Es la misma historia año tras año. Son las mismas escenas y, quizás, los mismos agujeros que, cual hongos tras las lluvias, aparecen en medio del asfalto, anunciando una periodicidad y puntualidad cuasi castrense y hasta religiosa. No hay verano arequipeño que no haya dejado su particular huella sobre el asfalto de la ciudad, ya sea en la forma de orificios, boquetes y hasta pequeños cráteres de todo tamaño y profundidad. No importa si el pavimento es reciente o antiguo. Tampoco importa si ocurre en una calle secundaria o una vía principal, mucho menos si se trata de una autopista de primer orden.
Si bien son muchos los ciudadanos de a pie los que sufren de veredas maltrechas y desniveladas todo el año, es en verano cuando sufren más al caminar por calles anegadas –bueno fuera de solo agua de lluvia- de extraños y muy domésticos líquidos malolientes que malos conductores se encargan de rociar generosamente sobre la humanidad de desprotegidos peatones y mudas fachadas; como si se tratara de un alegre rito carnavalesco. Calles convertidas en riachuelos son la delicia de malhechores al volante.
Y cuando se trata de conducir el vehículo propio, no hay conductor que se haya salvado de un súbito zangoloteo producto de un inesperado bache, que es lo de menos, hasta que se topa con un buzón sin tapa o con un cráter oculto en el espejo de agua sobre un supuestamente liso asfalto. Ni qué decir de las maniobras temerarias para evitar caer en uno de estos “agujeros negros” y no impactar con otro vehículo en el intento. Los más prudentes reducen la velocidad, pero no faltan los imprudentes que pasan raudos, aún a costa de dañar sus propios vehículos. Son tantos los obstáculos y tantos los daños a los vehículos automotores, que da la impresión que los alcaldes fuesen propietarios de todos los talleres de suspensión y alineamiento de dirección, y que una vez al año hay un jugoso negocio en espera; hecho que, por supuesto, se descarta por pertenecer al guion de una trama malvada que no creemos digna de una ciudad como la nuestra, aunque a veces la realidad supera a la ficción.
Estas descripciones de la cruda realidad vial de la ciudad no tendrían mucha relevancia en una ciudad que no se jacte de ser, como es el caso de Arequipa, la segunda más importante del país y que debiera demostrarlo con un sistema vial urbano de última generación y máxima eficiencia. Y tal vez sin serlo, necesariamente, no parece haber disculpa ni justificación alguna para que el resto de ciudades del país terminen con su infraestructura vial seriamente dañada después de una lluvia, puesto que se asume que una de las variables de diseño de toda infraestructura vial es justamente la de soportar los efectos pluviales, entre otros factores tanto o más importantes. Sin embargo, a la luz de lo que se puede observar en la ciudad, la calidad de la infraestructura vial es bastante deficiente. Tan deficiente que debería, por lo menos, ameritar duda en la capacidad y oficio de sus constructores y supervisores, así como duda en la honestidad e integridad de sus comitentes. Una auditoria ex-post revelaría cuales son las causas del pobrísimo periodo de vida útil de la gran mayoría de calles y avenidas de la ciudad, dejando evidencia clara y concreta de la forma tan poco eficiente con la que se dispone de los fondos públicos, en una suerte de engaño para hacernos creer que una infraestructura durará los 50 años que debe durar.
Típicamente, los baches son originados por un inadecuado régimen de mantenimiento y prevención por parte de la autoridad o institución a su cargo. Cuando esta negligencia se mantiene en el tiempo, cualquier pequeña deformación o falla del pavimento, sea flexible o rígido, terminará inevitablemente en una oquedad cóncava que tiende a crecer producto del impacto de los neumáticos de los vehículos que no pueden esquivarlos. Dentro de las causas recurrentes que describe la literatura especializada, se cita a las capas de soporte de mala calidad, junto al deficiente drenaje e inadecuada composición de la mezcla asfáltica como precursores de un prematuro desgranamiento de la superficie de rodadura, así como de la aparición de grietas. Como es obvio, cuando no se presta la debida atención, estos factores dan origen al bacheo en épocas de lluvia y a las consecuencias sobre la transitabilidad urbana.
Esto implica que la autoridad a cargo, debiera de contar con un Plan de Mantenimiento y Conservación Vial, de cuyas acciones debiéramos dar cuenta visual de manera permanente y a lo largo de año en la red vial urbana del Área Metropolitana de Arequipa y de la provincia en general. Sin embargo, no se tiene registro de tales actividades y mucho menos de la existencia de equipo y personal especializado en el tema dentro del aparato edil local. Es más, una simple inspección de los escasos trabajos de reparación vial delata el poco criterio y sentido común de los responsables, empezando por el horario de trabajo (generalmente en horas punta, cuando debería ejecutarse de 11PM a 5AM) y terminando con las deficientes y bastante arcaicas técnicas de reparación aplicadas por un personal escasamente idóneo para dichas tareas.
Finalmente, somos conscientes que para asegurar la transitabilidad de la red vial urbana en épocas de lluvia se requiere de un estudio que identifique las principales deficiencias técnicas y proponga las medidas correctivas pertinentes, lo cual a su vez implica un presupuesto que asegure su ejecución. Revisando la página web del Instituto Vial Provincial, causa sorpresa encontrar que dentro de sus funciones aparecen, efectivamente, las de gestionar la infraestructura vial rural (sin mencionar explícitamente la infraestructura vial urbana, a pesar de mostrar imágenes de tales tareas) mediante estudios, supervisión, construcción, mejoramiento, rehabilitación y mantenimiento de la infraestructura vial de la provincia, pero también se le asigna las tareas de proveer sistemas de abastecimiento de agua, sistemas de desagüe, sistemas de electrificación, sistema de riego, infraestructura educativa, recreativa, de salud y otras, lo que resulta en una evidente distorsión funcional o, por lo menos, una seria inconsistencia entre las funciones y el nombre asignado al Instituto. ¿Será por ello que al haberle asignado estas últimas -y muy forzadas- responsabilidades funcionales, no está en la capacidad de atender a plenitud, la demanda de atención que requieren los más de 2,500 kilómetros de vías urbanas que tiene la ciudad y que, al parecer, no cuenta con un presupuesto suficiente que le permita contar con equipo y maquinaria adecuada, además del personal técnico y de los insumos y materiales que aseguren un mantenimiento óptimo de la red vial urbana? ¿Será mucho pedir circular libremente -como manda la ley- por las calles de Arequipa sin tropezar con “agujeros negros”?