La mañana del miércoles 16 de diciembre su padre, después de mucho tiempo, entró en su habitación y, a pesar de que no suelen hablarse para evitar disputas y desencuentros, se animó a dirigirle la palabra: «Hijo, ¿te puedo pedir un favor?».
—Te escucho —respondió bostezando.
—Quiero que me ayudes a colocar la banderola en el asta del techo.
—¿Qué banderola? —preguntó sorprendido.
—Una que hice hacer para celebrar el título.
Dos retazos de tela: uno rojo y el otro negro. La inminente final se disputaría por la tarde en el estadio Monumental Arequipa: toda la ciudad —todo el país futbolero— hablaba del espectáculo del centenario del club de la calle Consuelo. Nadie podía permanecer indiferente al duelo entre FBC Melgar y el campeón Sporting Cristal.
—Tu abuelo hubiera querido ver este partido.
—Sí, papá, estoy seguro de eso. Vamos a ganar.
—Por supuesto que ganaremos: tenemos un mejor plantel.
Sí, el equipo local era superior al rival de turno pero ahora había otras cuestiones que atender. Él tiene
miedo, un rapto de pudor, antes de hacer una pregunta que lo inquieta: «¿Por qué hiciste esta banderola?».
—Porque me recuerda las cosas buenas. La vida, a pesar de todo, tiene cosas buenas como estos colores… como el Melgar.
—Tienes razón.
Ambos contemplan cómo el viento agita la banderola rojinegra. «Este fin de año va a ser distinto», profetiza su padre y él no quiere despertar de aquel sueño: la banderola, el inédito diálogo en el techo de la casa… las cosas buenas de la vida…..
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