Huilca: Invitación a la vida heroica

Columnas>Columnista invitado

Un amigo comentaba que un sacerdote de Guatemala, cuándo le preguntó sobre los muertos a causa de la guerra civil, solo pudo responderle: “Dios lo quiso así” . En un contexto como el peruano entre los 80’s y 90’s, esta respuesta no bastaría ni serviría. En un contexto así entender la muerte de Pedro Huilca es un volver a repensar el conflicto entre dos fuegos, el caos que se había generado y las argucias políticas de la época (aún vigentes).

Resulta ahora curioso releer pasajes del trabajo de Carlos Iván Degregori, “El aprendiz de brujo y el curandero chino” y comprender el modo en el que el fujimorismo se convirtió en hegemonía. Refiere Degregori que entre los votantes de Cambio 90 se encontraban “todos los excluidos (no necesariamente marginales) por los diferentes mercantilismos”. Y, claro, ya una vez en el poder la jugada sería inversa y comenzaría, precisamente, una violación de derechos civiles y laborales. Ejemplo máximo lo es el golpe de 1992. A la vez no hay que olvidar la campañade Sendero Luminoso ya no solo en provincias sino en la capital.

En un periodo en el que todos, como diría Arguedas eran “comedores de sangre”, destaca la figura de Pedro Huilca. Entre el marasmo, Huilca fue fiel a sus convicciones sindicales y fue duramente crítico antes las manipulaciones legales de Fujimori. El Decreto Ley N 25593, “Ley de Relaciones Colectivas de trabajo”, aprobado en junio de 1992, no tenía otro fin que reducir los derechos laborales y mermar la función política de los sindicatos. Esto era anular el rol de la ciudadanía ante una economía liberal.

La oposición de Huillca, en su cargo de secretario general de la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP),era un signo de lo que advino después, sobre todo del menudeo mísero de las “services”. Los paros convocados, en protesta al Decreto Ley mencionado, son testimonio de una toma de posición firme, clara, de una búsqueda no utópica sino de una necesidad política. Por ejemplo el paro del 15 de diciembre de 1992, es una ejemplo de resistencia, no de una simple rechazo ante el Estado, no de auto-golpes a la democracia, sino, justamente, de un modo de reactivar una aspiración democrática en un contexto en el que, como diría César Calvo, “el Perú no es un país, sino un desastre”.

Esta aspiración ciudadana, sin embargo, fue reprimida por el fujimorismo. Leer sobre las motivaciones de esta muerte, así como los pormenores legales del proceso, me llevan a pensar en esta frase de Cecilia Chacón en la interpelación a Saavedra: “Ahora ya saben con quién se meten”. Desde el asesinato de Pedro Huilca el 18 de diciembre de 1992 hasta hoy, habiendo pasado alrededor de 24 años, el fujimorismo no ha dejado de hacer política del único modo que sabe: con la represalia, con el miedo, con una despreocupación absoluta por el país ante su propio beneficio y capricho.

En el libro sobre Pedro Huilca editado por COMISEDH (2008), encontramos un trabajo de María Clara Galvis en el que se apunta: “un líder sindical no es únicamente un ciudadano, sin más, sino un ciudadano que cumple un rol esencial para la existencia y funcionamiento de una sociedad democrática”. Y, en efecto, esa muerte fue también un modo de asesinar una democracia. Por esto mismo la memoria de Pedro Huilca, hoy más que nunca, es una presencia sublevante, una invitación a la vida heroica frente a la actual amenaza fujimorista.

En su último discurso Huilca fue preciso en su lucha: “no se puede ser soberbio y grosero antes los trabajadores y genuflexo y servil ante el capital financiero”. En otro momento afirmaba decidido: “Nos inclinamos ante la fuerza del pueblo pero no doblamos la cerviz ante la espada de los emperadores”. Sus palabras parecían vaticinar lo que en adelante sería el modus operandi de los mandatos de Fujimori: economía liberal, multiculturalismo coercitivo, violencia ante la oposición. Y frente a este paradigma no hay que olvidar también la política de Sendero, la que opuesta a la democracia y la ciudadanía, no tardó en celebrar la muerte de Huilca. Para ellos le habían quitado un “enemigo” de la cancha.

La convicción de Pedro Huilca no se dejó reducir por ninguno de los dos frentes, manteniéndose fiel a un proyecto democrático. Es esta fidelidad a los intereses políticos y legales del pueblo lo que hoy urge, una posición crítica que no claudique y que aún pueda poner en alto un principio de esperanza. Recordar a Huilca entonces es una invitación a reaccionar ante lo que el fujimorismo nuevamente viene haciendo: la misma violación de la democracia bajo las falacias de un bien común, que es solo el camuflaje de su propia ambición y saqueo de poder.