De calibre cinematográfico

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Sinopsis: Aproximadamente sesenta individuos llegan al edificio de una empresa transportadora de caudales, pasada la medianoche de un lunes. Prenden fuego a diecinueve vehículos cerca de las comisarías para evitar el paso de la policía hacia los alrededores de la zona del robo. Usan explosivos plásticos de fabricación industrial para volar la estructura de concreto. Tienen fusiles y francotiradores. Ingresan a la bóveda de la empresa, detonando granadas y se llevan cerca de diez millones de dólares. Dos horas de fuego cruzado. Matan a un policía. Huyen en camionetas blindadas, una de ellas está equipada con arma antiaérea. La mayoría de los asaltantes logra huir, incluso en lancha, cruzando hacia las fronteras de dos países. Un día después, el diez por ciento de ellos son capturados. Sólo una parte del botín es recuperado.

Locación: Edificio de la empresa Prosegur en Ciudad del Este, Paraguay. Calles, carreteras y caminos en las fronteras con Brasil y Argentina.

Protagonistas: Asaltantes vinculados al PCC de Brasil, organización criminal formada dentro de una cárcel que supuestamente buscaba defender los derechos de los reclusos y proporcionar autoprotección. Hoy funciona con un estatuto que obliga a sus miembros dentro y fuera de la cárcel a pagar una cuota mensual para comprar armas y drogas. Se ha internacionalizado hasta Paraguay, Argentina y Colombia utilizando un sistema de franquicia para facilitar las acciones en otras localidades.

Título: El robo del siglo.

Y no, ésta no es la ficha técnica de una película. Es un verdadero asalto, que acaba de ocurrir y que ha dejado a las fuerzas policiales de Paraguay y Brasil en estado de alerta y, a todo el continente, con la boca abierta por el despliegue de armas, inclusive de guerra.

En la historia del mundo se han registrado grandes robos, algunos de ellos, llevados a la ficción por lo espectacular de su ejecución y resultados. Entre los más destacados se cuentan el robo de 2.6 millones de libras esterlinas (hoy 40,3 millones de dólares) en el tren de Glasgow en 1963, por quince individuos; los 140 millones de dólares en joyas en el Centro de Diamantes de Amberes en Bélgica en el 2003, por una banda de italianos que burlaron patrullaje las 24 horas, grandes barricadas, detectores infrarrojos de calor, sofisticadas cerraduras, cámaras múltiples y otros mecanismos de seguridad; los 51,9 millones de dólares en diamantes en el aeropuerto de Bruselas (Bélgica) en el 2013, por ocho asaltantes vestidos de policías; los 100 millones de dólares en diamantes y joyas en el aeropuerto de Amsterdan en 2005, por hombres vestidos como trabajadores de KLM; los 86 millones de dólares en un banco de Brasil en 2005, por 35 ladrones que cavaron un túnel de 78 metros; los 300 millones de dólares en obras de Degas, Rembrandt y Vermeer en un museo de Boston, por hombres disfrazados de policías o los 106 millones de dólares en alhajas en una joyería en Paris en 2008, por cuatro hombres disfrazados con vestidos y pelucas de mujer.

Cierto tipo de ladrón siempre fue sofisticado e ideó su plan de acción con mucho detalle, premeditación y estrategia. Alguno que otro con tanta finura, que se iba sin dejar más huella que el vacío de lo robado. También han existido en todo momento, los criminales que cometen su fechoría a la mala y como venga. Con violencia, heridos, muertos y destrucción. Sin embargo, hay que hacer notar que en el abrupto y catastrófico aumento de la delincuencia callejera, las artimañas también se han ido implementando con mayor habilidad y afinando como la ocasión lo amerite.

El Perú, aunque no tan cosmopolita, también tiene lo suyo. Todos los días nos enteramos de un nuevo robo o modalidad de estafa en nuestro país. Algunos de los más comunes, otros un poco más trabajados. Por ejemplo, están los que robaron una tienda de ropa surferita a combazo limpio, bajándose los vidrios e importándoles un pepino la alarma y las cámaras. Nada de granadas o algún artilugio para quebrar silenciosamente los vidrios. Combo y punto. Por ahí también los que despistaron en una galería ferretera con sus mamelucos naranjas como si fueran trabajadores de alguna compañía y los que asaltaron una casa de cambio con vestuario de heladero y trabajadores de construcción civil. No olvidemos también que hace poco, se descubrió a esta banda que copiaba las huellas digitales de postulantes a una universidad para que pudieran ser suplantados y otros individuos con más preparación, dieran el examen por ellos. Historias que muy bien podríamos haber conocido en la pantalla gigante, con sendas escenas de acción, hermoso sonido dolby surround y guapos actores. Pero la realidad es otra. Son casos reales, el pan de cada día de cualquier noticiero.

Y la cosa pinta color de hormiga. A pesar de los logros de la policía, sus esfuerzos parecen insuficientes. Avanzan un paso y retroceden dos. Agarran a una banda pero en otro lado se reproducen dos. Para entender cómo estamos y a qué podríamos llegar, ya que se conoce perfectamente del funcionamiento de grandes bandas que operan desde las cárceles en todo el territorio peruano, volvamos al Primer Comando de la Capital o PCC, el organismo criminal más grande de Brasil. Actualmente es liderado desde la cárcel  por el famoso “Marcola”, un hombre de 35 años que a los 9, ya era carterista y que ha pasado casi 10 años entrando y saliendo de las penitenciarías cariocas. Eliminó a los anteriores jefes para convertirse en el amo y señor de esta organización. Admirador de Dante Alighieri, Trotsky y Lenin afirma haber leído más de 3 mil libros en medio de sus estadías carcelarias. Tiene un noviazgo con una estudiante de derecho. Su pareja anterior que era abogada, fue asesinada por integrantes del mismo PCC que estaban celosos de su influencia sobre él. Se sabe que es el gestor de actividades desde las más banales hasta las más mafiosas: la entrega de sesenta televisores nuevos en el 2006 para que los presos de una cárcel pudieran ver el mundial de fútbol; el financiamiento de campañas a candidatos al congreso de Brasil, seguridad a otras “súper bandas”, compra y venta de armas, tráfico y venta de drogas a gran escala, control de líneas de transporte informal en zonas pobres y hasta el establecimiento de un departamento financiero dentro del PCC para dar créditos a las autoridades de la organización, intereses incluidos. Todo esto manejado con un celular y con el respaldo de más de 130,000 hombres que le responden dentro de las cárceles y más de 10,000 en libertad.

Delincuencia a nivel prácticamente corporativo. En auge y crecimiento sostenible. Con diversificación de rubros y sistema de franquicias. El género acción transformándose a ritmo veloz en la peor  historia de terror que podamos imaginar. Una real. Una generada por hordas de seres vivos sin escrúpulos, hambrientos de dinero y poder. Zombies criminales dispuestos a arrebatarle a quien sea lo que sea. Qué miedo.