Excesos que matan

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La semana pasada se celebró la Semana Mundial de las Naciones Unidas para la Seguridad Vial. Su objetivo es el de alertar de los peligros del exceso de velocidad y explicar las medidas que se deben aplicar para combatir el riesgo importante de muertes y traumatismos como consecuencia de los accidentes de tránsito. El exceso de velocidad es la causa de cerca de un tercio de todos los accidentes mortales en los países de ingresos altos, y de hasta la mitad de los accidentes en los países de ingresos medios y bajos.

En nuestro país, la ONG ÁMBAR lleva a cabo campañas de concientización sobre control de velocidad y los peligros de no cumplir con el reglamento de tránsito. Algunas municipalidades cumplen con tareas de ordenamiento vehicular y operativos sorpresa para detectar a conductores insensatos. Acciones hay muchas y desde varios flancos. ¿Resultados? Las muertes se siguen incrementando. Nada parece ser suficiente para detenerlas. Carreteras, calles, esquinas y puentes tiñéndose de sangre y tragedia.

Algunas de las causas son más que conocidas y hasta resulta vago nombrarlas. Ebrios al volante, jóvenes irresponsables que aprietan el acelerador para sentirse corredores de Fórmula 1, conductores sin brevete que desconocen las reglas, combistas criollazos que se zurran en las reglas para llegar a tiempo y no pagar las multas de las empresas de transporte a las que pertenecen, choferes distraídos, pilotos que no descansaron lo suficiente, ausencia de policías de tránsito en vías complejas, inexistencia de semáforos o semáforos mal calibrados, señales colocadas donde nadie las ve, poca iluminación, carreteras y calles llenas de huecos; pero sobre todo, exceso de velocidad. La fórmula de la velocidad dice que ésta es igual a la distancia sobre el tiempo. Por lo tanto, a mayor velocidad, mayor será la distancia y el tiempo que se necesitará para detener el vehículo, y más graves las consecuencias ante cualquier falla mecánica, imprevisto o hecho adverso.

El que menos, tuvo algún amigo que murió en un accidente de tránsito. Yo recuerdo a cuatro. Jóvenes, con un futuro por delante, que dejaron un gran vacío en esos cuatro hogares, allá por los noventas. Han pasado más de 20 años y las cosas han empeorado. Hoy tengo amigos y conocidos que se juran supermanes cuando de presumir sus “rocas” se trata. Y más si la ocasión es la juerga. A ellos el alcohol no les hace nada. No los pone eufóricos. No interfiere con sus reflejos. No les da sueño. Con trago manejan mejor, dicen. Un par de cervecitas no hacen nada, creen. Si se encuentran con policías en operativo de alcoholemia se escapan al toque, aseguran.

No hemos aprendido nada. Es más, vamos retrocediendo. Las empresas de automóviles promocionan todos los días los avances en tecnología y seguridad para sus máquinas. Cada vez hay autos más seguros. Si los accidentes van en aumento, el error es definitivamente humano. Pareciera que la estupidez se apoderara de algunos en el momento de agarrar un volante. Sin importar que los demás pasajeros sean clientes, amigos o familiares, el conductor en algún instante comete todos los disparates posibles para que se pierdan las vidas de terceros en sólo cuestión de segundos. Como si un virus con la consigna del auto exterminio los empujara a tomar las peores decisiones dentro de un automóvil.

Sumada a esta falta de claridad para conducir, la inconciencia del culpable se muestra desvergonzada e implacable. Cuántos conductores irresponsables y asesinos han dejado a sus víctimas en vez de auxiliarlas. Cuántos han huido de su responsabilidad y su deber solidario. Cuántos han burlado a la justicia con una cantidad inimaginable de mañas para escaparse de la cárcel efectiva una vez comprobada su culpa.

Un asesino al volante, que mató por imprudencia y asimismo eludió su deber por cobardía, no es diferente de aquel que mata con intención. Ambos han pasado los límites de su condición de seres humanos para convertirse en bestias con el poder y la voluntad de dañar a otros como ellos. Salvajes, irracionales y miserables como ninguna especie en la inmensa creación. Aquí y en cualquier rincón del mundo.