De drogas y otros demonios

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Querido Puchungo: No pensé tocar este escabroso tema públicamente. En cierta manera acepté y me sometí al tabú, al qué dirán: evitar el escándalo a pesar de mi experiencia con el cannabis y las ideas libertarias. Después de todo, también yo he sido educado inmerso en la cultura católica, esa que perdona el pecado pero abomina del escándalo. Sin embargo, los deberes paternales, el amor y la pedagogía merecen el riesgo de profanar el tabú. ¿“Por qué no escribes sobre eso”? fue la pregunta de un cachimbo audaz e inquisitivo. Tal vez lo más conveniente seria hablar de ella sin emitir juicios de valor. Creo que eso facilitaría a quienes, como tú, necesitan conocer sin prejuicios de ningún tipo lo que son las drogas, porque “la droga” no existe. Y para que los pre juicios se vayan hay que leer o experimentar, o las dos cosas, sino ¿para qué hablar?.

Para empezar, son muy recomendables los tres tomos de Antonio Escohotado sobre este asunto (Historia de las drogas). Y diferenciar al abstemio del adicto y del consumidor no adicto. Porque no es lo mismo gobernar que ser gobernado por ellas. No todo consumidor es adicto. Un amador y gustador de vinos, por ejemplo, nos es un alcohólico. De algunas de ellas se puede extraer provecho evitando el abuso que es pérdida de fuerza o de salud. Los griegos no miraban bien ni al abstemio ni al adicto: amaban demasiado la mesura, la medida, la dosis adecuada. Como amaban paganamente el placer, que no excluían de la sabiduría. Le decían Simposium.

Es saludable aclarar que cuando se habla de droga en general es poner en el mismo saco la heroína, el café y la aspirina. Cuando en los spot publicitarios de antaño, por ejemplo, Augusto Ferrando o Teofilo Cubillas repetían “a la droga dile no”, no distinguían en absoluto una de otra. Es típico de la moral recurrir a este tipo de generalizaciones impertinentes. Sin embargo, lo que hay son drogas en singular, muy diversas drogas (la cafeína y el opio tienen efectos inversos, por ejemplo). Pueden ser tan diferentes como el vino y el éxtasis. Hablar de “la droga” en general lleva al equívoco, a los malentendidos y a la moralina.

Cada droga tiene distinta función y efecto y puede variar según el consumidor y según distintas variables: especialmente la dosis. Hay drogas que matan, otras que curan, otras que ni curan ni matan en determinadas dosis, que no producen efecto físico ni psíquico dañoso, otras que generan dependencia y otras no, etc. ¿conoces algún adicto a la aspirina? No es esa droga lo que hace dependiente a alguien; ya lo era antes de contraer la adicción si era muy joven. Algunas drogas revelan lo que cada uno tiene en sí mismo, nada más. El efecto varía de individuo a individuo, dependiendo de edad, sexo, cosmovisión, frivolidad, profundidad, perspicacia, torpeza, etc, es decir educación. “Droga” es un concepto demasiado amplio. No hay definición de droga, es un concepto puramente cuantitativo: droga es dosis. Y todo depende de la dosis.

Los medicamentos de la Droguería también son drogas evidentemente, como las otras, y no es la adicción lo que puede servir de criterio para definirlas en específico. Muchos productos expedidos por las droguerías lo muestran. No se conocen adictos a la aspirina, pero tampoco al San Pedrito: este santo celestial es demasiado asqueroso. Para hablar de drogas en general se tendría que encontrar un criterio que valga para todas ellas, que no solo son muchas sino también heterogéneas. ¿Qué querían decir, entonces, Cubillas y Ferrando cuando decían “a la droga dile no” en los setenta? Simplemente “la droga es mala” (moralmente), “es pecado”, no la consumas. Eso no educa y no tiene ningún efecto disuasivo. Si hubiera una intención ética –que funciona a partir de criterios y fines de salud y fuerza— se hablaría de esta u otra droga específica, de ayahuasca o contrita, por separado. Pero esa y otras “campañas” son más bien pura moral en forma de política generalizante. Digo “moral” porque después de meter todas las drogas en un saco se les asocia al mal abstracto (nunca se refieren a una droga concreta). La droga “es mala” y punto. La moral establecida es sólo eso: juicios abstractos de Bien y Mal sin afán de fundamento. Y es “política”, porque la prohibición es un medio para justificar el aumento del poder represivo del Estado por la vía del control de la persona. La moral es la dominación de la conciencia sobre el cuerpo y las pasiones, decía Spinoza.

Prohibir el uso de ciertos productos no es solo una injerencia inaceptable del Estado sobre la persona humana, es también sustento de un gran negociado internacional que se alimenta de la prohibición misma y un gran estimulador social. Para adoptar un punto de vista sobre las drogas la opinión oficial del jefe de DEVIDA es insuficiente, también es necesario conocer la de los que opinan de las drogas específicamente. Muchos de ellos merecen respeto, admiración e interés, no solo por su mayor y mejor información, sino especialmente por su alta conciencia. A manera de ejemplo daré los nombres de Octavio Paz, Mario Vargas, Carlos Fuentes, Fernando Savater, Herman Hesse, Charles Baudelaire, Allen Ginsberg, Aldous Huxley, Williams Burroughs, Henry Miller, Carl Jung, etc. Todos tienen algo en común: son altas conciencias que opinan sobre drogas específicas.

También es un asunto de perspectivas. Así, el juez John M. Murthag, de Nueva York, dijo alguna vez: “nuestras leyes sobre drogas se basan en principios inmorales y son inoperantes. Si se logra algún éxito en la lucha contra la adicción a las drogas, será gracias a los científicos. Nosotros los hombres de leyes somos asnos y nuestro acercamiento al problema es, en el mejor de los casos, una total desgracia. Básicamente es una cuestión de salud pública. El castigo debería limitarse a las conductas desviadas que dañen a los demás, la ley prohibitiva más que hacer de protector, hace de corruptor”