían la cabeza de Peluchín había varios peloteros. Y es que “basura” es un concepto bastante inclusivo. Yo, por ejemplo, no encuentro diferencia alguna entre Esto es guerra y un partido de fútbol. En esa línea, no hace mucho Iván Thays declaró que la comida peruana era comida chatarra y, con anterioridad, Vargas Llosa afirmó que el pisco era un brebaje horrible (algo de lo cual doy fe). De igual manera, un adicto al rock podría ningunear a los aficionados al reggaeton, pero él, a su vez, podría ser menospreciado por un seguidor del jazz, y todos podrían ser basureados por un amante de la música clásica.

Televisión basura, blockbuster o bets seller… ¿Son enunciados descriptivos o sólo expresan juicios de valor? Más bien parecen frases despectivas para calificar lo que no nos gusta, o lo que no debería gustarnos. Es verdad que el programa (como sea que se llame) de Magaly Medina no representa nada constructivo, pero no se puede forzar a la gente a que no lo vea. En el fondo los manifestantes, y aquellos que los dirigen, no creen en la libertad. Su vocación totalitaria reclama un Estado que direccione los gustos del televidente, del lector, del votante, etc.

Yo también estoy tentado a echarle la culpa a los dueños de las cadenas televisivas de la gran cantidad de borrachines amorales e ignorantes que hay en el país. Sin embargo, quienes tienen la obligación de formar al pueblo peruano no son Frecuencia Latina, América Televisión o Panamericana, sino la familia y el Estado —a través de su deprimente sistema de educación pública—. Por lo visto ambas entidades fracasaron en esa tarea, y han preferido delegarle esa responsabilidad al broadcaster —esto es, a un empresario que, como es normal, sólo vela por sus intereses económicos—. Si los jóvenes prefieren ver Combate antes que a Farid Kahad comentando sucesos internacionales, eso no es culpa de ATV, sino de sus padres, de sus profesores, del SUTEP, del ministro de educación y, en última instancia, del presidente y de quienes le precedieron en el cargo. En la práctica ellos suscriben las palabras de Homero Simpson: “Criar a los hijos es fácil. Sólo hay que vestirlos y darles de comer. El resto lo hace la televisión.”

Ya pues, no sean hipócritas.