La reja que aleja

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reja que alejaHace unos años se pusieron de moda las rejas al ingreso o salida de algunas urbanizaciones en la ciudad. Los vecinos organizados argumentaron que por temas de seguridad colocaban estas rejas para impedir la circulación de autos o personas ajenas a la zona que podían terminar siendo delincuentes.

La justificación era válida, pero algunas municipalidades impidieron que se siguieran colocando estas rejas e incluso se llegó a sancionar con nombre y apellido a algún vecino, que siendo identificado como presidente de la junta de la urbanización, mantenía la reja cerrada con candado durante la noche obstaculizando el libre tránsito de ciudadanos  de otras zonas que usaban las calles colindantes para llegar a sus viviendas. O sea, se estaba pasando por encima de los derechos ciudadanos.

Esta práctica se traslada hoy en día y también desde hace algún tiempo, a otros espacios públicos como las canchas deportivas construidas por las municipalidades respectivas y que grupos de vecinos “organizados” empiezan a administrar bajo el argumento de la conservación de la infraestructura.  Administrar es mucho decir, ya que se limitan en varios casos, a colocar un candado y determinar un horario de uso que de ninguna manera ha sido estipulado por la municipalidad correspondiente.

¿Con qué derecho los vecinos “organizados” se adueñan de espacios públicos dentro de un distrito que podrían ser utilizados por cualquier vecino e incluso por cualquier ciudadano? ¿Acaso cuando un vecino de un distrito quiere conocer o trasladarse por otro se le exige que viva en la zona para poder hacerlo? ¿Existe una regulación u ordenanza que impida que cualquier persona haga uso de los espacios públicos dentro del territorio nacional? ¿Existe alguna ordenanza que permite a los vecinos cerrar espacios públicos que se construyeron para el uso común?

Describiré un caso específico en una urbanización caymeña (que bien puede ser el caso de otras similares). Existe una cancha de basket y frontón, con graderías y pequeño espacio de césped. La “junta directiva” que está conformada por los vecinos que viven alrededor de la cancha ha decidido que las dos puertas de acceso deben permanecer cerradas con candado y sólo una de ellas será abierta por el vigilante en los siguientes horarios: de lunes a sábado de 9:00 a.m. a 7:00 p.m. y los domingos de 8:00 a.m. a 7:00 p.m., previa solicitud oral al vigilante. Es decir, si no se le pide la llave, las puertas permanecen cerradas y nadie puede ingresar.

Entonces, el vecino que quiere hacer  ejercicio a las seis de la mañana, no puede usar la cancha. El grupo de chicos universitarios que se desocupó a la hora de almuerzo del vigilante, tampoco. La gente ocupada que quiere jugar pelota después del trabajo ya entrada la noche, menos. El domingo que hay más tiempo para el libre albedrío, imposible porque es el día de descanso del vigilante, que además no es de los más amables ni acomedidos. Algunos vecinos tienen copia de la llave. El que no tiene copia y no conoce a los vecinos, no tiene acceso a esta cancha PÚBLICA.

La justificación expresada por alguna vecina y ratificada por el vigilante es que los vecinos no quieren que “cualquiera” use la cancha porque hay que cuidarla. Tanto la cuidan que dentro de ella hay una esquina llena de tierra que se convierte en barro cada vez que riegan los jardines aledaños; además de un cilindro de basura acumulada desde hace 10 meses que  nadie se preocupa en botar cuando pasa el carro recogedor. Los vecinos (¿de primera clase?) no quieren que los de otras zonas (¿no tan pulcras como la de ellos?) se acerquen y usen “su” cancha de cemento y “sus” arcos con aros hechos de fierro.

Pero este tipo de actitudes egoístas e inexplicables traen cola y con razón. Hace ya un mes que una pequeña esquina del enrejado que rodea la cancha fue cortada para así generar un acceso “clandestino” y que quien quiera usarla, lo haga cuando lo necesite en vista de que es un espacio público que se supone debe estar a disposición de cualquier ciudadano. O sea, la “previsión” de los preocupados vecinos de primera clase dio paso a la destrucción de la propiedad pública. El hueco del enrejado sigue ahí y es seguro que nadie pondrá “de la suya” para la soldadura.

Una cosa es cuidar un bien que debe beneficiar a todos los que pagamos nuestros impuestos. Otra muy diferente tomarse atribuciones que afectan a quienes sólo desean desarrollarse y vivir en sana convivencia. Mientras tanto, ahí está la cancha día a día, enrejada, vacía e inaccesible.  Y a sólo unos metros, jóvenes estudiantes  que en vez de cargar pelotas, paletas y botellas de agua, llevan consigo y se instalan con radios portátiles y botellas de licor por la noche y por la mañana.