Arequipa, una antítesis de ciudad

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Quienes gozaron de la Arequipa de hace 50 años, coincidirán en recordarla como una ciudad tranquila y apacible, rodeada de muy cercanos y verdes campos, bañada por un todavía límpido cielo azul, albergando magníficas y muy señoriales obras de arquitectura, tanto civil como religiosa. Lejanos han quedado aquellos tiempos de plenitud cívica y cultural, de una ciudad en la que pasear por sus solariegas calles era sinónimo de afables tertulias y atentos saludos a conocidos y amigos, sin mayor preocupación de cómo llegar a tiempo ya que casi todo estaba ”a la mano” o “a tiro de piedra”. Aventurarse a Tingo o Cayma era un viaje que merecía despedida de un lado y bienvenida de otro. Eran tiempos donde el transporte público era limpio, rápido, eficiente y seguro; hasta utilizaba energía eléctrica y cubría casi todos los rincones de la ciudad, sin mayor apremio. Sin lugar a dudas, el tranvía eléctrico fue lo más moderno de lo que alguna vez gozó Arequipa y, aun así, se decidió por cortarle la cabeza para dar paso a una ciudad más moderna, la ciudad de hoy, galardonada de un progreso que aparenta virtudes, pero de dudosa calidad.

Este año la ciudad celebra el aniversario número 477 desde su fundación española. Ha pasado de ser un pequeño damero de 64 manzanas a una mancha incontrolable equivalente a 12,000 manzanas; de una población de poco menos de 500 personas a una de más de 1 millón y con ganas de seguir consumiendo más suelo y más recursos,  con un patrón metabólico absurdo y sin que ninguna autoridad o candidata a serlo tenga la más remota idea del asunto. Basta echar un vistazo por la ventanilla del avión para darse cuenta que luego de un cuarto de hora de vuelo, la ciudad sigue apareciendo por allí abajo, rasgando cerros y colinas, desafiando quebradas y torrenteras para habilitar lotes que luego demandarán agua, desagüe, energía eléctrica y transporte público, todo como parte de una demanda perversa que termina alimentando un monstruo insaciable…la ciudad interminable, inacabable e ingobernable.

Esa es la Arequipa de hoy,  entre cosmopolita y regionalista; entre antigua -orgullosa de sus reliquias- y moderna -feliz con sus centros comerciales-, queriendo estar a la moda y con pelo teñido. Una evidente crisis de identidad la agobia cada cuando ella se planta frente a un espejo que refleja una cruda y tosca realidad, muy diferente a la imagen que siempre ha soñado. Veamos algunos indicios de esta crisis.

Quiere ser moderna pero insiste en aplicar remedios vencidos para curar uno de sus más terribles males: la congestión y la contaminación. Ya van 20 años desde que se gestaron las primeras ideas y conceptos de integración multimodal en la ciudad y hasta ahora es muy poco lo avanzado y mucho lo retrocedido.  Detener el engañoso monorriel ha sido una de las victorias cívicas que más me enorgullece haber contribuido gracias al colectivo ciudadano que supo discernir lo bueno de lo malo. Sin embargo, los años perdidos en detener el Sistema Integrado de Transporte no se recuperarán jamás y los culpables andan frescos y orondos, como si nada. Es más, por el contrario, se sigue apostando por inversiones millonarias que promueven y premian el uso del vehículo particular, descuidando inversiones para promover el uso de la bicicleta, la caminata y el propio transporte público masivo.  Veamos la lista de presupuestos para obras civiles públicas ejecutadas en los últimos 15 años y será fácil corroborar que el grueso absoluto se ha orientado a obras para facilitar el tránsito motorizado de vehículos particulares. Y como cereza sobre el pastel, se sigue pensado que la solución del transporte se logrará con más infraestructura vial, cuando sabemos que primero tiene que ordenarse el uso de suelo o, por lo menos, trabajar transporte y usos de suelo en paralelo. De yapa, el Gobierno Central acaba de idear la constitución de Autoridades Autónomas para el Transporte, las cuales terminarían en burocráticos elefantes blancos si terminan siendo ocupadas por personas poco calificadas y con apetito político.  Por ello, Arequipa acusa una grave crisis de movilidad y accesibilidad. Dice andar para adelante pero va de retro.

En lo que a calidad ambiental se refiere, Arequipa no está en la lista de las ciudades con mejor calidad de aire y con mejor tratamiento de residuos. Basta trepar algún cerro en la mañana para ver esa nube gris que se asienta sobre la ciudad junto a plumas tóxicas de emanaciones provenientes de chimeneas y tubos de escape o de la quema indiscriminada de basura en los botaderos informales que rodean la ciudad.  Lo más curioso del caso es que el actual gobierno de la ciudad logró hacerse del poder utilizando un símbolo que, para una ciudad de desierto, como es Arequipa, debería constituir alago casi sagrado, al ser vital elemento en toda ciudad-oasis. Sin embargo, es casi nulo el aporte de áreas verdes y de bosques urbanos que se han puesto al servicio de la ciudad en estos últimos años. Por el contrario, son más los árboles talados que los sembrados, ya que el beneficio ambiental y paisajístico de cada árbol adulto que deja de existir no puede ser reemplazado de inmediato por 10 o 20 nuevos plantones, los cuales tendrán que esperar su lento proceso de maduración para recién brindar el mismo servicio ambiental del árbol eliminado. Ni que decir de los existentes en calles y plazas de la ciudad, que hacen lo que pueden para sobrevivir en la jungla de cemento. Basta mirar aquellos milagrosos ejemplares que luchan por su vida frente a un conocido centro comercial cercano a la intersección de las avenidas Cayma con Ejército. Así como ellos, cientos más, aquí y allá. Por estas razones, Arequipa acusa una grave crisis de higiene y sanidad ambiental. Dice estar limpia pero huele feo.

Otra crisis se ve reflejada en su patrón de usos de suelo y su densidad. No sabe si seguir siendo una ciudad horizontal o si atreve a asumir un nuevo perfil urbano, más vertical y más eficiente. Son muchos los ciudadanos que siguen teniendo terror a vivir en altura en una zona sísmica y se niegan a reconocer que la ingeniería moderna ofrece soluciones muy seguras a precios razonables. Seguir un patrón horizontal, expansivo y de baja densidad es un mal negocio para la ciudad. Ya es hora de hacer un uso más racional y eficiente de un recurso tan escaso y finito como es el suelo urbano, el mismo que se ha generado a costa de perder suelo blando productivo o de ocupar terrenos en zonas de alto y moderado riesgo, bajo la genuflexión de autoridades incompetentes que siguen teniendo mano temblorosa a la hora de poner orden en la casa. Arequipa acusa una crisis existencial, ya que dice ser una ciudad ordenada y planificada, pero no pasa de ser un pueblo periférico grande, desaliñado y amorfo.

A pesar del nada halagüeño panorama de la realidad urbanística de Arequipa, nada impide ser optimistas y soñar con una ciudad mejor. Para empezar este sueño, primero habría que alcanzar una mayor madurez cívica a la hora de elegir autoridades. Lamentablemente, la democracia parece haber resultado demasiado moderna para una sociedad que aun piensa con una mentalidad poco avanzada, por no decir, medio jurásica, producto de lo cual elegimos ciudadanos sin ningún mecanismo de control de calidad previo. Cualquier hijo de vecino se siente atraído por incursionar en la política, no tanto por responder a una real y genuina vocación de servicio, sino más bien por una excelente oportunidad de negocio y prosperidad económica. Y no exagero nada. Simplemente volvamos a los tiempos de cuando el cargo era ad-honorem y veamos cuántos hoy se presentarían. ¿Acaso usted, caballero de fina estampa?

El sueño se vería completo cuando volvamos a instaurar la planificación físico-espacial como base del desarrollo, ejecutada y dirigida por un pool de pensadores y técnicos que no respondan única y exclusivamente al partido o agrupación política de turno. Un equipo multidisciplinar y autónomo que ponga las ideas claras y las soluciones con una mirada de corto, mediano y largo plazos, evitando las promesas mentirosas de candidatos que, sin el menor criterio técnico ni científico, proponen elefantes de todos los colores en un ejercicio de atrevida ignorancia y de improvisada prestidigitación. Promesas electorales y planes de obras producto de una trasnochada reunión con tufo a licor barato antecedida por una rápida consulta con la almohada. Justamente, para evitar este círculo vicioso, tuvimos la idea de instaurar un Instituto de Planeamiento del Hábitat Metropolitano, el mismo que luego de mordidas y arañazos políticos, ha terminado como una instancia que no cumple con los objetivos y metas que tuvo en su ADN original. Hoy depende del presupuesto y la voluntad municipal de turno y, muy difícilmente, el personal técnico ejerce con plena libertad e independencia. Si se le corta el cordón umbilical, el hoy llamado IMPLA, muere.

Veo con ansias la Arequipa del mañana, la Arequipa de cara a celebrar su Quinto Centenario. Veo importantes obras que culminaran para ese agosto del 2040, pero también quiero ver una nueva generación de ciudadanos, más educados, más cultos, más sensibles con el terruño, más empoderados y mejor representados. También quisiera ver a los nuevos jóvenes profesionales arequipeños en acción y trabajando para su ciudad y por su ciudad. Veo con ansias el momento de recibir las sustentaciones de los primeros urbanistas de la UNSA, constituyendo uno de los aportes más importantes de la Academia Nacional a la solución de los problemas de las metrópolis.  Veo a algunos de ellos incursionando en política y veo con alegría su inserción laboral en gobiernos locales y en lo que ha de constituir la futura Municipalidad Metropolitana de Arequipa, dejando de lado ese absurdo divisionismo territorial dentro de una misma ciudad, donde cada distrito regula pedazos de ciudad a su gusto y capricho. Por fin Arequipa seria gestionada de manera integral y con visión de conjunto.

Mientras estos sueños sigan siendo sueños, la Arequipa de nuestros ideales seguirá su camino entre tumbos y paradas bruscas, entre idas cortas y vueltas largas, entre mundos de prosperidad y mundos de inhumanidad. Así, sin una revolución de pensamiento, palabra y obra, Arequipa continuará, rauda e inexorable, camino a convertirse lejos de un ejemplar modelo de ciudad, sostenible, pujante y exitosa, en un amasijo de obras sin sentido y de interminables barrios periféricos; una ciudad llena de espacios inútiles, ajardinamientos fantasmales y de monumentos al juanete; una ciudad enemiga de la bicicleta y del arbolado urbano; una Arequipa que resulte una penosa antítesis de ciudad.