«Quiero ser artista»

Columnas>Neurona Dignidad

Hace poco fui invitada a un concurso de baile de una academia. Se realizó entre colegios de la región Arequipa y la institución educativa que se llevó el primer premio venía de La Joya. El nivel demostrado por el colegio ganador fue impresionante. Actitud, coreografía, dominio del espacio, ejecución de los movimientos, trabajo artístico y entrega. Una grata y motivadora sorpresa.

Los padres de familia de todos los concursantes estaban ahí apoyando a sus hijos. Participaron de las barras, gritaron, aplaudieron, saltaron, cantaron y seguramente fueron los “productores” detrás de los vestuarios, maquillajes, ensayos y todo lo que haya contribuido a la presentación de los bailes.

En un momento en el que tuve la oportunidad de dirigir algunas palabras al público enfaticé el papel importante del arte en la vida de todo ser humano y del desarrollo de una sociedad. Los aplausos, las miradas complacidas y las sonrisas de los asistentes me confirmaron la aprobación a este concepto: hay que apoyar el arte, hay que dejarlo fluir, hay que dejarle paso y libertad, hay que hacer que los niños y jóvenes se desenvuelvan en alguna disciplina artística.

Hasta ahí todo bien. Los padres son felices al ver a sus hijos en escenarios escolares, en ginkanas del barrio o en alguna celebración familiar. ¿Pero qué pasa cuando ese niño o adolescente a punto de decidir por una carrera para el futuro les comunica a sus progenitores que quiere ser artista?

El cliché no ha cambiado en gran medida. Los padres quieren lo mejor para sus hijos y están de acuerdo en que se dediquen a aquello que realmente les gusta, pero muchos de ellos aún sienten temor por las carreras artísticas. Tengo decenas de amigos músicos y varios de ellos tuvieron el apoyo de sus padres para desarrollar su arte siempre y cuando estudiaran también otra cosa “más segura”. Algunos siguieron en el arte, otros lo abandonaron y otros pocos comparten ambas cosas pero la carrera “más formal” les quita demasiado tiempo. Uno de esos amigos que siempre quiso bailar y resaltó desde adolescente, dejó su carrera de Derecho a la mitad para irse a estudiar a Lima a una escuela de danza. Hoy se dedica a enseñar, baila incansablemente con su grupo de danzas y evoluciona a un nivel totalmente profesional. ¿Resultado? Trabaja en lo que le gusta y es feliz.

El camino del arte no es fácil. El camino de otras carreras  tampoco lo es. Cada disciplina tiene sus condiciones, sus sacrificios y sus recompensas y eso es lo que hay que saber medir desde el principio. Si un niño o un joven revelan aptitudes que demuestran su talento artístico “asegurarle” el futuro obligándolo a estudiar otra cosa, quizá sea cortarles las alas. Todo ese tiempo que van a invertir en algo que no les gusta mucho, lo podrían usar en desarrollar sus fortalezas artísticas y así llegar más lejos. Hay que vivir de algo pero puedo asegurar que como productora, he conocido a diversos artistas que de una u otra manera han salido y siguen saliendo adelante gracias a su arte, luchándola como cualquier otro ciudadano de este país que decidió por sus sueños pese a las dificultades.  No cuestiono la decisión de los padres de velar por el futuro de sus hijos pues cuando sea época de vacas flacas, el artista tendrá que recurrir a algún otro conocimiento o actividad laboral para sobrevivir. Pero hay que tener cuidado de no interferir y terminar convirtiendo a un artista en potencia en un aficionado que “ya no canta, ya no baila o ya no pinta” más que para sí mismo en el garaje o en el baño de su casa. Finalmente ¿A dónde va una sociedad sin sus artistas? A la extinción, pues como bien dijo Sigmund Freud, “la función del arte en la sociedad es edificar, reconstruirnos cuando estamos en peligro de derrumbe”.