Los diablos de la Virgen

La Revista

CandelariaNadie puede establecer con precisión las fronteras del tiempo y el espacio al que se circunscriben los orígenes de la fiesta y los caminos por los que discurre su evolución. Lo cierto es que cada año atrae a más jóvenes que llegan desde diversas latitudes para expresarse y experimentar, con todo su cuerpo, la euforia de la celebración: homenaje a la Virgen y lo que simboliza pero, sobretodo, a la vida, a la  capacidad de entregarse a los rítmicos acordes y a la fuerza y sentimiento que demanda ser parte de  aquel mágico paisaje.

Las máscaras, los trajes diminutos, los oropeles y pañuelos, los mil colores y toda la parafernalia que acompaña las danzas de luces, son solo el complemento de lo que bulle por dentro: impulsos ancestrales de reivindicación a la raza, al paisaje, a la estirpe altiplánica. Una forma de sentirse parte de ese universo
expresivo musical, un acontecimiento tan estruendoso que sus acordes duran el resto del año, solo para
retumbar de nuevo en febrero siguiente, con la ilusión de los traes de estreno, los requiebres de las  renovadas coreografías, la expectativa del triunfo, o de una nueva conquista. O tal vez, de un milagro…

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