Te estamos esperando Bolívar

Columnas>Neurona Dignidad

Es comunicador social, trabajó en radio, en publicidad y en otros ocasionales que aquí llamamos cachuelos. En la actualidad sobrevive vendiendo chips de una nueva empresa de telecomunicaciones, en medio del smog de la avenida más contaminada de Arequipa. Con inclemente sol o con mucho frío cumple sus diez horas de venta, recargas y activaciones. Se llama William, tiene 27 años y hace cuatro meses escapó de la desesperante situación que se vive en su país, Venezuela.

Hoy, ingenuamente le pregunté cómo había pasado sus primeras fiestas patrióticas peruanas. Sus ojos celestes se apagaron y se clavaron en el piso. No, no hice nada, no tenía ganas, estoy preocupado por lo que está pasando en mi país, me dijo. Lo que ha sucedido ayer, refiriéndose a la elección de la fraudulenta Asamblea Constituyente de Nicolás Maduro, es una burla para todos los venezolanos. Eso no es una democracia, es una dictadura asesina, continuó. Hablé con mi madre en la mañana, me ha pedido que no regrese. Han dicho que cerrarán las fronteras, que los venezolanos que retornemos ahora tendremos que firmar una especie de carta de compromiso de que NUNCA saldremos del territorio otra vez y que si lo hacemos perderemos la nacionalidad. Si vuelvo, tendría que escapar por las montañas, como un ladrón del campo. Y que con el cierre de fronteras ningún compatriota mío podrá salir. Los venezolanos estarán atrapados en su propia tierra natal. La gente dice que como Estados Unidos y otros países están en desacuerdo con lo de la Asamblea, van a bloquear las comunicaciones, nos van a quitar el internet. Yo sólo me comunico con mi familia usando whatsapp, pero ahora ni a eso podré acceder. Ella no podrá saber de mí. Yo no podré saber de ella. Mi madre, hoy prácticamente se ha despedido de mí…para siempre, concluyó.

Como William, ya son muchos los jóvenes venezolanos que se han instalado en nuestra ciudad, buscando un mejor futuro ante la terrible situación que se vive hace ya casi dieciocho años con los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Han migrado como lo hacen miles en el mundo: escapando de una coyuntura extrema que pone en peligro su progreso y supervivencia,  enarbolando la bandera de la esperanza. Aquí, se han acomodado como pueden. En trabajos temporales o compartiendo su cultura gastronómica a través de la venta de las famosas arepas.

Saben que las cifras que han sido propaladas por los lame botas de Maduro son completamente falsas. Esos ocho millones de venezolanos que supuestamente votaron a favor de la instalación de la Asamblea Constituyente son fantasmas. Que no hay precedente en este hermano país a la existencia de una “institución” que tendrá poderes y duración ilimitados y que podrá reformar la Constitución como le venga en gana; sobre todo, para que Maduro y sus secuaces se perpetúen en el poder y gocen del dinero público a sus anchas. No habrá en Venezuela una institución con más supremacía que esta ilegal agrupación de forajidos.

Lloran y se enlutan por los ciento veintitrés muertos, que se han producido en ciento veinte días de protestas y de los cuales, siete fueron asesinados en el pueblo donde vive William, entre ellos un niño de trece años fusilado desde un techo por un militar. Tienen miedo aun estando a miles de kilómetros. Miedo por sus familias, porque se cuestionan si fue buena decisión escapar de sus hogares dejando a sus seres queridos en el infierno desquiciado promovido por la angurria chavista. Miedo por no saber si regresar o quedarse. El mismo miedo que muchos de sus amigos, padres, madres y hermanos que quieren salir a las calles a protestar contra el totalitarismo homicida de un loco de atar, sienten pues podrían no volver más. Miedo ante la incertidumbre de su terruño en el colapso total de la democracia y sin solución aparente.

¿Quién nos va a ayudar?, se pregunta William. ¿Estados Unidos puede hacer algo? ¿Alguien puede intervenir y sacar a esa gente de allí? Para mis adentros pienso que la historia se repetirá y que algún loco apasionado será el héroe que pondrá una bala en el camino de un orate que debería estar en un manicomio. O que el bloqueo norteamericano  y la inclusión del presidente Maduro en la lista negra de la  Oficina para el Control de Bienes Extranjeros del Departamento del Tesoro, (OFAC) de Estados Unidos (donde figuran narcotraficantes y políticos colombianos, los presidentes de Siria y Corea del Norte) le doblarán el brazo.

¿Aparecerá un Simón Bolívar que pueda aplicar la camisa de fuerza para salvar a su propia nación que sufre en carne y sangre por los delirios de grandeza y la ambición enfermiza de un grupo de chiflados?

Mientras tanto, a sabiendas de las luchas que se libran y las muertes que se lloran producto de una dictadura que también hemos vivido, nuestro deber moral es dar esa mano fraterna y demostrar que el Perú es un país rico en historia, tradición, recursos y otros etcéteras, pero más grande aún en valores como la solidaridad con un hermano  latinoamericano.