Hugo Neyra sí atiende a provincias

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Desde “Cuzco: tierra y muerte” en 1965, esa revelación, hasta sus últimos trabajos sobre las frágiles posibilidades del Perú como Nación, como República o cómo Democracia, con todos sus avatares históricos, políticos o éticos en el sentido de un ilustrado abancaíno,   es saludable, justo y necesario reconocer que nadie ha llegado tan lejos como él con sus potentes ensayos y artículos en el mundo del pensamiento político-socio-cultural de nuestra patria. ¿Y hasta donde ha llegado Hugo Neira?

Deberían habérmelo preguntado. Y respondería limitándome a sus dos últimas notas periodísticas virtuales, calentitas, sin ahorrarles el placer de leerlas: ´Avenida Larco´, una paradójica comedia rockera marka Perú, que Hugo Neira comenta completa en unas cuantas pinceladas, digo frases: “una grata sorpresa”, “un evento musical de primera calidad”, “un grupo de rockeros que se hilvana con la feroz vida peruana de los 60 a los 90”. “Bailan Sendero, las fuerzas armadas y policiales”. Aquí la crítica artística es un elemento muy importante en un contexto integral, concreto y completo, que Hugo Neira hace posible. Primer milagro.

Y de un brinco pasamos a una entrevista especial, porque gracias a él, Thomas Hobbes nos visita y viaja con nosotros de Abancay a la Avenida Larco, o a la calle Tarata, para ser más preciso, con todos los ingredientes de la realidad peruana actual, que cada vez se parece más al mundo futbolístico, como el futbol peruano se parece cada vez más al Perú. Y de ahí Hobbes revisitado y visitándonos: Homo, homini lupus. Jamás había visto a nadie utilizar a uno de los grandes filósofos de la política y el estado modernos de ésta manera. El Perú desde Hobbes, desde Abancaycito o Azángaro hasta Larco y Tarata, pasando por Cuzco y bajando al valle de Tambo, en donde me crie para amar. Tierra o muerte, venceremos!

Y si utilizo con cierta ironía lo de Ciencias Sociales para referirme a un sociólogo, no se debe solo a mis manías anti positivistas, porque si lo haría para aplicarlo por ejemplo a José Matos Mar —el padre o tío de las ciencias sociales peruanas contemporáneas que acaba de dejarnos físicamente— sino porque me parece que es limitarlo demasiado, porque Hugo, como todo verdadero creador, es, ante todo un estilo in encasillable. A este estilo no le va el adjetivo “sociólogo”, o “filósofo” en el sentido tradicional, aunque tiene de la buena filosofía post moderna; ni “periodístico”, si lo asociamos a la frecuente superficialidad y a la improvisación, entre otras feas costumbres periodísticas marca Perú.  Y ya sabemos que el estilo es el hombre, según frase hecha de Buffon: en su caso profundo y ligero, sabiamente sintético y periodístico en el sentido más noble, es decir, para disimular elegante y democráticamente su tremebunda erudición, que ha fusionado a su no menos tremebunda amenidad. Segundo milagro.

Cuando uno llega a conocer uno por uno quienes son, qué son y qué han hecho con su vida Luis Loayza, Pablo Macera, Hugo Neira y Mario Vargas Llosa, discípulos directos del nunca mejor llamado maestro de maestros Raúl Porras Barrenechea, tiene que concluir necesariamente que no puede ser casual. No fueron solo sus estudiantes en San Marcos, sino sus aprendices de bibliotecología en la casa-biblioteca o biblioteca casa del maestro, allí en el Barranco de Chabuca en los cincuenta. Pero cuando digo bibliotecología lo digo en sentido integral: el orden y la disciplina de los libros, indisociable del aprendizaje de la libertad, de la tolerancia y el amor apasionado por la cultura y la historia peruana y universal.

¿No ha sido Hugo Neira el mejor director de la Biblioteca Nacional en mucho tiempo, el más innovador, el más ocurrente y el más activo?, ¿no es el más completo sociólogo peruano a pesar del gran talento y la fuerza juvenil de un Jaris Mujica, de un José Luis Ramos o un Martín Tanaka? ¿No es Luis Loayza el más sobrio y profundo ensayista peruano, aunque nadie lo conozca en el Agustino? ¿No es Mario nuestro premio Nobel? ¿No es Pablo Macera, a pesar de sus neurosis izquierdistas, quien adoptó el oficio del maestro y devino el mejor historiador después de Basadre, otro maestro de maestros? ¿Será casual todo esto? No lo creo.

Pero ésta obligada corta remembranza debe terminar (por culpa o gracias a los implacables verdugos de la FIL). He querido mostrarlo a él y a su obra con la misma velocidad y concreción de la que él hace gala en su pensar y escribir mestizo, aunque no con su calidad humana y ensayística que es inimitable. En Tambo dirían “de tal palo tal astilla”. De tal Porras tal Neira. Y lo digo con mucho gusto porque de verdad lo creo. Aunque nadie esté libre de equívocos y errores, siempre se puede garantizar la sinceridad cuando es de corazón. Y yo dedico mi sinceridad a Hugo y a Claire de todo corazón.