El pueblo que desafió al volcán fumador

La Revista

Aparece de golpe como la tristeza. Pero una tristeza violenta , rápida, enceguecedora; que  invade el campo, las calles, las casas, las personas, los animales. Que lo invade todo. Es  una polvareda gris que desciende de la altura y que en ocasiones imposibilita la visión. Son como nubes que enredan las cosas materiales. No nubes, piensa Isidro Mamani. Las nubes traen la lluvia y la vida. Esta polvareda trae el fin. Todo empieza a morir cuando pasa.

El viento la traslada y en su recorrido muere el pasto, se contamina el agua de los  manantiales, no tienen cómo alimentarse los camélidos, perjudica la salud de los hombres y acentúa la pobreza. Es una maldición, piensa Isidro. Primero la sequía, luego el terremoto y ahora las cenizas del Sabancaya.

“Yo tengo cuatro vacas y cuatro crías llenas de cenizas”, dice Isidro Mamani Colqui. Tiene 73 años y sus ojos sin color apuntan a cualquier parte. Su esposa, Concesión Casaperalta  Suyco, tres años menor y que, según Isidro, ha perdido la razón, repite tímidamente cada  palabra que pronuncia su marido y mira, eso sí, un punto fijo. La cámara. La alfalfa está llena de cenizas, explica Isidro. Llena de cenizas, repite Concesión. “Además, estoy viendo mal.  Mis ojos están irritados y me estoy poniendo gotas. Por las cenizas, estoy viendo todo colorado…

…Lea el artículo completo en la edición impresa