Los “Profesionales”

Columnas>Gárgola sin pedestal

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En el pasado, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos tenían por cierta la misión de que todo hombre, (no estaba incluida la mujer), antes de morir debía de haber cumplido con honra tres elevadas tareas: plantar un árbol, tener un hijo, (tener hijas no contaba) y escribir un libro.

La generación de mi padre, en cambio, tomó este asunto de una manera más relajada: daban por hecho que había suficientes árboles; que los hijos venían naturalmente; y que escribir un libro, —aunque factible—, no era imprescindible, pues los mejores ya estaban escritos y, en último de los casos, podían comprarse. Ciertamente no fue una generación revolucionaria; habían vivido de lejos dos guerras mundiales, un conflicto armado con Ecuador; y aunque tan solo mediara un siglo de distancia desde que el Perú alcanzara la independencia de España, la mentalidad colonial seguía teniendo muy sentados sus reales. De modo que a falta de títulos nobiliarios que eleven simultáneamente la dignidad, el peculio y el boato personal, no les quedó otra cosa que fijar sus ojos en la Academia, y así aspirar a la modernidad.

Aquí, en la ex colonia, ocurrió algo muy distinto de lo que sucedía en la sede de la Corona; allá, en España, lo que Natura no daba (talento); Salamanca, (la universidad), no lo prestaba. En cambio, en estas tierras, ya libres de las trabas virreinales, el primer fruto independentista fue hacer que lo que la Sangre no daba, (linaje), la universidad sí lo prestaba. Y lo sigue haciendo desde entonces hasta nuestros días; las universidades, más allá de las caretas de excelencia y sabiduría académica, lo que hacen en el Perú es vender linaje; digo, superioridad social, tanto más elevada cuanto más cara sea la pensión y los derechos universitarios; todo esto, nada menos que en uno de los países más castrados y lastrados por la desigualdad en América Latina.

Mi padre, como muchos otros, quería hacer de su hijo un hombre de provecho y hubiese querido que un servidor fuese ingeniero, economista o titulado en cualquier otra profesión liberal; y como uno, tras largas discusiones familiares sobre marxismo, insistiera en rechazar ese porvenir, en último extremo, me agitaba el fantasma de la injusticia social: “Hazte profesional, por lo menos para que no seas un explotado más”.

Mi padre no era religioso, pero sí un hombre temeroso de la Ley, (era Fiscal), y respetuoso de todas las jerarquías habidas y por haber. Él difícilmente hubiera podido comprender que en su país, en la última década, un ex Rector universitario y luego ex Presidente de la Nación esté purgando condena en un penal por homicidio y robo; y que otros dos ex presidentes y el próximo ex, ya estén en la cola del mismo destino y por similares delitos. Ni qué decir de aquellos Rectores que han pegado el salto para abajo; digo, del elevado púlpito de la Cátedra, al raso banquillo de los acusados, donde los pensamientos divagan, la voz difícilmente se hace audible y la vergüenza empuja la cerviz hacia abajo.

No sería mucha casualidad encontrar en estos eventos cierta reivindicación anónima de quienes optamos por tener como único título en la vida, un simple DNI; como también se puede respirar un aire de justicia poética; me refiero a que quién mandó construir un local ad hoc para el Poder Judicial y la Fiscalía en Arequipa, sea, ahora él mismo, acusado por la propia Fiscalía.

Para otros, el asunto no tiene vertientes de justicia sino más bien de gran decepción. El sociólogo José Luis Vargas afirmó, por ejemplo, que Guillén defraudó a una generación de arequipeños. Creo más bien que dicha aseveración es lo que dice y piensa elegantemente una generación de intelectuales arequipeños para curarse en salud. No se trata, pues, de buscar culpables sino de regresar a los clásicos: Plejanov: “Los individuos no hacen la historia”; y yendo más lejos, al propio Aristóteles, (la Poética): “Los protagonistas son irrelevantes; éstos son más bien hijos de la trama”.

Lo verdaderamente importante aquí, pues, no es el personaje sino la sociedad/trama que lo produjo. Vistas así las cosas, no solamente es JM Guillén el que está en estos días sentándose en el banquillo de los acusados, sino también la pléyade de académicos que lo abanicaban y toda la corte de lameculistas y familiares que florecieron a su vera.

La noche aciaga en que la mano derecha del Doctor Guillén y dos de sus cómplices fueron embutidos en la furgoneta blanca del INPE para llevarlos rumbo al penal, sus atribulados familiares difícilmente podían dar crédito a lo que veían: “¿Por qué los filman tanto?; ¿acaso son delincuentes?; ¿acaso son violadores?: ¡Son Profesionales!. ¡Eso es lo que son: Pro-fe-sio-na-les!”

Cosas habrías de ver, padre.