Arequipa te queremos

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Arequipa te queremos

Foto: Hermann Bouroncle

Te queremos ver mejor. Los síntomas de decadencia ya se están volviendo cotidianos y la estigmatización de las autoridades o los migrantes, como el insulto en las redes sociales, no ayudan.

Ayudaría mucho, en cambio, un esfuerzo colectivo que trascienda las declaraciones de amor al yaraví, la frase vacía de contenido sobre haber nacido al pie de un volcán y la autocomplacencia con los descoloridos laureles de ayer. Que la poesía necesita también sustentarse de realidades. Y una de esas grandes verdades es que los arequipeños de hoy no estamos a la altura de la gloria –real o soñada- que nos legó el pasado.

Además de los recursos y la venia oficial, este simbólico regreso al orgullo justificado, requiere un esfuerzo colosal y auténtico de los propios arequipeños (natos o netos, que el peso real de las personas radica en el alma), a nivel espiritual y humano. Para alcanzar la categoría de ciudadanos y la dignidad que ello supone.

Es obvio y tangible que necesitamos un sistema de transporte limpio, ordenado y eficiente; infraestructura vial amplia y sólida; hábitos y sistema de recojo de desechos (basura) organizado y ecológico; un sistema de Salud digno y de calidad; mercados higiénicos y accesibles; barrios y urbanizaciones bien distribuidos y con servicios; viviendas o edificios cuidados y seguros; y una economía sustentable que ofrezca empleo a la mayoría.

Pero eso no es todo. Necesitamos, con igual urgencia, seguridades y cobijo para el alma: normas y hábitos de circulación que no impliquen insultos para el peatón, espacios de recreación para el regocijo de niños y jóvenes, un sistema educativo personalizado y flexible, espacios para el deporte y la confraternidad; para la cultura y el gozo de los sentidos; para el intercambio y la amistad; protección real al consumidor y normas básicas para la convivencia, como el respeto.

La gastronomía, la arquitectura, el arte de los antiguos arequipeños, que hoy son motivo de orgullo, germinaron en una ciudad más feliz que la de nuestros días, no más moderna. Porque a pesar de las guerras, levantamientos, injusticias sociales y escaseces, sobraba humanidad y dignidad.

Lo que caracteriza hoy nuestros días, no parece haber mejorado la calidad de vida, en muchos aspectos. Si bien la internet fue la promesa liberadora de la información y el conocimiento, hoy se ha convertido en un pozo séptico que destila agresividad e ignorancia; si bien los malls de inspiración extranjera atraen a miles con sus promesas consumistas, el plástico reinante, también en las tarjetas, ha desestabilizado la economía de miles de familias; mientras que la elegancia ha sido desplazada por la variedad y la practicidad.

Si bien no había un taxi para tomarlo en la puerta de casa, para movilizarse, tampoco había la violencia que hoy se ve en los secuestros al paso y violaciones dentro de ticos sin Setare. Y quizás lo más importante, la naturaleza, la fuente de vida, ha sido replegada de manera que pone en riesgo la supervivencia misma de las personas, en aras de un engañoso progreso.

Si antes se podía correr por el campo y comer fruta de huerto, hoy solo pueden hacer deporte los socios del único club con este fin en toda la ciudad, que ya no admite más socios, aunque de todos modos la gran mayoría no habría podido pagar su admisión. Y, sin embargo, quienes allí asisten, no han podido superar su propio discurso, pues cada gestión que se estrena califica de ladrón a su antecesor, como ocurre en casi todas las instituciones, con razón o sin ella. Y los atávicos lastres espirituales como el racismo y la intolerancia, pese a que el dogma religioso lo prohíbe, caracterizan a demasiados grupos sociales.

Conocer la letra del himno, o de algún Yaraví, no honra el pasado, si no hacemos esfuerzos simultáneos por hacer limpieza de nuestra propia casa/alma. Un Lava Jato local, para convertirnos en ciudadanos merecedores de la herencia que decimos admirar. A nivel interno. Todo lo demás, viene por consecuencia.