París veintitantos días sin dinero

La Revista

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Lo primero que me preguntaron al volver a Arequipa ¿y… qué me has traído? Cuando lo único que cargaba conmigo era tierra del Champ de Mars en la suela del zapato y estaba dispuesto a encajársela en el culo a los que esperaban mucho con tan poco mérito, a esos que piensan que París es algo así  como un inconmensurable aniego de glamour y romanticismo, donde hasta los puercos son de mármol y los que fuman crack en el mero se ven como un cuadro de Delacroix guiados por el humo a la liberté.

París no es un lugar donde frío y hambre menguan viendo el Grand Palais o descubriendo que “en esta
casa, Joyce terminó el Ulises” o “frente a este hotel, Vallejo se quitó el sombrero y saludó a Georgette quien vio fuegos artificiales blancos-azules sobre su mocha melancólica y enferma”, pues no, aunque  sirven para engañar al estómago y correrse un poco la legaña de la mirada acostumbrada al  sperpéntico domo de Zegarra.

En París el hambre y el frío, como en la economía, experimentan una multiplicación por 3.7 o más, el golpe no es el mismo, ya lo había dicho Efraín frotándose las manos sobre el puente Alexandre III,  mientras…

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