Aprendamos a salvar vidas

Columnas>Neurona Dignidad

Cuando estudiaba en el colegio había un curso al que se había denominado “Crecimiento Espiritual”.  Se llevaba en secundaria en apoyo al curso de religión y en el que, entre otras tareas y temas del catecismo, el principal objetivo era que cada alumna leyera un pasaje de la Biblia y escribiera su reflexión cada día de la semana al llegar a casa. Esa ocupación llevaba entre 30 a 45 minutos, de lunes a domingo.  Además de ello, durante una de las dos horas pedagógicas asignadas al curso por semana, la profesora revisaba el cuaderno en el que debíamos haber escrito más o menos una página por día, con nuestras conclusiones, reflexiones espirituales y propósitos de enmienda. Tantas eran las páginas que la profesora tenía que revisar, que seguramente no leía todo lo que escribíamos y no se cercioraba de si el curso nos estaba haciendo meditar o no. Buenas horas gastamos en esta materia. Hoy no podría medir su utilidad, pero en aquel tiempo, era tan tediosa que muchas alumnas no la realizamos como se nos pidió. En vez de reflexiones escribíamos el padre nuestro o el ave maría. La cosa era llenar el cuaderno.

Eso fue en los noventas y en un colegio católico. Si estuviera en mis manos  hoy, reemplazaría cursos de este tipo por otros conocimientos que por ejemplo, nos ayudarían a salvar vidas.

Pongamos a consideración algunas situaciones sencillas pero graves. Todos los años los accidentes con objetos pirotécnicos les arrancan los dedos o las manitos a pequeños niños que sin supervisión adulta juegan con la muerte. Hace poco una funcionaria del ministerio de salud confirmaba en una nota periodística que en Lima, se recibe un niño quemado por día, por accidentes con líquidos calientes. Ante los posibles sismos que podrían producirse en nuestro territorio se han incrementado los simulacros con resultados poco alentadores. La mayoría de peruanos, en pleno desarrollo de sus actividades diarias, no sabemos cómo actuar frente a diversos escenarios incluyendo la extrema coyuntura de inseguridad que estamos viviendo. En lo que va del año, tenemos noticias de incendios, por lo menos dos veces a la semana; de peruanos asesinados por el robo de un celular al menos una vez a la semana.

¿No sería provechoso que todo ser humano supiera cómo aplicar los primeros auxilios? ¿Cómo identificar los peligros dentro de una casa, un edificio, una calle, un teatro, un cine, un centro comercial? ¿Cómo comportarse frente a un delincuente? ¿Cómo mantener la calma durante un terremoto en la calle, en el carro, dentro de un ascensor, una discoteca, etc.? ¿Entender de forma real por qué se producen tantos accidentes dentro de los hogares o accidentes de tránsito y evitarlos?

Normalmente son los padres los que deben enseñar a los hijos a conocer los peligros caseros.  También se imparten algunos de estos “consejos” en ciertos cursos que en mi época eran del tipo educación cívica u O.B.E.. Pero la constante incidencia de accidentes absurdos nos podría estar advirtiendo de una falta de preocupación y desconocimiento total de la población acerca de temas que terminan provocando daño físico y la muerte.

La policía, los bomberos, la Cruz Roja, los funcionarios de Defensa Civil y rescatistas de diversa índole han estado siempre prestos a hacer demostraciones y charlas acerca de estos peligros y lo siguen haciendo. Sin embargo, parecería que una charla dos veces al año o una visita por parte de ellos a las instituciones no bastara. La gente necesita comprender con más detalle, en teoría y con mucha práctica, cómo evitar ponerse en riesgo y cómo enfrentarlo cuando ya es inminente.

Entonces, ¿Sería adecuado que en los colegios se apliquen cursos-taller más extensos y obligatorios sobre supervivencia, primeros auxilios, simulacros de emergencias, prevención, es decir, a salvar vidas? A cargo de especialistas y no sean sólo “consejos enumerados” dentro de un curso que imparte un tutor dentro del salón?

¿Si se le asignan tantas horas a la espiritualidad o a diversas materias que deben ser útiles para todo ser humano a lo largo de su existencia, por qué no también asignárselas a los conocimientos que pueden salvar vidas? ¿Por qué no formar además una cultura de respeto y protección por la propia vida y la del otro?