Aceite quemado

La Revista

aceite quemadoAquella tarde de enero, Victoria, quien regresaba de clases, vio a dos hombres agazapados tras los muros de sillar de la casa de un vecino. Vestían ropa formal y uno de ellos parecía interesado en tomar notas de lo que sucedía dentro del canchón donde funcionaba la  peletería “Manrique”. Victoria reconoció a uno de ellos y éste, al verla, la saludó con frialdad. Al llegar a casa contó lo sucedido a su familia.

Aquel hombre era don Gregorio. Un par de años atrás había ayudado a ingresar a la policía a la hermana de Victoria y, desde entonces, frecuentaba su casa. Dos días después de aquel suceso, un ruido mecánico despertó a Victoria. Era aún de madrugada cuando, tras asomarse por su ventana, vio que inmensas moles cubiertas con telas oscuras eran  conducidas al interior de la peletería. Este hecho hubiera pasado desapercibido si no fuera por aquel extraño olor a chamuscado que empezó a filtrarse, una semana después, por los resquicios de las ventanas y puertas de las casas.

Alarmada, la gente se reunió en la calle. La preocupación era latente. Un vecino fue quien dio la noticia: “En la peletería se está quemando aceite usado”. Lo que Victoria había visto esa madrugada eran máquinas de filtración de aceite utilizadas por empresas del rubro industrial; actividad de por sí tóxica y prohibida de realizarse cerca de una urbe. Tras este hecho, la gente se dirigió hasta la puerta de la peletería a exigir se suspendieran las actividades. Nada productivo se sacó de aquel primer levantamiento. La empresa siguió funcionando con normalidad…

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